Opinión

¿Qué le pasa a la derecha?

No es un problema semántico, cuando nos referimos a la derecha o al centro derecha. La sola denominación de derecha tiene en nuestras latitudes unas connotaciones muy negativas, y así muy poca gente se reclama de derechas, ya que todavía pesa mucho nuestra historia reciente. Menos aceptación tiene todavía el término conservador, ya que parece que es él que se opone a todo tipo de cambio, pero si miramos sin prejuicios, comprobamos que existe una determinada ideología conservadora desde fines del siglo XVII y que toma forma en torno al gran debate sobre la Revolución Francesa.

En este caso no estamos ante un mero reflejo reaccionario sino, bien al contrario, frente a una forma distinta de hacer las cosas, de conducir el cambio, aquélla que se basa en la desconfianza en la pura razón, en el apego a la experiencia, en la reivindicación de los valores forjados a lo largo de la historia común y en la defensa de la excelencia, como mejor manera de evaluar los esfuerzos de las personas.

Cualquier debate político se desenvuelve en un contexto determinado, así mientras en EE.UU. el marco de referencia lo han establecido los republicanos -después de muchos años de batallar, incluso fuera del sistema en ocasiones- los demócratas casi siempre juegan a la contra. En el caso español sucede lo contrario, los marcos de discusión política los ha marcado siempre la izquierda desde la transición, y la derecha continua a remolque, careciendo en muchos casos de la visualización de un discurso propio.

Tras el Franquismo, la derecha se encontraba desorientada, desenraizada de la tradición ilustrada y liberal, de los siglos XVIII, XIX y primeras décadas del XX. En los primeros pasos de la Transición trató de hacerse perdonar sus mayores o menores complicidades con la Dictadura y en algunos casos aún sin complicidades, quisieron abandonar su condición de derecha, por estar mal vista por la mayoría ciudadana.

Por todo lo anterior, se vio obligada a inventarse el Centro, término ambiguo y de difícil definición, ya que de forma expresa se renuncia a ser algo, al situar la identidad de uno, al albur de los extremos de los demás. Resignándose a no tener una ideología propia, para limitarse a mantener una actitud conciliadora ante las cosas.

Tras la Transición la derecha española intentó conformar un gran partido político reuniendo a grupos distintos. El pragmatismo se impuso, y con él, el talante conservador de tratar de frenar los procesos de cambio dirigidos por los socialistas, al tiempo que se buscaba la construcción de una imagen de modernidad. Aquel pragmatismo conservador, garantizó al Partido Socialista cuatro legislaturas al frente del Gobierno, a pesar de su lenta agonía final.

Una vez en el poder, el Partido Popular cambió. La gestión económica la dirigió desde una perspectiva liberal, dando paso a una época de gran prosperidad, reconocida por todos. Tubo una fuerte impronta en el PP la lucha contra el Terrorismo enmarcada en la crisis vasca, que obligó a los populares a hacer una reflexión profunda sobre los principios morales de los derechos y de las libertades. Que les retrotrajo, quizás inconscientemente, a unas raíces ilustradas y liberales. El PP se convirtió en un partido liberal-conservador, al tiempo que se reclamó español, en su plena significación constitucional.