Opinión

Batallitas del abuelo Cebolleta (y II). Utrimque roditur: 1321 vs. 1521

«Desde comienzos del siglo XIX, en una evolución que percibe el cambio permanente, la historia adquiere un papel creciente como factor de justificación y fundamento de legitimidad. El pasado se nacionaliza y los historiadores se convierten en constructores de la nación, en creadores de mitos.»

Así se expresaba Fco. Javier Caspistegui en su artículo titulado "Salvador o réprobo: Fernando el Católico y las luchas identitarias en Navarra" (2017, p. 127). La cita viene al caso por lo que ya empezamos a exponer en el anterior artículo sobre las "Batallitas del abuelo Cebolleta"

El juego con la Historia que se traen algunos constructores de nuevas identidades no es un invento reciente, ni sano, ni conveniente. El siglo XX ha conocido regímenes genocidas, autoritarios, que basaron en una "historia a la medida" las bases de sus argumentos para cometer crímenes de lesa humanidad. Aún hoy día hay sectores sociales que los justifican mientras otros, mientras gritan contra el fascismo que vienen, ahondan en el mismo siguiendo los idénticos derroteros, calcados a veces, aprovechando la gran ignorancia del público. En tiempos de grandes recursos de información y educación al alcance de cualquiera advertía Peter Burke de la gran ignorancia imperante.

Ese juego con la Historia, cual caja de Pandora, genera, por contra, una presión gratuita e innecesaria sobre los verdaderos historiadores, con un ambiente enrarecido, un hostigamiento contraproducente. Un ejemplo reciente de ello lo está sufriendo el catedrático Ángel García-Sanz Marcotegui tras su reciente publicación sobre la "Situación del euskera en Navarra (1860-1939)". Los inquisidores del pensamiento único, uniforme, exclusivo, avivan el fuego donde purgar a este díscolo ateo doctrinal.

Y es que nos escandalizamos anacrónicamente, con mucha ingenuidad, por las tropelías del pasado, sin inmutarnos ante lo que tenemos delante. Estructuras análogas de poder, los denostados modelos inquisitoriales, bajo otro paraguas, con otros nombres, y tremendamente mediáticos. Ahora los linchamientos son en las redes. Se impone quién debe ir a la hoguera por ponerse, por ejemplo, una camiseta que no cuadra con el inmaculado "dogma oficial"; quién debe ser glorificado en las calles y en los altares populistas por usar un trapo decorado con carbunclos diciendo ser la "bandera de los antepasados", o por salir de la cárcel tras cargarse a unos cuantos luchadores de la democracia e inocentes que por allí pasaban.

Este nuevo mester de juglaría nos canta gestas del pasado convenientes, usadas como pasamontañas para esconder ante su ignorante público palemero la naturaleza y los fines autoritarios, raciales, excluyentes, de una uniformidad propia del estilo maoísta. Si bien puede que tal público no llegue a aplaudir, consiente y traga con sus mantras progres, de pluralismo, en una suerte de lluvia fina que va posando, "poliki poliki", hasta en las mentes más buenistas que terminan por interiorizar como realidades nociones de naciones que nunca existieron. Todo lo que sueltan tales juglares cuenta con el derroche de recursos públicos, el apoyo institucional y el eco de grandes medios de comunicación, cuya ignorancia es más grave aún porque, siendo conscientes de lo qué hacen, buscan su beneficio empresarial, tragan con todo ello a cambio del vil metal.

Para muestra, un botón. Vamos a contrastar, muy por encima, dos hechos análogos de la Historia de Navarra con repercusión mediática diametralmente opuesta y que a nivel del gran público tienen un impacto muy dispar: la Batalla de Beotíbar, de 1321, y la Batalla de Noáin, de 1521. Ambos cumplen este año centenario. Pero seguro que no habrán oido, ni oirán, hablar de uno de los dos y se atiborrarán del casino runruneo de otro de ellos.

