El poder es perseguido por muchas personas, y basta tener pequeñas cotas para que salga la catadura ética, moral y humana que cada uno lleva dentro. No es preciso que objetivamente sea muy importante, incluso se observa más en los ámbitos pequeños; este tipo de sujetos, intentan sentirse grandes en sus pequeñas parcelas; todos conocemos a guardias municipales y a otras personas con uniforme (el uniforme, los botones dorados imprimen carácter), a funcionarios de ventanilla, profesores, médicos, directores de empresas, jueces, etc. y, hasta padres de familia, que se comportan de forma altiva y soberbia, y están demostrando permanentemente sus pequeñas o grandes cotas de decisión sobre otros.
Todos estos son los “imbéciles poderositos”, que además suelen ser malas personas, pues esas pequeñas cotas las viven como algo propio, utilizando a los demás para magnificarse.
La sociedad está plagada de estos individuos, porque todavía persisten las ideas trasnochadas en algunas empresas, que a los subordinados, hay que tenerlos controlados, mejor dicho sometidos, y utilizan mandos condicionados por el servilismo; y, así va todo, porque en general se trata de gente mediocre al servicio de otros poderosos más inteligentes pero de la misma calaña.
A estos imbéciles poderosos es a los que me refiero: a los que en las empresas o en el trabajo, en sus profesiones, se comportan con prepotencia y despotismo con las personas sobre las que tienen poder de decisión; suele ser gente miserable que se rodea de gente manejable pero interesada, para tener controlados al resto. También me refiero a esos imbéciles poderosos que en el momento que consiguen esa cota de poder, renuncian a sus orígenes, a sus raíces, y se comportan socialmente como clase dominante.