Opinión

La peor pesadilla de quien cumple

Ojalá tenga que pagar la apuesta.

Como todo ciudadano o trabajador (ella o él) cumplidor sabe, por propia experiencia, la peor pesadilla que puede acaecerle a un tal es constatar lo evidente, público y notorio, que su jefe (casi siempre varón) es un incompetente redomado.

Si no en todos, en muchos grupos humanos, públicos y privados, lamentablemente, cabe hallarlos con y en diferentes grados o niveles de responsabilidad (en este caso, claro, huelga el apunte o comentario, de su opuesta, irresponsabilidad). Nadie con la cabeza bien amueblada, con dos dedos de frente, entiende ni sabe explicar por qué está donde está, siendo lo que, sin ninguna duda, es, un cero a la izquierda. Pero la realidad, que a unas/os causa extrañeza y a otras/os depara incredulidad, se impone al deseo: está donde está y ocupa el cargo o puesto que ocupa (verdad de Perogrullo). Si las empresas, las administraciones, instituciones u organizaciones que guían (supuestamente) los jefes pésimos no terminan yéndose al garete, a pique, a la quiebra, es, seguramente, porque ni dirigen ni mandan tanto como ellos se encargan de propalar por doquier presuntuosa o vanidosamente.

Aunque quien generaliza obra injustamente, pues hace pagar a los justos por lo que llevan a cabo los pecadores, basta con echar un vistazo rápido a los distintos dignatarios y mandatarios actuales de los diversos países del mundo para tomar conciencia de que, si se encuentra alguna salvedad a la tesis que acarrea, contiene, encierra y sostiene este escrito, es porque, como se predica y sucede con algunas reglas de ortografía, verbigracia, no hay norma sin excepción.

Como todo lector avezado conoce, sobra con haber leído, si no a diario, regularmente, los periódicos para saber, a ciencia cierta, cómo se ha actuado en unas naciones y en otras con las armas (los recursos materiales, cuando los hubo; primero, a disposición del personal sanitario y, luego, del ciudadano de a pie: mascarillas, pantallas, equipos de protección individual, EPI, geles, etc.) a su alcance, a fin de luchar contra la covid-19, para tener un criterio negativo (o muy negativo) de a quién/es hay que achacar un porcentaje del número total de contagiados (más de 27 millones ya en el orbe, cuando trenzo estos renglones torcidos) y de fallecidos.

Me apuesto doble contra sencillo (ojalá tenga que pagar la apuesta) a que se pueden contar con los dedos de una mano los dirigentes que, habiendo contribuido con su incompetente proceder al doble desastre presente (y futuro, me temo, por diuturno) en el que nos hallamos inmersos (el epidemiológico y el económico), se avienen a asumir y reconocer sin ambages lo obvio, su parte alícuota de innegable responsabilidad, sin caer en la tentación ni cometer la bajeza de adjudicarles el grueso de los mismos, la mayor parte de los de su propia cosecha (de ellos, de los dirigentes repelentes), a los ciudadanos irresponsables, faltos de empatía y solidaridad (que los ha habido y los hay, es cierto; pero confío, deseo y espero que cada día sean menos), y a los otros, sus contrarios, los demonios dantescos. Y es que son legión quienes, como a un clavo ardiendo, se agarran a la tesis que (aunque hizo otrora tanta fortuna, a mí no me hace hoy ninguna gracia) ideó Jean-Paul Sartre de que “el infierno son los otros”.