Opinión

Un ciudadano, un voto

Así era el lema desde hace mucho tiempo. Ya hace décadas se consiguió ampliar el voto a las ciudadanas, y en estos momentos son numerosos los extranjeros que pueden elegir e incluso ser elegibles. Pero no toda persona que vive a nuestro lado tiene el estatus de ciudadanía. A las personas extranjeras se les distingue en la ley de extranjería en diferentes grupos dependiendo de su procedencia y de su capacidad adquisitiva. La gente mayor, muy sabia, siempre ha dicho que hagan lo que hagan los gobiernos, lo pagan los mismos, os pobres. Hoy los más pobres de los pobres suelen ser inmigrantes sin papeles ni derechos, sin estatus de ciudadanía. No podrán votar ni ser votados.

Y mientras las campañas electorales van tomando ambiente, los cayucos llegan a las islas Canarias cargados de hambre, temores y sueños rotos. Pocos candidatos hablan para ellos porque no valen un voto. Y si lo hacen, es para poner en cuestión los pocos derechos de facto que disfrutan o para asimilar inmigración a delincuencia, que hay partidos sin escrúpulos que saben que así pueden rascar votos de la ignorancia.

Quien crea de verdad en valores democráticos, tiene que seguir reclamando derechos para todas las personas, y para las que viven establemente entre nosotros, sea cual sea su estatus económico y procedencia, “cada ciudadana o ciudadano, un voto”.