Opinión

¿Tendré que ir a un juzgado a denunciarlo?

A lo ancho y a lo largo de mi existencia de rico/pobre hablador/urdidor, sí, pues, aunque, al nacer, al parecer, fui bendecido con el don de la fertilidad ideal y/o ando y sigo sobrado de pensamientos sobre los que discurrir, nunca he cobrado nada (de nada), ni siquiera un solo euro por ellos (puede creerme el atento y desocupado lector de estos renglones torcidos, ora sea o se sienta ella, ora sea o se sienta él), he cosechado un montón de fracasos. Lo acabo de escribir y, como noto que me he quedado corto, procuro armarme de sensatez y valor, y procedo a enmendarme al momento, y decido aseverar, por tanto, cuanto juzgo que es más cabal y ecuánime que aparezca aquí, que podría formar con todos los fiascos cosechados, los que me han imputado los demás y los que me he adjudicado yo, una colina o cerro y hasta un monte.

He trenzado textos a los que, nada más colocarles el punto final, me parecían excelsos, fetenes, de veras; ahora bien, si volvía a leerlos un rato después, u horas o días, los consideraba, pásmese usted, sí, si así lo desea, manifiestamente mejorables y, por tanto, mediocres, tibios. En algunos casos, como me daban, bien grima, bien alipori, en lugar de firmarlos yo solo, me avenía a que lo hicieran antes algunos de mis heterónimos, una mera añagaza o subterfugio, sin duda, porque me permitía salir airoso e indemne del brete.

Como sigo creyendo, a pies juntillas, que el mejor maestro/profesor que hubo otrora en el seminario navarretano fue fray Ejemplo, siguiendo su estela o rastro, pondré uno, clarificador, pues para modelo siempre bastó con exhibir o presentar en el mostrador de la mercería un solo botón.

Soy un usuario habitual de los ordenadores (sobre todo) de la biblioteca pública “Yanguas y Miranda”, sita en el número 14 de la tudelana calle Herrerías. Desde el pasado 9 de mayo (hoy se cumple un mes justo del hecho, en puridad, del deshecho), a pesar del cúmulo de gestiones culminadas por este menda —he mandado, al menos, en dos ocasiones, pantallazos, a través del siempre solícito Luis, que ha hecho las veces de intermediario, a los informáticos del servicio de la red de bibliotecas públicas de Navarra, para que estos tuvieran conocimiento y noticia exhaustiva de cuanto me ocurría—, en las que, insisto e itero, me ha echado más que una mano Luis, el bibliotecario mencionado arriba —él me cedió una computadora portátil, no dependiente del servicio mentado y, gracias a ella, comprobé, de manera fehaciente, que el origen del desaguisado estaba en dicho servicio, el de la red de las bibliotecas de Navarra, pues con la citada computadora pude hacer dos correcciones pertinentes, sin tener que abatir o superar endriagos u óbices—, el problema que referí y del que di pelos y señales en el texto que rotulé “ ¿Cortafuegos se llama hoy la censura? ”, que vio la luz en mi bitácora de Periodista Digital, el blog de Otramotro, el día 26 de mayo, dos folios en los que hacía responsable de dicha censura (la llamaré así, mientras no se solvente el atropello o desmán) al Gobierno de Navarra, persiste, habiendo transcurrido un mes, sin ser solucionado.

Repito y haré hincapié cuantas veces sean necesarias. El problema sigue sin ser solucionado. Está claro, cristalino, que, para solventar dificultades, si quien está capacitado para ello, no quiere, los problemas continuarán sin ser resueltos. Así que quien/es tenga/n que supervisar las labores que han de llevar a cabo los informáticos del servicio mencionado deberán recordarles que tienen que cumplir con todas sus obligaciones, con todas. Desde los ordenadores de la biblioteca de Tudela puedo acceder a mi blog, pero, tras escribir la contraseña certera y entrar, me veo imposibilitado para operar, como hace un mes coronaba sin obstáculos, en él, porque una herramienta informática, instalada por no sé quién, desde entonces me prohíbe hacerlo. Eso no me ocurre con los dos ordenadores que me han prestado, gratis et amore, sendos amigos.

Confío, deseo y espero que el estropicio se arregle pronto, porque, como vea que se alarga sine die, tomaré el atajo directo del derecho, que siempre se halla expedido para circular por él en un Estado de derecho, esto es, acudiré a los despachos de dos amigos, letrados, peritos en mil lides, para que me orienten en lo que más me convenga hacer. ¿Tendré que ir a un juzgado a denunciarlo? Daremos tiempo al tiempo, hasta que la paciencia se agote. Ahora bien, no olvidé, ni olvido, y ojalá jamás olvide ni la primera, ni la segunda, ni la tercera pata del edificio del derecho de Ulpiano, sobre todo, esta, que dice así: “suum cuique tribuere” (y dar a cada uno lo suyo; que, me temo, las gracias no van a ser).

Acaso sea un nuevo fracaso el que resulte de todo ello, y deba sumarlo a los existentes, a la colección. Puede que le coloque una leyenda donde se lea y quepa esto: “Me llama la atención qué poco se cultiva hoy la capacidad fantástica (en su doble y aun triple vertiente o significado) de forjar, modelar y moldear el humor ad libitum, a voluntad, de reírse de uno mismo, a mandíbula batiente (si hiciera falta), sin que acabe motejado uno por ello de insulso o superficial”.

   Nota bene

Ayer trencé los renglones torcidos que contiene este texto para que vieran la luz el próximo jueves 9 de junio, pero, como el hombre propone, pero solo Dios dispone, hace un rato, tras estar más de media hora al teléfono, en comunicación directa con un informático del servicio de las bibliotecas públicas de Navarra, que “ha encontrado la aguja en el pajar”, o sea, ha resuelto el problema, considero pertinente que, tras darle, de corazón, las gracias a él, lamento no saber su nombre de pila, para que constara aquí, en acta, quien le ha doblado el brazo y ganado el pulso al desmán, debo adelantar la publicación del mismo, que será a las doce del mediodía (retrasaré el poema, que había previsto publicar a las 14 horas, en mi bitácora, el blog de Otramotro, a las 20 horas).

Para que quede claro, cristalino, lo más diáfano posible, mis plurales gracias van para el innominado informático, que ha deshecho el tuerto o entuerto, y, asimismo, a Luis, el bibliotecario, una joya que hay que cuidar como oro en paño (como sus dos compañeras, Pilar y Teresa, excelentes en lo suyo), que ha estado impecable y paciente ante mis ruegos y comentarios sarcásticos. ¡Gracias!, muchas gracias! Gracias, también, por supuesto, para dos amigos que se merecen el cielo, que no quieren que les mencione, quienes me han cedido sus ordenadores muy gustosos.