Opinión

La expectación y la duda se encuentran en Turquía

Tras dos intentos previos, a la tercera ha sido la vencida, y Abdullah Gül se ha convertido en el onceavo presidente de la República turca. Con el apoyo de los 341 diputados de su partido (mayoría absoluta), el AKP Gül es el nuevo inquilino en el Çankaya (palacio presidencial).

Lo que algunos medios han querido presentar como un pulso entre las fuerzas laicistas del país, fieles teóricamente a los principios fundacionales de Atatürk, y los islamistas políticos, cuya máxima expresión en opinión de esas fuentes sería el AKP, es más bien una lucha encarnizada por hacerse con los resortes del poder.

Así, los grupos que durante mucho tiempo han maniobrado en torno al status quo vigente (militares, elite política, burócratas) ven con pavor el ascenso de una nueva clase media, con raíces islamistas pero lejos de esa imagen de fundamentalismo que nos quieren vender, y que también quiere hacerse con su parte del pastel.

Las dudas ya han comenzado a sobrevolar el palacio presidencial. Las declaraciones de los militares, "advirtiendo de la amenaza islamista" es el primer paso de la tensión que se respira entre el estamento militar y el AKP. Si hace unos meses sus declaraciones fueron interpretadas como "un golpe militar virtual", y que dieron paso además a protestas y manifestaciones contra el partido gobernante, en esta ocasión el margen de maniobra del primer ministro Recep Tayyip Erdogan, parece que es mayor.

Erdogan está buscando atemperar a los militares más exaltados y de momento ha logrado desactivar la presión de la calle, sobre todo tras su rotunda victoria electoral. La imagen que ofrece Turquía estos días es la de "la existencia de dos poderes que compiten entre sí" y eso junto a la legitimidad del propio gobierno pone en entredicho el futuro del país. Es evidente que si el gobierno cede ante las presiones y amenazas su legitimidad desaparecería, como lo haría también el "label democrático" que desde occidente se pretende otorgar a Turquía.

Por ello, Erdogan ha buscado aliados dentro de la estructura militar y sin protagonizar medidas radicales, como serían las purgas tras el golpe virtual de abril, sigue buscando encerrar al ejército dentro de sus propias contradicciones. El tema kurdo o la alianza con Estados Unidos son factores que estaría utilizando Erdogan a su favor, además de cara a Occidente, el papel del ejército turco se estaría dejando de asociar a la "defensa de los valores laicos y fundacionales de la República" y se relaciona más, al menos en algunos medios, a sus importantes intereses económicos que durante estos años ha ido tejiendo a través de diferentes redes y empresas.

Uno de los tópicos más utilizados estos días como arma arrojadiza es el tema del hijab, que algunos medios todavía confunden malintencionadamente con el velo. El tradicional pañuelo que cubre la cabeza de las mujeres musulmanas se está convirtiendo en el caballo de batalla metafórico. Históricamente, ninguna mujer que lo ha llevado ha podido acceder a una universidad (Hayrünnisa Gül, esposa del presidente, no pudo realizar sus estudios universitarios por ese motivo), ni a las intalaciones militares ni tampoco al Çankaya. El hecho de que Hayrünnisa lo utilice se ha convertido en arma arrojadiza contra el nuevo presidente.

Lo que algunos presentan como defensa de las libertades (la prohibición del hijab), para otros supone "la estigmatización y la marginación de la mujeres que lo portan". Si el uso del mismo está ligado a la libre elección de la persona no debería suponer ningún problema para todo aquel que se cataloga con el "label democrático occidental". Sin embargo detrás de esta pugna vuelven a resurgir los verdaderos intereses que promueven la tensión.

Así, "la lucha contra el hijab" es el intento de una minoría por hacerse con el dominio de la mayor parte de la población (quien por cierto, lleva años utilizándolo sin ninguna connotación islamista o política), y ocultar al mismo tiempo sus verdaderos motivos, que no son otros que resistir como sea la pérdida del poder que han sustentado hasta ahora.

Las expectaciones que se abren tampoco son pocas. La experiencia acumulada por Gül al frente del ministerio de exteriores va a ser la columna central de su nuevo proyecto presidencial. Los asesores que junto a él van a entrar en el Çankaya para conformar su equipo proceden en gran parte de ese campo, por ello los nombres de diferentes embajadores se sitúan en torno al equipo del presidente.

La política exterior turca va a ser por tanto uno de los ejes centrales del nuevo presidente, logrando asentar los enormes pasos dados en ese campo hasta la fecha y buscando situar a Turquía como un actor más influyente y poderoso en la escena internacional. Su habilidad diplomática es más que evidente, su papel mediador en Oriente Medio, los acuerdos bilaterales con Irán, los lazos con las nuevas repúblicas de Asia Central o la búsqueda de una fórmula para Turquía dentro del proyecto europeo son algunos de esos logros basados "en intereses pragmáticos y no en el dogma islamista".

Turquía puede estar a las puertas de una "nueva era", lo que algún analista turco muy optimista, jugando con el nombre del presidente, ha definido como "Gül Devri" (Era Rosa) que es el término musulmán que equivaldría a la mítica "edad de oro" griega. Los retos están sobre la mesa y además de la estabilidad política interna, con el debate en torno al kemalismo o la realización de una nueva constitución, el país deberá afrontar temas complejos como Chipre, los derechos humanos y libertades, la cuestión Armenia, las demandas kurdas o las relaciones con la Unión Europea.