Opinión

A más necesidades, más Solidaridad

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Un año más, el 31 de agosto la Organización de las Naciones Unidas (ONU) nos invita a celebrar el Día Internacional de la Solidaridad y, sin duda, nos anima a realizar algunas reflexiones que necesariamente se han de hacer desde la perspectiva del momento que estamos viviendo. Son muchos los posibles enfoques, pero voy a centrar mis comentarios en varios aspectos muy concretos.

En primer lugar, para afirmar con rotundidad que no cabe plantearse ninguna disminución de la ayuda que las naciones económicamente avanzadas prestan a los países económicamente desfavorecidos. Las sociedades prósperas no pueden “replegarse” sobre sí mismas, pues supondría un claro retroceso en la aplicación del principio de “humanidad” que debe orientar el proceso de la globalización. Las consecuencias de este cambio de sensibilidad política y social serían imprevisibles.

En segundo lugar, señalar que para sorpresa de algunos, aunque otros lo anunciaban hacía tiempo, las dificultades económicas han llegado a nuestras sociedades, dando lugar a la aparición de importantes bolsas de pobreza y necesidad. En cualquier caso, corresponde a las administraciones públicas de estos países económicamente desarrollados, por el principio de la justicia distributiva, adoptar las medidas que se estimen necesarias para afrontar los retos sociales propios y ajenos del momento. Sólo diré que, en mi opinión, no se puede mantener una “sociedad del bienestar” sin promover, a su vez, la activación y el fortalecimiento de las redes de solidaridades sociales primarias y secundarias, aquellas que aportan más cercanía personal. Porque el “estar bien” de las personas no viene dado sólo por disponer de unos medios económicos básicos, condición necesaria pero no suficiente, sino por el establecimiento de unas relaciones sociales dignas y justas.

En tercer lugar, para decir que, en consecuencia con lo anterior, es imprescindible fomentar, desde el ámbito familiar y educativo, la cultura del servicio a los más necesitados, del cuidado de los más débiles, del respeto a la persona físicamente deteriorada, de consideración del valor del sacrificio y esfuerzo personales, del reconocimiento de la dignidad intocable de las personas, del sentido de la empatía, de la ternura y el agradecimiento. La cultura que, en definitiva, inspira y sostiene a las organizaciones solidarias.

Por eso, es necesario que las administraciones públicas, los partidos políticos, apoyen, en estos momentos, sin ambages a estas iniciativas sociales. Estoy convencido de que el movimiento solidario no va a faltar a la cita y creo, además, que sabrá movilizar a muchas personas dispuestas, en el ejercicio de su libertad, a colaborar desde el anonimato, sin ánimo de lucro y sin esperar el reconocimiento social.