Opinión

Parece mentira

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Esta misma semana se ha publicado el informe «Percepción social de la violencia de género en la adolescencia y la juventud» según el cual “uno de cada tres jóvenes considera inevitable o aceptable en algunas circunstancias controlar los horarios de la pareja, impedir que vea a su familia o amistades, no permitir que trabaje o estudie, o decirle a su chica cosas que puede o no puede hacer”.

Una amiga hizo en Facebook un comentario sobre esta noticia que me hizo reflexionar. «Parece mentira que esto esté ocurriendo», decía ella.

¿De verdad nos parece tan extraño? Hay muchos datos que escuchamos a diario que nos pueden resultar incomprensibles: que un tercio de las jóvenes acepten el control por parte de sus “chicos” lo es, sin duda; que varios millones de españoles vean a diario Gran Hermano VIP y Sálvame, también; lo es que seis de cada diez españoles no lean ni un solo libro al año, o que el fútbol ocupe más de la mitad de un telediario.

No es momento de usar ese argumento que dice que el poder siempre busca ciudadanos adormilados y sin capacidad de crítica, pero a veces uno tiene la sensación de que hay quien se empeña en poner palos en las ruedas al avance de la humanidad. Y que son los mismos que llevan haciéndolo desde que el mundo es mundo: quienes han tenido y tienen en sus manos el resorte fundamental que podría hacer cambiar las cosas: la educación.

Pensemos por un momento: ¿Quiénes ha tenido en este país el control en exclusiva de la educación durante siglos, hasta el final del siglo XX, salvo el breve paréntesis de la II República? ¿Acaso no son los mismos que ahora ejercen su influencia en gobiernos que se autodefinen como “conservadores”? Decirse conservador es proclamar el deseo de que las cosas sigan como están y eso, en el tema que nos ocupa, significa mantener a las mujeres en el papel secundario que han jugado durante siglos. Quienes han echado atrás una asignatura como “Educación para la ciudadanía” con la que nuestros hijos abordaban la necesaria igualdad entre sexos, no pueden echarse las manos a la cabeza ante noticias como la que nos ocupa.

¿Es esto exclusivo de España, donde la influencia de la Iglesia católica ha sido y es incuestionable? Evidentemente no. Resulta superfluo establecer comparaciones con lo que ocurre en los países de religión musulmana, sobre todo en aquéllos donde los dirigentes religiosos y los políticos están demasiado cercanos, cuando no son los mismos. Estremece oír hablar de un nuevo califato, una teocracia, en pleno siglo XXI.

Syriza, un partido de izquierdas y progresista, acaba de obtener el poder en Grecia. Pero, sorpresa, en el nuevo gobierno no hay ni una sola mujer. ¿Incomprensible? Sí, hasta que escuchamos a Dora Makri, la corresponsal de la TV griega, hablar de la enorme influencia que todavía mantiene la Iglesia ortodoxa en aquel país y del ridículo porcentaje de mujeres en su vida pública.

Tres asuntos de actualidad me llevan a relacionar la persistencia de tics autoritarios del varón sobre la mujer con el papel de las distintas religiones a través de su influencia en la política y, sobre todo, en la educación.

A mi amiga de Facebook «le parece mentira que esto esté ocurriendo». A mí, mientras no le pongamos remedio, mientras no implementemos políticas educativas eficaces o se sigan echando por tierra las que otros ponen en marcha… lo que me parece mentira es que no ocurra más.

Carlos Aurensanz

Escritor