Opinión

La extrema derecha

Escuchaba hace unos días a Esteban González Pons, del Partido Popular, que en España había partidos de extrema izquierda, como Podemos o Bildu; de izquierda, como el PSOE; de centro derecha (el suyo y Ciudadanos) y de ahí pegaba un bote y se iba a la extrema derecha, que naturalmente es Vox. Pocos días antes el expresidente Felipe González declaraba que Putin hoy se parece más a Hitler que a Stalin.

¿Por qué reúno aquí hechos aparentemente distintos? Porque ambos son síntomas de que el proceso democrático que se inauguró en la Transición está a punto de hacerse mayor. Pero como no ha madurado del todo aún hay quien sigue sin conceder un espacio natural a la derecha, y la izquierda sigue edulcorando cuando no ensalzando el comunismo. Dos hechos íntimamente relacionados.

El membrete de "extrema" puesto delante de “derecha” -no seamos ingenuos, ni nos traten de tontos- es una manera de relacionar en el subconsciente colectivo que esa derecha tiene tintes siniestros: extrema derecha, ultraderecha, fascismo, Moussolini, Hitler... y Franco, cómo no. Lo curioso es que el fascismo vino del socialismo; lo curioso es que, como recuerda Stanle Payne en sus obras (una dedicada íntegramente al fascismo en España), el fascismo era algo rersidual y no constituía una verdadera amenaza, algo reconocido por izquierdistas de la época. Hoy, por mucho que hagan reportajes en televisión, el fascismo es una anécdota, un vagido de grupos antisistema.

Por otro lado, decir que Putin se parece más a Hitler que a Stalin es una comparación asombrosamente falsaria. Entre otras cosas, porque ambos se repartieron Polonia (que invadieron a la brava como hoy Putin Ucrania), y lo hicieron amigablemente. Si Lenin (y ya no hablo de Stalin) hubiera sido retratado en el cine y la televisión, en toda la monstruosa obra de exterminio que llevó a cabo, en la misma proporción en que ha sido retratado Hitler, a nadie se le ocurriría ensalzar a Lenin (no digamos a Stalin) como hacen los podemitas, porque serían expulsados de la vida pública. Insinuar siquiera que Lenin (insistimos: no digamos Stalin; no digamos el comunismo) tenía buenas intenciones, si se hubiera aventado su verdadera y siniestra existencia, nos parecería tan aberrante y abominable como que alguien justificara el holocausto nazi.

¿Y qué tiene que ver el comunismo para que a la derecha se le califique de “extrema”? El relato falseado que han hecho los documentales, las series, el cine, los telediarios y tanto quisqui sobre la Segunda República. Los progres nunca cuentan que el comunismo, aliado al PSOE de Largo Caballero, más otras fuerzas radicales de izquierda, provocaron la guerra (lo decían y hacían explícitamente). Y, cosas que pasan, la perdieron. Y gracias a que la perdieron España no se convirtió en un feudo de Stalin. Es muy fácil quedar bien y condenar por decreto (como lo hizo el PP de Aznar) el alzamiento nacional; es más difícil no ser hipócrita y sopesar el contexto histórico: que media España al menos estuvo dispuesta a luchar contra el caos en que había degenerado la Segunda República. La Memoria Histórica (impuesta y anticonstitucional) ha tenido un efecto positivo: que la derecha empiece a hablar con menos tapujos del PSOE bolchevique, de la república real, de la guerra civil y del franquismo, si de eso hay que hablar, como lo hacía Esperanza Aguirre en Madrid cuando le tocaban las narices. Cada día que pasa se sabe más de las checas y menos se acuerda nadie de aquellas películas malas y subvencionadas, “más falsas que un billete de Mortadelo”, en palabras de Arturo Pérez Reverte.

A pesar de todo lo dicho, es de justicia recordar que el partido comunista de Carrillo aceptó la transición a la democracia en los años setenta; es decir: abandonó la senda del terror que se había practicado en la URSS (o en Paracuellos del Jarama). Entonces fue el comunismo nacionalista vasco (Herri Batasuna, hoy Bildu: la ETA) quien recogió el testigo de la imposición por el terror. Y ahora que el PSOE se alía con Bildu y con quienes ensalzan la figura de Lenin o apoyan las dictaduras comunistas de América o quieren ilegalmente separarse de España, el PSOE no es un partido de extrema izquierda; si hay algún partido extremo, ese es Vox.

Da un poco risa, la verdad, que la izquierda y una parte de ese centro-leré haga el paripé de llevarse las manos a la cabeza, que viene la extrema derecha, cuando los creadores de las asonadas (que no el anglicismo “escraches”) son los comunistas podemitas; los únicos que tiran tuercas a la cabeza en los mítines son de izquierda extrema, y de extrema izquierda es el único político que afirma que eso no era sangre, sino ketchup; es la extrema izquierda la que golpeó a la vicepresidenta de Vox hace escasos días en Estella. Es la izquierda socialista la que merece el calificativo de “extrema” no votando en Europa a favor de que se investiguen los cientos de crímenes de la ETA aún por resolver; que vota en contra de declararlos crímenes de lesa humanidad; es extremo ese PSOE que expulsa del partido a Joaquín Leguina y a Nicolás Redondo Terreros mientras mantiene a José Luis Rodríguez Zapatero, facedor de caldo gordo a Nicolás Maduro en Venezuela. Es extrema izquierda un PSOE que pone a Mercedes Delgado, pareja de un juez condenado por prevaricación y amiga del comisario Villarejo (con tres decenas de causas abiertas), como imparcial fiscal del estado. Parece una noticia que viniera de Venezuela.

En España ya cuela cada día menos ese cuento de que la derecha es de los avaros ricos y la izquierda es de los honrados trabajadores. En España no hay extrema derecha: lo que hay es mucha gente a la que le toca las narices que a la señora Montero le den 20.000 millones de euros para sus gastos, por decir algo de entre mil, mientras nuestros dineros valen cada día menos; o que aún se acuerdan del tal Simón, una inutilidad solemne que significativamente nunca dimitió, porque para chulo, el doctor Sánchez. Sánchez que ahora, a 700 euros el megawatio/hora, va por las teles bien rellenitas de propaganda institucional echándole la culpa a la guerra de Ucrania.

Aún con todo, nos olvidamos de la razón principal del crecimiento del partido de Ortega Lara. Y la razón principal es el PP. El PP se ha ido tanto al centro que se les ha ido el pie. Y para una Ayuso que les sale, la intentan echar de malas maneras. Qué falta de elegancia y de todo.

Con lo que llegamos a la conclusión de que el problema de España es que a Vox le llamen “extrema derecha” y no se les caiga ni una pestaña de la vergüenza.