Europa era, según la mitología griega, una mujer fenicia secuestrada (o seducida, según otras versiones) por Zeus que, transformado en toro, la llevó a Creta. Allí Zeus le reveló su verdadera identidad y Europa se convirtió en la primera reina de la isla. Etimológicamente, la palabra Europa viene del griego ereb, que significa ocaso. Desde el punto de vista semítico, ereb significa “ponerse el sol”.
¿Qué significa hoy Europa para nosotros? ¿Es un problema, es la solución?
Todos los niños, desde que nacen, aprenden historias. Muchas de ellas crean sus identidades personales. Bien enfocadas, hacen que el sentimiento de pertenencia, en especial a una región, sea algo incrustado en lo más profundo de su ser.
La historia de Europa es hermosa. Desde el mito hasta la creación de la Unión Europea después de siglos de encuentros y desencuentros. Por supuesto, esta historia merece ser contada con más profundidad. Aspectos como el programa de intercambio universitario Erasmus han creado una intercambio cultural y social de una profundidad tan enorme que son difíciles de valorar.
Nuevos retos otean el horizonte. ¿Cómo unificar presupuestos? ¿Cómo arreglar problemas comunes? ¿Cómo evitar la lentitud de la burocracia?
Los países del norte tienen razones para estar molestos: los países del sur no han controlado correctamente sus cuentas. Los países del sur tiene razones para estar molestos: las ventajas fiscales de los países del norte se estiman en 25.000 millones de euros debidos a que las empresas cambian su residencia fiscal para tributar menos.
No parecen dificultades insalvables para llegar a acuerdos: basta cumplir los presupuestos y tener un régimen fiscal más unificado. Además, también es imprescindible que los dirigentes políticos bajen de su palacio de marfil, adquieran sentido de urgencia y actúen con más celeridad.
Ellos y nosotros debemos estar a la altura del mito.
Sólo así evitaremos el ocaso.
Y la puesta de sol será el preludio de un nuevo amanecer.
