Opinión

¿Por qué te sigo epístolas urdiendo?

 Amada Pilar:

Hay quien sostiene (y acaso no vaya desencaminada/o) la siguiente regla de tres: el buen gusto es al arte como los cabales minutos de hervor al arroz al dente. Como sobrepases el minuto idóneo de cocción, como no funjas de zorra culinaria, ese arroz no lo roza (ni huele; y aquí no te miento) el azor más hambriento.

Lo nuevo, lo novísimo, al llamar tanto la atención, por descolocar los ojos del espectador (ella o él), desacostumbrado a esa nueva manera de hacer o decir, nace como si dijéramos con vocación de ser condenado al ostracismo o al cadalso, por no agradar lo coronado, el resultado. Y es que, al salirse de las mentes cuadriculadas de los críticos (ellas y ellos) y del canon, lo lógico y normal es que tire para atrás y sea reprobado o rechazado.

Ahora bien, basta con que quien hizo el hallazgo estético de esa nueva forma de ver, trasladar o interpretar la realidad, cree y haga escuela o le siga un puñado selecto de epígonos (re)creativos para que esa nueva manera estética sea, primero, tolerada, luego, valorada y, por último, más tarde, ensalzada con ese adjetivo que acaso le convenga y cuadre, original.

El artista (sea hembra o varón), para encontrar su sitio en el espacio o ámbito donde pretende que sea reconocido su trabajo, para distinguirse del resto de las/os de su oficio, suele ensayar mil y un modos (quizás sean muchos) hasta que logra alcanzar u obtener esa forma de expresarse que lo hace reconocible, único, que es su marchamo, su firma.

No recuerdo a ciencia cierta quién fue el verdadero y concreto autor (ella o él) de la idea que me dispongo a verter aquí a continuación, pero tengo para mí que el ignoto hacedor (hembra o varón) de dicho pensamiento acertó, dio de lleno en el blanco o centro de la diana, al definir desfachatez, poco más o menos, así: dícese del argumento que osó esgrimir un biparricida ante los jueces, que formaban el tribunal que iba a sentenciar su caso o causa, implorándoles clemencia por haberse quedado, desde que él cometió el doble asesinato, huérfano. Como tal vez todo artista (ella o él, sufra el complejo de Edipo o no) aspira a matar al padre o mentor, a quien le enseñó a jugar al ajedrez, a pescar (o a cualquier otro menester), acaso le encaje también dicha definición. En la introducción que Friedrich Nietzsche colocó a su “Ecce Homo” se puede leer que “recompensa mal a su maestro quien quiere seguir siendo siempre su discípulo”.

Si te escribo, Pilar, cada semana una epístola es porque noto que redactártelas y remitírtelas me hace mejor persona; (ur)diré más, un ser especial.

Te ama tanto que hasta se asusta al comprobar la calidad, la calidez y la cantidad del amor que te profesa