Opinión

Es mera y moldeable plastina para el que urde ficciones el pasado

Se lo escuché decir a uno de mis mejores amigos y heterónimos, Emilio González, “Metomentodo”, en una triste ocasión, a la salida de un tanatorio, tras haber acudido ambos allí, por distinto cauce, pero con idéntico motivo, a dar el pésame a la viuda, hijos, deudos y allegados de un colega, condiscípulo o émulo común, Evaristo Gómez, “Meteoro”, que a todas las partes solía ir, como muy a propósito venía a sugerir su ajustado o cabal mote, con evidente retraso (según él) o prisa (según el parecer de la persona que fuera testigo inesperado o insospechado de su proceder, ella o él): “No hay nada que sea más digno de admiración que la mala memoria”. Seguramente, había echado (al menos, de modo momentáneo) en saco roto u olvidado, cuanto, de manera apropiada, había observado o proferido otro, que, para disponer de una surtida biblioteca, bastaba con reunir o sumar estas dos inexcusables circunstancias concretas, tener muchos amigos y mala memoria.

Entre amigos (reconocidos o no) y conocidos (de diverso grado o vario pelaje), los recuerdos remotos devienen o llegan a ser más firmes y seguros (menos difíciles de abatir) que los recientes. Y debido a esa adicción, hábito o manía, que nadie negará, de que nuestros cerebros o mentes tienden a rellenar los huecos o las lagunas normales, que todos tenemos, del mejor modo, a veces, no somos plenamente conscientes de lo que, de manera involuntaria, hacemos, mentir como bellacos, al sumar, por nuestra propia cuenta y riesgo, dos recuerdos deslavazados, carentes de significado, por la sencilla razón de que juntos logran adquirir, sin controversia posible, sentido, sensibilidad y credibilidad.

 A quien se ocupa y preocupa filosófica y sociológicamente de estos menesteres le consta que, si augurar el porvenir es una labor intrincada, difícil, explicar e interpretar correctamente el pasado (salvo para los economistas, que son la excepción que viene a confirmar la regla) no resulta una tarea menos sencilla, si exceptuamos esta coincidente consecuencia o simple corolario, que, tanto los unos como los otros (si portan unos y otros una hache inicial, como les solía colocar, de cuando en vez o de vez en cuando, uno de mis maestros y estros más dilectos —y, por tanto, predilectos—, don Miguel de Unamuno y Jugo, el ejemplo sigue siendo útil y válido), lo tomarán por mera plastilina, para moldearla a su capricho o antojo.