La Navarra de 1321

En un contexto general de crisis durante todo el siglo XIV, el trono de Navarra estaba unido al de Francia en la figura de Felipe V de Francia y II de Navarra hasta 1322. Tras las dura Guerra de la Navarrería (1276) donde las tropas de su padre Felipe IV de Francia y I de Navarra asolaron este barrio pamplonés que quedó vacío hasta 1324, había sucedido a su hermano Luis X de Francia (1314-1316) y I de Navarra (1305-1316). Este es el Luis Hutín de la historiografía y, tras la muerte de Juan I (rey durante cinco días),  aplicando ley sálica francesa, ocupó el trono. Aún después le sucedió un tercer hermano, Carlos I de Navarra, hasta 1328. Finalmente, Juana II de Navarra, hija de Luis Hutín, con el apoyo de nobles y las villas de Navarra, sería nombrada reina titular. Juana estaba casada con Felipe de Évreux. Con ella el trono de Navarra se separó del trono de Francia y recuperó mayor independencia durante los dos siglos siguientes.

La frontera de Navarra era objeto de acoso, pillaje, latrocinios y gran número de actos de bandidaje y violencia. De toda ella, la llamada en los libros de Comptos como "frontera de los malhechores" era, con diferencia, la más preocupante. Esta frontera iba desde el Bidasoa hasta la Sierra de Codés. Sobre este tema puede leerse más en este artículo. El punto álgido fue la batalla de Beotíbar (19 de septiembre de 1321) donde navarros y franceses, por un lado, en una expedición de castigo (algo frecuente) fueron duramente derrotados, aún cuando sus fuerzas eran numéricamente superiores. Guarda ciertas similitudes con la primera batalla de Roncesvalles (778) y en la épica guipuzcoana así es celebrada. Ahí está el Alarde de Tolosa que, 700 años después, lo sigue celebrando cada solsticio de verano. A pesar que fue un revés navarro, conllevó que el reino se uniera más aún en la oportunidad de independizarse años después, en 1328. Pero como apuntaba ya Jon Juaristi en 1986 ("El cantar de Beotibar ¿un romance noticiero vasco?"):

«Beotíbar, el Roncesvalles guipuzcoano, no tuvo la fortuna de otras gestas en la leyenda nacional vasca. Si la batalla de Roncesvalles y la apócrifa batalla de Arrigorriaga representan la victoriosa afirmación de la independencia vasca frente a un enemigo poderoso (francos y leoneses), Beotíbar supone un conflicto intraétnico muy poco ejemplar para la mentalidad vasquista. (...) El auge del nacionalismo vasco ha acarreado su olvido.»

La Navarra de 1521

Catalina I de Navarra, de la Casa de Foix, reina titular, casada con Juan de Albret, había fallecido en 1516 y Enrique II mantenía sus derechos sobre una Navarra ocupada en 1512, pero ya dividida socialmente desde la muerte de Carlos III. Territorialmente los Pirineos marcaban tal separación que caminaban respectivamente a completar la formación de dos grandes naciones europeas: Francia y España.

Las extrañas maniobras sucesorias del que sería rey de Aragón, Juan II, propiciaron la división social del reino. Padre tanto de Carlos de Viana como del conocido Fernando el Católico, se apoyó en la facción agramontesa para evitar el legítimo ascenso al trono de Carlos, apoyado por la facción beamontesa, procastellana. Los agramonteses, tras Juan II, siguieron leales a la Casa de Foix cuyas ambiciones filofrancas sobre el trono de Navarra desbordaron al propio Juan II. Una parte de la sociedad navarra de entonces los consideraba usurpadores. Cuando entró en liza el sucesor del trono aragonés, Fernando I, lejos de apoyarse como su padre en unos agramonteses cada vez más profrancos, se apoyó en beamonteses y castellanos para unir Navarra a Castilla, que no a Aragón. Las complejas veredas de la Historia. Los Foix estaban fuertemente vinculados al trono de Francia. De hecho, a los años, sería un Borbón primero rey de Navarra y luego de Francia, uniendo también, definitivamente, ambos tronos y reinos. Esa imagen edulcorada del agramontés como el más genuíno navarro independiente adolece por la base.

La batalla de Noáin (30 de junio de 1521) es sesgadamente presentada como la culminación de la pérdida de la independencia de Navarra. Independencia ya perdida desde el ascenso de Juan II, con los agramonteses al lado, que no respetó el deseo de su esposa Blanca de Navarra, legítima heredera. El nuevo escenario europeo emergente situaba a Navarra en una encrucijada donde estaba condenada a unirse, esta vez definitivamente, a Francia o a España. Carlos de Viana ya consideró el matrimonio con la futura Isabel I de Castilla, matrimonio que si realizó su hermanastro pequeño, Fernando. Ya con Carlos I en el trono, los franceses de Francisco I, engatusado Enrique II de Navarra con falsas promesas, aprovechando la revuelta de los Comuneros, marcharon sobre Castilla atravesando Navarra, no pudieron tomar Logroño y, a la vuelta, en Noáin, se deja claro qué parte se une a cada bando. Pero Navarra estaba irremediablemente sentenciada. No eran más navarros los agramonteses que los beamonteses.

