Opinión

Pintura al agua

Muy útiles los colores. Los básicos, rojo, amarillo y azul, a partir de los cuales podemos conseguir el resto que, con sus mezclas, pueden dar casi un sinfín de tonalidades. Nos permiten conseguir sugerentes matices con los que pintamos nuestro nido, el lugar donde compartimos la vida, nuestros sitios íntimos, donde nos solazamos en nuestros sueños y tentaciones que, por cierto, nos permite darles cada vez tonalidades distintas huyendo de la monotonía; también, donde gozamos agazapados, o lloramos en soledad.

Además, las pinturas nos sirven para enjuagar nuestras fachadas, para dar una imagen que dice muy poco de nosotros; en general, algunos las pintan para dar sensación de distinción, de rango idiota. Es el forro, la irrealidad, lo que ven de nuestras vidas. Incluso, con eso nos valoran junto con nuestra forma de vestir y todas las parafernalias con que nos cubrimos para enseñarnos a los otros.

Pero la pintura no solo la utilizamos para cubrir algo externo. Los matices diversos, pasteles, embrocados, tiradillos, etc., los utilizamos con mayor maestría para colorear nuestros sentimientos; es como poner en el espejo un matiz más amable cuando no nos gustamos. Hay espejos que cuando nos miran a los ojos, nos acusan, nos reciben con una negativa, con una crítica, con el entrecejo fruncido…Una mano discreta de un tono gris velado, nos apacigua, aplaca sus expresiones y nos tranquiliza la conciencia. A veces, es tal el enfado y el encono con que nos mira, que no se puede soportar y, al menos yo, emborrono la imagen con un tono rojo fuerte hasta que desaparece. Mañana será otro día. Mi conciencia se quita un peso de encima de momento.

Otros días pintamos el aire en tonos amables que hacen prometer un día feliz o exitoso. A veces, simplemente difuminamos la realidad para hacerla más asumible y llevadera.

A veces necesitamos cubrir las heridas recibidas, soportadas y guardadas en los anaqueles del recuerdo. Emplastecemos los desconchados de las paredes de nuestros sentimientos, y luego, damos unas manos de verde engañoso o de azul prometedor, o pintamos todo de un tono general y, así, apenas se adivina donde estaba el sufrimiento.

Después, cambiamos los muebles de sitio, y nos ponemos a bailar un baile desenvuelto y ligero, los brazos extendidos, la mirada perdida en el vacío, limpiando las telarañas de lo cotidiano.

Con frecuencia, cuando nos interesa especialmente, tomamos la brocha gorda, la de las mentiras, y pintamos con trazo grueso lo que queremos borrar, y con trazo atractivo lo que pretendemos enseñar. El trazo grueso lo utilizamos para que, bajo él, no se trasluzca la verdad. Solemos llevar en la canana habitualmente la brocha gruesa y pintura ocultante y, en envases más atractivos pinturas de color inocente, purpurinas y pasteles adornadas con música. Pero ojo, esa pintura se desconcha fácil y, con frecuencia, trae malas consecuencias, aunque a veces es la única forma de poder vivir, falseando la realidad. El trazo grueso a veces nos remuerde la conciencia.

En ocasiones, es tal es desmadre y la desorientación que, en momentos críticos, hacemos borrón y cuenta nueva intentando ocultar toda nuestra vida anterior.