Opinión

La política se mira y se prepara, al margen del abandonado ciudadano

Nos encontramos ya sumidos en ese sórdido periodo electoral en el que las formaciones políticas se lamen las heridas y se preparan para afrontar la campaña y el asedio al voto, y “al poder”, tristemente, su único objetivo.

El problema radica, ahí mismo, en la esencia de cómo se entiende la política y el (buen) gobierno actualmente. 

La suya es una lucha por “sacar partido”, y nunca mejor dicho. No para plasmar en un programa un proyecto, pensado, debatido, coherente, de futuro y con proyección, más allá del hoy y el ahora, con décadas de reflexión. Con experiencia acumulada, con ideas, con ambición, con cooperación... ¡Nada más lejos de la realidad! 

La política y los políticos abogan más ahora por el postureo, el giño, el gesto puntual (e inoportunamente decadente), la conveniencia y el interés estratégico, no el bien colectivo, ni el global.

Se prima la ocurrencia y se abandona la materia gris. Se convierte en clara impostura, jactándose de negar al otro no sólo la palabra y la razón, sino la posibilidad de acuerdo. Camina, esto es, por los derroteros del absolutismo de la falta de ideas y el cortoplacismo de encuesta e interés.

Así, la política moderna, llegados a este punto del siglo y del desarrollo “democrático”, se ha convertido en el bufón de la vida, el hazmerreír del conocimiento, el ladrón de la gente de a pie y de la realidad.

Todo vale por un voto, nada más. Y la verdad, el criterio, la sonrojante dignidad, queda a un lado. Olvidada, abandonada, desatendida. Y así, claro está, el desatino está garantizado. ¡Perdemos todos!