Curiosamente en Noáin, se repiten los mismos actores que en Beotíbar con una variable más rotunda: por un lado franceses (en gran número), por otro castellanos (guipuzcoanos, alaveses y vizcainos en gran número también). La diferencia es que los pocos navarros que participaron en esta segunda ocasión estaban divididos, fuertemente comprometidos con su respectivo bando.

Conclusiones

Primero, en general, cuando se habla de "pérdida de la independencia" el análisis se constriñe, se enfoca a la parte ibérica de Navarra, la que podríamos llamar cispirenaica. Respecto a la parte que "sobrevivió", las ultrapirenaica, mutismo al respecto aun cuando fue absorbida más rápidamente por el nuevo estado francés. La cispirenaica, aunque sea muy formalmente, dejó de ser reino en 1841.

Segundo, respecto a los episodios bélicos tratados cabe preguntarse:

- ¿Por qué se ensalza una batalla donde claramente estaba Navarra dividida (1512-1521) y se calla otra (1321) donde estaba claro que los navarros fueron en mayor número y a una?

- ¿Se calla que la motivación del encuentro de 1321 era por lo que estaba sufriendo directamente la clase socialmente más humilde mientras que en 1521 fue una disputa nobiliar donde unos linajes y otros defendían sus intereses patrimoniales tomando partido?

Tercero, ¿qué necesita actualmente la gente para percibir la carga de intencionalidad tras un hecho u otro? ¿Es interés real o fingido? ¿Desde cuando esos partidos que actualmente se jactan de defender intereses populares se han vuelto tan preocupados por sucesos que afectaron claramente a clanes socialmente altos (nobles, alta burguesía)?

Finalmente, ya les dije que, personalmente, opino que no hay tal Noáin 1521. No tal como lo pretenden glorificar tan épicamente algunos sectores políticos y sociales. Sectores que no dudan en tildar de triste suceso al episodio de Beotíbar de 1321 -una sutil valoración subjetiva impropia de una enciclopedia que debería buscar más neutralidad, distancia y objetividad. Al mismo tiempo se presenta como una desgracia para los vascos la derrota francesa en Noáin donde precisamente fueron los tatarabuelos de esos mismos vascos bajo castellana los propiciadores de la misma. ¿Quién entiende sensatamente ésto si no es a la luz de una agenda nazionalista oculta? Alguien podría decir, en un arrebato nacionalista napartarra, con bastante fundamento, que ese "que vienen los vascos" tan irrisorio para los abertzales en puridad se dió y, el resultado de ello, es una Navarra  española y una francesa. Así las cosas, vivimos el esperpento de afirmar majaderías que se adoptan como verdades de fe, mantras ultras, que han sembrado de plomo y sangre las democracias de Francia y, más terriblemente, de España.

La información y el conocimiento sobre ambas batallas objeto de este artículo es tan dispar que da la medida sobre cómo estamos siendo manejados. Los silencios de los supuestos paladines del llamado Navarrismo (que posiblemente, en su mayor parte, ignoren la primera de ellas y desechan el discurso cultural más propio de extremismos de izquierda y derecha) son ocupados por el discurso de los súbditos nacionalistas revestidos de súbitos nuevos campeones de la Navarridad que desde hace unos años, antes del manido 2012, maniobran prostituyendo los signos de identidad de Navarra con las supuestas "antiguas" banderas y escudos de Navarra, oh wait!, sin la corona propia del "tan añorado reino", o bien "rejuveneciendo", a más no poder, la tradicional bandera y escudo institucional insinuando que se inventó hace un siglo -cuando realmente lo que ocurrió es que se hizo ya oficial- aún cuando su uso se constata indirectamente por ley desde 1423 ("Privilegio de la Unión"). Claman por ciertos acontecimientos apocalípticos de Navarra mientras en su agenda oculta les importa realmente un comino esta tierra, su diversidad y su singularidad histórica, geográfica, social y económica.

Se hace más presente todavía la frase acuñada por el baneado Príncipe de Viana: «Utrimque roditur» ("Por todos los lados nos roen").