Opinión

La carta de la tierra

La “Carta de tierra”, en 1997, fue una declaración de intenciones en la que estaban implicados los más importantes organismos internacionales. Fue una declaración de principios morales, progresistas por ser humanistas, por ser morales. En el verdadero sentido de progresismo, no en esa manipulación de este concepto y otros teóricamente justos que hoy se practica sin pudor.

Simplemente una cata de lo que propugna la Carta de la Tierra: “hay que luchar por lo necesario, pero a partir de ahí, hay que luchar por ser, no por tener”. El concepto es de una importancia capital. Es muy aplicable a este mundo artificial que nos está tocando vivir. Es un ideal, y como ideal, necesario para avanzar, aunque la propia naturaleza humana va a intentar transgredirlo continuamente. Tal vez es la esencia de los humanos, en todas las razas, continentes y épocas: poner sus manos sucias en conceptos nobles y asumibles por todos, para desde ahí utilizarlos en su propio provecho para engañar a los ciudadanos.

Considero que somos solidarios, curiosamente, mientras se lucha por lo necesario. Cuando se ha conseguido, algunos, más o menos encarnizadamente, persiguen privilegios, ser más en sus entornos, tener más; siempre, en todas las épocas, también en los llamados países comunistas, donde las élites se han comportado como dictadores repartiendo la miseria, pero la cúpula del poder en los diversos ámbitos ha sido “casta”. La historia es terca.

Por supuesto que hay idealistas, pero, en general, no están en los órganos de poder; no juegan con las mismas cartas que los tiburones; ellos no se permiten hacer trampas, sin embargo, los “escualos”, justificando sus fines, son capaces de todo. Los idealistas suelen ser aparcados o se autoexcluyen, porque tampoco comulgan con determinados métodos: “mentir, manejar, utilizar la fuerza…”

Como propugna la carta de la tierra, una vez conseguido lo necesario, deberíamos intentar “ser”, que pasa por ejercer una vida fundada en valores, como potenciar los afectos, las relaciones de igual a igual, la solidaridad, la justicia, la cultura, el trabajo bien hecho, el arte, la honradez…

Todos seríamos más felices, pero, creo que es una utopía, es la antítesis de lo que somos. El camino: aumentar el número de ciudadanos concienciados, informados, honestos, con ideales, que no nos dejemos manipular por los tiburones, para intentar conseguir una sociedad lo más humana y justa posible.