Opinión

¿Por qué somos reacios a los cambios?

Iuris praecepta sunt haec: honeste vivere, alterum non laedere, suum cuique tribuere” (Estos son los principios del derecho: vivir honestamente, no molestar al otro y dar a cada uno lo suyo”).

 

   Dominicio Ulpiano

Estoy de acuerdo con Ulpiano, pero, a veces, resulta casi de todo punto imposible dar a cada uno lo suyo sin molestar al otro, al menos, un poco, lo mínimo.

Anteayer, domingo, 28 de mayo, desde unos minutos antes del mediodía hasta las catorce horas pasadas, asistí en el Centro Cívico “Lourdes”, de Tudela, a un acto informativo en el que intervinieron diversas personas, a saber: el alcalde, Eneko Larrarte, varios representantes de los grupos municipales que conforman el equipo de gobierno de la ciudad: María Joaquina Gómez (Tudela Puede), Martín Zabalza (PSN) y Milagros Rubio (I-E); y, a continuación, dieron su parecer o hicieron uso de la palabra una veintena de ciudadanas/os del barrio.

El Ayuntamiento de Tudela, en cumplimiento de la Ley Foral 33/2013, de 26 de noviembre, de reconocimiento y reparación moral de las ciudadanas y ciudadanos navarros asesinados y víctimas de la represión a raíz del golpe militar de 1936, que, según el apartado e) del punto 1 del artículo 4, que recoge las medidas que la Administración de la Comunidad deberá adoptar o tomar, apartado que habla, en concreto, de que es obligatorio “retirar las menciones o símbolos franquistas que pudieran existir”, ha decidido cambiar los nombres de 49 calles del Barrio de Lourdes, donde vivo.

La asistencia a dicho acto, cuyo objeto, itero, no era otro que informarnos a las/os vecinas/os de las calles afectadas, provocó que trenzara los párrafos que componen la reflexión que, desde entonces, he venido haciendo al respecto.

Grosso modo, reviví una de las muchas asambleas universitarias a las que acudí en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza durante mi último año de carrera, en 1987, que solían moverse en esa horquilla que suele ir del bochorno o vergüenza ajena al orgullo. El debate entre la ciudadanía y los políticos, a pesar de los pesares, fue beneficioso, positivo.

Antes de que empiecen a hablar en público (y/o de que envíen o suban sus textos para que se publiquen en el medio que sea el día y a la hora que sea), aconsejo a los demás lo mismo que me recomiendo a mí mismo con especial encarecimiento, que revisen y valoren sus notas (lea y aun relea varias veces lo redactado por mí), quiero decir, que dedique/n o invierta/n unos minutos, al menos, de su/mi preciado y precioso tiempo a ponderar cómo van/voy a decir lo que se/me disponen/dispongo a alegar o aducir, con qué forma conviene que acompañe/n o presente/n el fondo del asunto, en definitiva, cuál es el continente que más y mejor le cuadra o encaja con el contenido sobre el que van/voy a discurrir o disertar.

Está claro, cristalino, que conviene cumplir esta pintiparada conditio sine qua non, echar mano de la prudencia (hemos de obrar sabiendo discernir y discriminar qué está bien y qué está mal —desde el punto de vista del derecho, de la ética, de la estética y de la moral— en cada momento y lugar y comportarnos de manera apropiada, persiguiendo el bien común y rehuyendo el mal general), o sea, hablar o escribir con sumo cuidado, de la manera más adecuada, cautelosa, moderada, reflexiva y sensata para evitar daños (mayores y menores) en unas/os y en otras/os, molestias ajenas y propias, resumiendo, que nunca está de más esforzarse para que nadie llegue o pueda sentirse herida/o en su orgullo y respeto, creencias, libertades, sentimientos,...

Es obvio que a la búsqueda y posterior hallazgo de las mejores palabras para presentar las ideas que una/o ha tenido hay que buscarle, asimismo, cuanto antes, pareja lógica, conveniente, para el baile, para el tándem, esto es, una actuación o comportamiento coherente, congruente y consecuente. Porque, ¿de qué sirve que cacemos al vuelo o pesquemos sin ayudarnos de caña o red unos pensamientos admirables, pergeñemos con ellos unos planes asombrosos y hagamos con estos unas propuestas interesantes e inteligentes si, a posteriori, nuestro proceder desmiente u objeta unos y otras? ¿Acaso no clamaría al cielo, por ser manifiestamente escandaloso, que el director general de Tráfico condujera su vehículo incumpliendo el grueso de las normas y señales, generando un peligro constante y constatable al poner en riesgo la vida de otras personas, amén de la suya?

