Opinión

Fruslería

Nuestra vida está colmada de pequeñeces. Pequeños gestos, suaves sonrisas, escape de lágrimas por una emoción inerte, apretar ligeramente los dientes por la idiotez escuchada, por esa mirada indiferente que esperamos cálida, por esa no mirada. Por el cardenillo que se forma en las costuras de tanto vagar sin sentido; por el polvo que se ha posado en los zapatos de tanto andar sin rumbo, o el que se forma aún andado con rumbo. Por la sutil indiferencia lanzada al corazón con el punto de mira. Por esa sonrisa arrugada, babosa, que propala mentiras. Por esa casi imperceptible mueca, que nace pequeña pero que se agranda como si inflaras un globo y llega a ocultarnos. Por ese dedo meñique que emerge del agua pidiendo socorro… 

Fruslerías. En muchas ocasiones, fruslería solo es un disfraz donde van ocultas cargas de profundidad que explotan y dan en el blanco. O venenos en copas de plata que se toman con indiferencia e incluso se degustan sabiendo que van a matarte.

La vida está hecha de fruslerías. Algunas se vienen arriba y ocupan noches enteras de felicidad, de volar en utopías, de proyectos que en el fondo sabemos que es muy difícil que lleguen a realizarse, pero brillan como si fueran verdad. Otras, de preocupación y de hastío, que se esconden entre las sábanas, que se tornan viscosas empapadas de sudor y de insomnio.

Contra las fruslerías negativas está el bálsamo en la caja fuerte que guardamos dentro del aposento. Allá llevamos los antídotos y, generalmente, las victorias. En el momento son tan fuertes que, como un viento huracanado, barren en un soplo todas las fruslerías que nos han estado invadiendo la paciencia, y queda el espacio vacío, tan vacío, que precisamos de nuevo la invasión de nuevas fruslerías para saber que somos.