Opinión

El mundo post covid

Si una palabra está de moda hoy en día es incertidumbre. No tenemos ni idea de cómo será el futuro. ¿Será efectiva la vacuna? ¿Se avecina una catástrofe económica? ¿Y qué decir del cambio climático, ese gran olvidado que ya no existe? Está claro: no podemos hacer predicciones ni con un margen de un mes.

En términos estadísticos, antes de la llegada del Covid se proponían diferentes escenarios para realizar análisis económicos. Por ejemplo, se consideraba que había un 20% de probabilidad de tener un año malo, un 50% de probabilidad de tener un año normal y un 30% de probabilidad de tener un año bueno. A partir de ahí, se razonaban las estrategias a realizar para cada caso. Este tipo de estudios, considerados de evaluación de riesgos, ya no se usan. Normal: ¿cómo evaluar una probabilidad? No es posible. En definitiva, esa es la primera tendencia del mundo post covid: el riesgo ya no se valora. En este caso el concepto adecuado es incertidumbre.

Hay muchas tendencias claras, las cuales hemos interiorizado al escucharlas un día sí y otro también. La reorganización del mercado de trabajo (con un incremento del desempleo), el desarrollo de la economía de plataforma, el aumento de las compras online y del comercio de proximidad o la ralentización de sectores como el turismo y todos aquellos relacionados con eventos sociales son evidentes. En este caso toca analizar aspectos más olvidados y no menos importantes.

Para comenzar, la deuda de los países se está disparando. Esto, necesario en el momento actual, va a generar un problema de sostenibilidad futura. Sí, los tipos de interés están a niveles ridículos. Sin embargo, si la cantidad adeudada es gigantesca por bajos que sean los tipos se deben pagar cifras considerables. Un préstamo de 10.000 euros a un tipo de interés del 5% implica un gasto menor que un préstamo de 100.000 euros a un tipo del 1%. En el primer caso, los costes anuales serían de 500 euros. En el segundo, de 1.000. Es más: hay dos debates abiertos. Uno, ¿llegará la deuda perpetua? Dos, ¿se condonarán deudas enteras? Muchos países de Africa ya lo han solicitado.

La demografía, una de las grandes olvidadas en los debates, también se ralentizará. Esto implica un problema de sostenibilidad de las pensiones que los políticos intentan arreglar con uno de sus métodos favoritos: el de la patada hacia adelante. El que venga detrás, que arree. A día de hoy es muy cómodo, pero el mañana siempre llega. En fin, así estamos programados los humanos. Cuando consideramos un problema grave, no queremos verlo. Y en muchas ocasiones esa decisión no se toma de forma consciente; lo hace nuestro cerebro más profundo. De hecho, parte del problema de la gestión del Covid ha sido esa. No queríamos ver lo que se venía encima. Esta idea es aplicable a gran parte de la sociedad. 

El problema demográfico no solo implica problemas en la gestión de las pensiones. Hay más: la soledad, la sanidad e incluso, esta vez para bien, el ocio. Muchos empresarios se están dando cuenta de que existe un gran margen de negocio en personas que se encuentran entre 60 y 70 años.

En la actualidad, la mayor parte de los analistas políticos o económicos supera los 40 años. En todos casos, la visión del presente está basada en una educación, unos valores y una realidad que para un joven de 20 años ha cambiado. En otras palabras, se estiman tendencias de futuro a partir de los prejuicios personales del ayer. Y eso crea sesgos y desajustes. Por ejemplo, muchos jóvenes ya no están interesados en tener un coche. Prefieren, antes que poseer, gastar por uso. Si el trabajo está cerca de casa es más cómodo trasladarse andando, en metro, autobús público o incluso patinete. Y si deseamos pasar un mes de vacaciones, alquilamos un coche. Es el denominado problema del taladro: ¿tiene sentido comprar uno cuando lo vamos a usar en nuestra vida no más de cinco minutos? Mejor compartir, ¿no? 

Estos jóvenes están acostumbrados a hacer muchas gestiones con el apéndice de su cerebro, también llamado teléfono móvil. Por ejemplo, gastos cotidianos o incluso inversiones financieras. En algunos casos es posible que no pisen una sucursal bancaria en su vida.

Por otro lado, el tiempo de uso de las pantallas también se ha disparado. Todas pantallas: móviles, tablets, ordenadores, televisión. Todas las personas: la edad no importa. Los mayores, al restringir sus salidas de casa, ven más la “caja tonta”. Esto tiene influencia en aspectos sociales y económicos. Es el coste de oportunidad del tiempo; al estar en la pantalla no podemos estar en el cine, leyendo un libro, paseando  o charlando con amigos. 

A todo ello debemos añadir todos los cambios tecnológicos, sociales y económicos que ni siquiera podemos imaginar.

El futuro no es el que era. Es el que es y el que será.

Javier Otazu Ojer
Economía de la conducta, UNED de Tudela
www.asociacionkratos.com