Opinión

El tiempo y la Navidad

Ya estamos en diciembre. No hace mucho que era verano. Todavía siguen pasando las grullas a su destino con sus chillos inconfundibles. Pero, en esta tesitura, como ellas, cada uno hace su itinerario vital en busca del calor como metáfora de la vida. Y sin duda, todo que ocurre a nuestro alrededor, cada vez, es más efímero. No hay días largos, ni noches infinitas. Nos comemos el tiempo sin salto, ni traba que lo detenga o lo frene momentáneamente. Y en medio de este dilema: la Navidad.

Por ello, hacer balance, es un ejercicio que viene incluido en estos llamados “días entrañables”. Si todo ha transcurrido bien, sin grandes sobresaltos, ni contrariedades, apetecen días de bacanales culinarios, cavas con burbujas diminutas, y reencuentros entrañables. Es lo que toca. ¡Ah, amigos! pero, sin el año es mejor olvidar, porque no ha traído nada gratificante, las navidades, lejos de relajar, estorban.

En definitiva, nos marcan el tiempo y el devenir. Cuando ves el exterior de tu alma, u oyes la televisión, lees la prensa, escuchas la radio, tienes sensación que esto avanza rápidamente. Que todo ha sido un suspiro, un momento, un instante. Sobre todo las noticias que inauguran un terrible telediario, y a los dos días se desvanecen en el olvido más terrible. Nosotros también cambiamos, a pesar que en nuestro interior sigamos pensando que no hemos claudicado a nuestros principios pueriles de épocas imberbes. Nosotros sufrimos las mismas transformaciones que nuestro entorno. Si no, seríamos eternos, aunque algunos y algunas lo parecen.

Así, la Navidad es un periodo que te invita a pensar en esos cambios. Es momento de recogimiento, de dudas, de nostalgias, de tiempos mejores, de peores tiempos y de emociones diversas.

No obstante, las grullas siguen pasando años tras años en busca del calor. Nosotros seguimos pasando, pasando y pasando. Me llevo un buen recuerdo de aquellas navidades de la infancia donde pensábamos que el mundo era como la Nochebuena. ¡Feliz Navidad para todo el año!