Opinión

Inmigrantes: ¿instrumentos de usar y tirar?

1291191427.jpg

Dentro de la Programación de la Escuela Social de Tudela para el curso 2010-2011, el próximo Martes 14 de Diciembre intervendrá a las 8 de la tarde en el Palacio Decanal, Mikel Mazquiaran, Abogado y colaborador de SOS Racismo. Disertará sobre “Inmigrates: ¿instrumentos de usar y tirar?”.



Se trata de tomar en consideración, más específicamente, la incidencia de la crisis sobre la inmigración. También en este punto contamos con estudios actualizados recientes. Aparte de conocer su situación concreta, sus necesidades y demandas, y el tipo de respuestas que debiéramos propiciar, es importante que tomemos conciencia de dos cosas: de cómo nos situamos ”ante” ellos, esto es, de cómo los vemos y valoramos. (¿Cómo meros recursos para usar y tirar a conveniencia?, ¿cómo un mero problema y un engorro?, ¿Cómo personas de segunda o que en ningún caso pueden estar antes que yo en la fila?), y de cómo nos situamos y relacionamos “con” ellos. A saber, cómo entendemos y ponemos en práctica en el terreno de toda nuestra vida social aquello de la igualdad y de la ciudadanía.



Porque hoy en día, ni la población de origen inmigrante es homogénea, como tampoco lo es la española, ni -lo que es aún más importante- es igual a la que había hace unos años en España. Ya no hay sólo trabajadores adultos. Hay familias, hay más de medio millón de niños escolarizados y muchos nacidos aquí; numerosos matrimonios mixtos y unos cientos de miles de nacionalizados. Tanto los datos como la realidad social que todos conocemos así lo atestiguan. Otra de sus características es su voluntad de permanencia. La mayor parte de la población de origen extranjero está asentada o en proceso de arraigo. Y un tercer rasgo es que la población de origen inmigrante constituye el estrato más bajo del mercado de trabajo: puestos de baja cualificación, salarios inferiores, posición desfavorable ante el desempleo...



Lo que quiere decir que está más próxima a los problemas que también tiene una buena parte de la población española, la que está en los estamentos más bajos de la escala socioeconómica.



Si España es el país con una mayor proporción de extranjeros de la OCDE en la actualidad, superior en términos relativos a la que tienen Alemania, Francia o Gran Bretaña, lo es por el atractivo que ha tenido el mercado de trabajo tal como se ha configurado en este país en la última década, con un alto nivel de economía sumergida. Y en este punto, conviene recordar el contraste existente entre el comportamiento laboral de los inmigrantes –altas tasas de actividad, temprana incorporación a la misma- con el trato que reciben en nuestra sociedad, muy insuficiente todavía en reconocimiento y en igualdad. A pesar de ello, el grado de integración alcanzado hasta ahora ha sido razonablemente bueno. Su incorporación a un mercado de trabajo no competitivo –hasta ahora- con el de la mayoría de los nacionales, ha posibilitado, si no integración plena, sí una coexistencia en la que no ha habido ni grandes ni continuados conflictos entre comunidades distintas, aún cuando personas de diferentes orígenes nacionales conviven en los mismos espacios urbanos.



Pero estos últimos años han sido de cierta bonanza, y el reparto de los recursos, del empleo, ha llegado más o menos a todo el mundo. La situación actual es diferente, y en ella coinciden la destrucción de cientos de miles de puestos de trabajo, siendo el empleo un factor fundamental de integración, con una situación de alto endeudamiento individual, fruto, precisamente, de la ilusa confianza en la persistencia de ese relativo bienestar, lo que está llevando ya a miles de familias a rozar situaciones de exclusión.



Además de éste, ya asoman otros tipos de peligros no menos visibles que pueden dar lugar a confrontaciones por los escasos recursos. El primero de ellos es el de caer en la tentación de recortar el Estado de Bienestar con la la crisis. Se trata justamente de hacer lo contrario, de reforzarlo en los sectores más frágiles, para frenar las deficiencias sociales que esa parte de la sociedad padece. Un segundo peligro está también en manos de los políticos evitarlo, y es el de no caldear el ambiente con manifestaciones de corte populista que fomenten la xenofobia. Y un tercero es pensar que la integración se hace sola o que basta con una ley para ponerla en marcha.



La integración social es todo un proceso de acercamiento y de acomodación entre la sociedad de acogida y los extranjeros que llegan. Un proceso a corto, medio y largo plazo. Un proceso bidireccional: de y con los inmigrantes, de ajuste mutuo. La integración es, también, un conjunto de medidas que deben garantizar la igualdad de trato en una sociedad de derechos, medidas que propicien la igualdad de oportunidades, y que fomenten la interacción mediante el reconocimiento mutuo, el reconocimiento de la pluralidad cultural. El resultado deseable es una sociedad con vínculos sociales fuertes, que se asienten sobre unos principios y valores que no se deben relativizar, que garantice la pertenencia plena de todos sus miembros, y propicie en quienes vienen de otros países a formar parte de ella un doble sentimiento: que la sientan como propia y que se sientan aceptados.



Por lo tanto, la integración no tiene sólo que ver con la inmigración, sino con el conjunto de la sociedad, de la que también forman parte quienes viven y trabajan en ella aunque no hayan nacido aquí.