Opinión

Figuras para la memoria

Cuán fácil nos puede resultar abrir un libro de historia y encontrar de forma inmediata una figura, hombre o mujer, que destaque sobre el resto de mortales bien sea por sus aptitudes en el ámbito político, bien en el social o cultural.


Suelen ser ellos los que ponen nombre y apellido a hechos históricos memorables, dotándolos de humanidad, empatía y conexión con el pensamiento y sentir presentes. Con ellos nos identificamos si sus acciones fueron dignas del más imbatible de los patriotas; les transmitimos nuestras faltas y les juzgamos sin piedad a pesar de ser sólo imágenes de libro o recuerdos para un museo.


Desde nuestra ignorancia nos preguntamos qué tuvieron de diferente con respecto a sus contemporáneos, qué relación mantuvieron con ellos y por qué la historia les ha otorgado ese pequeño espacio de gloria eterna. Tomaron, en muchos casos, decisiones transcendentales cuyas consecuencias han atravesado los siglos moldeando de forma casi imperceptible los devenires históricos hasta la actualidad. ¿Qué les impulsó a tomar esas decisiones? ¿Qué les hizo avanzar firme en sus ideas hasta el punto de que hoy en día consideramos sus principios como algo irrebatible y ejemplar?


Quizás la respuesta haya que buscarla, en el mejor de los casos, en el anonimato de todas aquellas personas que han ido construyendo lo que en el presente conocemos como nación vasca. Por lo tanto, ¿a quién pertenece el honor de merecer esa mención especial en los libros de historia?


Las clases bajas de la sociedad, los campesinos, el proletariado... ellos han sido, y lo siguen siendo, el pulso de la historia, los que realmente la han hecho avanzar. Sus intereses, sus necesidades, esperanzas y reivindicaciones han sido las razones por las que aquellos otros rostros conocidos han reaccionado y actuado, aunque no siempre de la manera más acertada.


Han sido la voz del pueblo, pero también su silencio, su último reducto y su perdición. A través de esas ilustres figuras nos llega el trabajo y la dedicación de una sociedad que siempre se ha visto obligada a soportar por igual los errores y éxitos de sus representantes.


Pedro de Navarra fue hecho prisionero el año 1516, cuatro después de que comenzara la invasión y posterior conquista del reino navarro por orden de Fernando el Católico. Se mantuvo al frente de los agramonteses en sus varios intentos por recuperar la libertad del reino, libertad que se perdería definitivamente en 1524, a los dos años de que el Mariscal Pedro de Navarra muriera por causas aún sin aclarar.


Aquí está pues la figura destacada, el rostro visible de un hito histórico, la ventana abierta a todo aquel que quiera adentrarse en uno de los momentos de nuestra historia que más impotencia provoca, una ventana que nos conduce y nos arrastra hacia el conocimiento de esa otra realidad: la del pueblo que luchó por su reino, la de una época en la que las presiones internas y externas estaban al orden del día y las deficiencias económicas se veían agravadas por las malas cosechas, la peste o la Inquisición.


Y tal y como hemos hecho mención sobre Pedro de Navarra, de igual manera podríamos hacer con otros hombres o mujeres históricamente destacables, sin intención alguna de restarles un valor bien merecido. Pero lo cierto es que los libros de historia también nos hablan de esa otra parte protagonista, es decir, la de los conquistados, los exiliados y vencidos, e incluso para los que realmente lo quieran y puedan leer, nos hablan de pueblos y comunidades, de familias enteras y de personas anónimas. Y de los principios de éstas, de sus sueños, ideas y anhelos, surgidos en la conciencia de sus creadores y proyectados hacia su entorno más cercano, pensando en el pueblo al que pertenecen y en la tierra en la que viven. Porque la nación vasca avanza y no sólo a golpe de decisiones y acciones llevadas a cabo por las clases dominantes dentro de los ámbitos político, cultural o social, sino también al ritmo que imponen los hombres y mujeres de a pie cuyos ideales y puntos de vista han sido determinantes a la hora de darle un giro de 360º a la situación que estaban viviendo.


Si así ha sucedido en el pasado, ¿por qué no podría volver a ocurrir en el presente? Bien es cierto que las circunstancias son muy diferentes y que el poder dista mucho de estar en manos de la sociedad, pero aún es peor reconocer que la sociedad vasca no está preparada para tomar las riendas de su futuro y sin lugar a dudas la actual heterogeneidad de pareceres no es la mejor base para caminar en una única dirección.

Mireia C. Zubiaurre Nabarralde