Opinión

Ideales

Los ideales, son conceptos que entrañan un bien en sí mismos, y defenderlos supone que el trabajo, la formación, la reflexión y a veces el riesgo de defenderlos, no aporta nada material al que lo hace o defiende, sino la convicción del deber cumplido, que lleva aparejado la sensación de bienestar íntimo en la propia conciencia, paz, y aumento de la autoestima, que no debería traslucirse, sino debería ser una autoestima íntima, siendo conscientes de nuestras propias limitaciones y de nuestra vulnerabilidad.

Defender ideales no suele ser rentable, porque no se suelen defender ideales que se dan por hechos y aceptados por la mayoría en la sociedad en que se vive en ese momento, sino que se suelen defender cuando están en crisis, o cuando están en peligro por la utilización perversa por parte de los poderes correspondientes. En el primer caso puede ser gratificante a la larga, y en el segundo tiene sus riesgos. En ambos, las personas que los defienden tienen como motivación sus convicciones, basadas en un imperativo moral. Me estoy refiriendo a ideales universales.

Hay ideales -con minúscula- que podríamos etiquetar de “posturas”, que dependen de perspectivas personales y que tienen un fin fundamentalmente utilitarista, aunque no se refieran únicamente a provecho personal, como puede ser defender la opción de un partido político, porque considera es lo más justo para la mayoría, sin esperar verse premiado por esa defensa. También es ético y consecuente, aunque probablemente suponga alguna servidumbre en el momento, o con el tiempo.

En determinadas estructuras psicológicas, al defender determinados ideales, puede ser fácil deslizarse y sentirse elegidos, héroes, salvadores, y querer imponer sus postulados, aunque sea en contra del “pueblo”, pervirtiendo los mecanismos de control. Primero utilizando los medios de comunicación para ponerlos a su servicio, al poder judicial, a las cloacas del estado. Es la perversión de la democracia, en la que en realidad no creen, y es el mecanismo propio de las dictaduras, que, en una deriva, se quitan de delante a los discrepantes, a los que estorban; utilizan la descalificación, la deshonra y, en casos extremos, el encarcelamiento e incluso el asesinato. Como cómplices suelen tener grupos económicos de poder. En sus sentimientos más profundos, se constituyen en élite burguesa disfrazados de “héroes sufridores” que están dando su vida por la comunidad, pero en realidad persiguen ser “clase dominante”, con todos los privilegios que conlleva.

Hay grados en la motivación: somos capaces de dar la vida, que puede ser la mayor motivación, por la vida de nuestros hijos, e incluso por ideales. Hay profesiones, como pueden ser los militares, los policías, los sanitarios en épocas de epidemias, etc., que lo llevan implícito en sus deberes. También, hay personas que son capaces de dar la vida, por un imperativo moral subjetivo al que deben fidelidad, como puede ser su patria, su religión.

Estos actos estarían motivados por ideales, en acciones que están fuera del beneficio personal. Tienen un componente subjetivo muy potente, a veces valorado más que la propia vida, que es el instinto que todos tenemos arraigado y reflejo. Son profundamente humanas y muy valoradas e incluso admiradas. 

Estamos en un momento histórico de crisis. Impera el principio de utilidad para beneficio propio, y no tienen rubor en utilizar conceptos aceptados por todos como buenos: como “democracia” (concepto hoy pervertido con frecuencia), para esconderse detrás y perseguir exactamente lo contrario, que coincide con su propio beneficio.