Opinión

Las sombras de la educación de ayer

Hoy es un día sereno. El sol brilla en todo su esplendor y atraviesa con fuerza el cristal de mi ventana, de tal forma que, los monólogos ensimismados, parecen cofres infantiles que se derraman después de cerrados por la grieta desajustada de la inocencia.

De la fuerza, de lo ungido por el principio de autoridad jerárquica de diseño del poder, o de los disfrazados de honrados paternalistas que pretenden dominarnos y que vayamos por la senda recta, que en realidad es la que utilizan ellos para el dominio. Es la que predican.

A veces los objetivos en sí pueden ser positivos, pero los pervierten y los contaminan con sus intereses para controlar. Sucede con las religiones, que se pueden apoyar en principios justos, pero luego los poderes religiosos las aderezan con el pecado, la condenación eterna, la excomunión, la penitencia etc., para tenernos sometidos con la perversa “culpa”.

En mi generación, nacíamos con el camino recto marcado. Supimos pronto cual era: el que marcaban los popes de la manada social dominante, dictadura política, religiosa, y en consecuencia de la familia, generalmente regidas por autoridades paternas. La autoridad familiar generalmente emanaba y la controlaba el varón, con frecuencia con la complicidad de la madre. Derivaba de los poderes sociales en aquel momento. Ellos marcaban nuestro camino.

Sin embargo, la acción de educar en la familia debería y debe estar generada por el amor, por la relación estrecha, también por el ejemplo, por la tolerancia durante el aprendizaje, por la explicación en un ambiente cálido y amoroso. Pero entonces, el imperativo en muchas familias era la autoridad generalmente del padre. Conozco casos de mi generación, y no excepcionales, en que el padre pegaba a sus hijos por travesuras más a menos llamativas, algunas simplemente por desobediencias. Uno de mis amigos me relataba: ”cuando me riñe mi padre” y veo que se suelta el cinturón del pantalón, ya sé lo que me espera. Los golpes eran frecuentes. Se creaba un ambiente de miedo más que de respeto. En un colegio al que asistí hasta los nueve años los golpes con la regla en las manos con los dedos juntos, en la cabeza, en las piernas, eran algo diario. Muchos quedamos traumatizados por un tiempo.

Otra forma de tortura infantil era la humillación contra el niño ya crecido. En el comienzo de la adolescencia, en esa fase en que se intenta crear “el yo” individual, reforzar la individualidad, era frecuente discrepar y ser crítico. Había padres autoritarios para los que golpear a un hijo casi tan alto como él podía ser estrambótico y de cierto riesgo, y que, ante discrepancias de lo establecido por ellos, recurrían a la humillación: decían “eres tonto” o “no llegarás nunca a nada”. Era más dañino que un golpe. El adolescente crítico con el padre protestaba buscando el cariño y la comprensión de la madre, algunos lo encontraban, pero algunas respondían: “tú a tu padre no le llegarás ni a las suelas de sus zapatos”. Había mucho sufrimiento infantil. Los padres son muy importantes en la vida, para bien, pero también para mal.  Conozco muchos casos.

 El discrepar en edades tempranas era traumático, porque nos tachaban de desadaptados en el mejor de los casos, cuando no de tontos o inútiles, e intentaban con fruición y con coacciones a veces físicas que volvieras al redil. En mi generación sufrimos al clero, a la dictadura política que impregnaba la vida comunitaria y a los métodos coercitivos de las familias autoritarias que estaban un tanto generalizados. Se respiraba un aire espeso protegido por un velo de autoridad política, familiar y religiosa.

Hoy el trato en las familias, en la enseñanza y el trato en los colegios es civilizado. Generalmente nunca se recurre al castigo físico. En ese aspecto la mejoría ha sido muy importante. Tal vez se ha degradado la autoridad de los profesores. Nos estamos pasando al otro extremo

Sin embargo, a pesar de las importantes mejoras, como por ejemplo haber salido de una dictadura, nuestra democracia en unos años se ha ido degradando y hoy vivimos “democracias manipuladas”. Con el gran poder de influencia de los medios de comunicación, radios y televisiones dependientes de poderes económicos con el objetivo de manipularnos en ideologías políticas determinadas y decisiones electorales. 

Era más fácil defenderse de la fuerza de la dictadura, porque ocasionaba rebeldía y negación, que de estas democracias manipuladas sibilinamente para el engaño hasta la intoxicación.