Opinión

Europa en decadencia

Este año, con la celebración de elecciones europeas, surge una pregunta crucial: ¿Cuál es el destino de Europa? ¿Nos sentimos representados por el Parlamento Europeo o lo consideramos un órgano regulador excesivamente intervencionista? Personalmente, me inclino hacia esta segunda postura, ¿no hemos demostrado ser poco competentes en la regulación de la Inteligencia Artificial (IA), siendo nosotros, los europeos, rezagados en innovación en este y otros ámbitos? Si alguien sufre un perjuicio a causa de la IA, ¿no debería tener el derecho a demandar? ¿Realmente los funcionarios europeos tienen una visión clara del rumbo que tomará esta tecnología en fase de desarrollo?

La Unión Europea se ha comprometido con la Agenda 2030, cuyos objetivos —reducción de la pobreza, protección del medio ambiente, entre otros— son ampliamente respaldados por la mayoría. Sin embargo, estos objetivos han sido secuestrados por una élite lejana que utiliza esta agenda para avanzar en su agenda totalitaria. Políticos que dictan qué acciones son permitidas y cuáles no, restringiendo cada vez más el espacio de libertad del ciudadano. Se nos trata como menores de edad, como si no fuéramos capaces de tomar decisiones por nosotros mismos, como si Europa acabara de nacer. La UE representa menos del 5% de la población mundial y, sin embargo, parece querer erigirse en el salvador global. Alemania, el antiguo motor de Europa, ha experimentado un déficit comercial por primera vez en décadas y el Bundesbank ha anunciado que entrará en recesión técnica este trimestre. La apuesta alemana por el gas ruso, el cierre de centrales nucleares y la transición a energías renovables ha resultado en un encarecimiento de la energía que ha dañado severamente a su industria. Incluso han tenido que reabrir minas de carbón abandonadas para satisfacer su demanda energética. Este cambio de rumbo les ha llevado a volverse menos competitivos internacionalmente. La UE se enriqueció gracias al capitalismo democrático y sus valores de libertad, comercio libre, ahorro, propiedad privada, entre otros. Pero toda sociedad rica lleva en sí misma la semilla de su propia decadencia. Desde Europa se proyecta un falso manto protector que es bien recibido por gobiernos como el nuestro, a cambio de concesiones que recortan nuestras libertades y dependen de subvenciones. Los ciudadanos aceptamos estas medidas sin darnos cuenta de que el dinero no cae del cielo, sale de nuestros bolsillos. A corto plazo, estas medidas pueden resultar atractivas, pero a largo plazo nos convertirán en incompetentes a nivel internacional, como ya ocurre en Alemania. Habrán creado una sociedad dependiente de políticos y burócratas. Mientras tanto, sobrevivimos gracias a la intervención monetaria del Banco Central Europeo (BCE). Si bien hace un año se nos advertía sobre la necesidad de reducir el déficit y la deuda, ahora se nos tranquiliza diciendo que podemos gastar más en la agenda 2030 y mantener una fiesta de gasto irresponsable. Este enfoque solo perpetuará la inflación, especialmente si el BCE continúa reduciendo las tasas de interés. El aumento de precios no es culpa de los comerciantes, es culpa de la sobreabundancia de euros. Las políticas actuales nos llevan al decrecimiento económico. A pesar de que hace más de 10 años ya criticaba este movimiento teórico de decrecimiento, pensando que era una quimera sin valor, hoy en día triunfa en una Europa decadente. Entonces, ¿a quién votamos?