Los políticos están (esa es, según mi parecer, su principal misión) para solucionar los problemas que les plantea la ciudadanía, no para generarle o agobiarla con más. Si el Ayuntamiento (se comprometió a ello) va a correr básicamente con la gestión o los trámites de los numerosos cambios, no puedo poner objeción alguna o ningún pero a las susodichas mudas. Y, como los nombres de las calles no son definitivos, ahí va la propuesta (no es mía, pero abundo en ella) que escuché formular a Beatriz Blanco: en lugar de topónimos referidos al agua, como guiño o pequeño homenaje, colocar los nombres de los pueblos de procedencia de las/os primeras/os vecinas/os del barrio: Cornago, Igea, Rincón de Olivedo, Cervera del Río Alhama, Cabretón, Aguilar, Valverde, Valdegutur, Grávalos, Yanguas, Castilruiz, San Pedro Manrique, Valdeprado, Cigudosa, Sanfelices, Oncala,... Evidentemente, como soy un demócrata convencido, acepto que otras/os puedan hacer otras proposiciones decentes, tan válidas como la que comparto, y diré amén a la que apoye la mayoría.

Seamos o no plenamente conscientes (y tan justos con las/os demás como con nosotros mismos) de las innumerables mudas que experimentamos (de pelo, piel, uñas, colegio, móvil, compañía telefónica, novia/o, piso, coche, ideas, partido,...), lo cierto e innegable es que cambiamos y nos cambiamos (las/os ciudadanas/os del grueso de los países de la UE, por ejemplo, a diario, de bragas/calzoncillos).

Así las cosas, mientras viva y me funcione correctamente la memoria/testa, a propósito del cambio, recordaré a continuación un párrafo, trenzado en la misma frontera o linde que separa las burlas de las veras, al que le tengo una afición y un cariño especiales, que subrayé y extraje otrora de un texto que portaba la firma del autor de esa novela que lleva el marchamo de clásico, “Patria”, Fernando Aramburu:

“Convendría, por higiene, cambiar de ideas, de convicciones, de principios, como se cambia uno de ropa interior. Quien profesa una ideología durante largo tiempo termina ensuciándola, no me hagan decir con qué”.

Las personas adultas, por lo general, somos poco proclives a los cambios. El refranero español recoge, verbigracia, esta paremia (que ha llegado a enquistarse o incrustarse hasta en el ingenio de las/os menos pesimistas), “más vale malo conocido que bueno por conocer” (prima hermana de esa otra que predica que “más vale pájaro en mano que ciento volando”), con la que venimos a reconocer el valor de la precaución, que viene a aleccionarnos esto, que no merece la pena arriesgar lo que uno tiene en el bolsillo por algo mejor que acaso nunca se obtenga, aunque se disponga de la capacidad para adquirirlo o alcanzarlo.

Las mudas, vengan acompañadas o no por mudanzas, en personas aburguesadas, acomodadas, mayores, acarrean o suelen cursar con desconfianzas, dudas, incertidumbres, miedos, reticencias, pues nada descarta que tengan consecuencias negativas y aun fatales. Pero esto no nos ocurre solo a las/os españolas/es. Las/os inglesas/es, por ejemplo, usan esta expresión “better the devil you know than the devil you don't know”, que convenientemente traducida viene a coincidir, poco más o menos, con el espíritu de la citada paremia española: “mejor el diablo que conoces que el diablo que ignoras”.

Un pensamiento parecido sostiene Kyo Maclear en su libro “Los pájaros, el arte y la vida” (2016), quien, mediado el primer capítulo (que he leído en internet, por gentileza de Planeta, gratis et amore), cita lo que escribe Amy Fusselman en otro: “Te sorprendería lo difícil que resulta estar abierto a cosas buenas y nuevas, diferentes. Estar abierto a cosas malas y nuevas —a desastres, por ejemplo— es bastante fácil. (...) El verdadero reto son las cosas buenas y nuevas”.

Si seguimos la estela dejada por Ulpiano, Aramburu y Maclear, que abunda en lo que sostiene Fusselman, acaso logremos actuar con justicia y, si nos esforzamos bastante más de lo que lo hacemos, tal vez consigamos el doble desafío de dar a cada uno lo suyo y favorecer que las cosas buenas y nuevas ocurran más.