Opinión

Atentado 11 M de 2004. Casualmente estaba en Madrid

La noche de 10 marzo del 2004 llegué a Madrid a la estación de Atocha unas ocho horas antes del atentado, en un tren Altaria que salió de Tudela a las 20,01 y tenía la llegada a Madrid las 22,39, aunque creo recordar que llegó con bastante retraso.

El viaje fue normal, en mi vagón íbamos muy pocos pasajeros; recuerdo a una mujer joven que iba a mi nivel pero al otro lado del pasillo, y a un grupo de chicos jóvenes vascos, que hablando en eusquera conversaban y reían frecuentemente a carcajadas. El resto del vagón iba casi vacío.

A la llegada, la estación a esa hora estaba muy poco concurrida; personas con prisa hacia sus destinos buscaban la salida para tomar un taxi o un autobús. No parecía que hubiera movimiento de salidas inminentes de trenes ni de llegadas; solo el nuestro que iba poco concurrido y llegó con retraso. Ningún aspecto hacía presagiar lo que iba a suceder unas pocas horas después.

A la mañana siguiente, estando en la primera ponencia del congreso, motivo de mi viaje, que comenzó a primera hora y que duró hasta el día siguiente, el ponente interrumpió su disertación y nos informó que se había producido un atentado con bombas en la estación de Atocha y que había varios muertos. Nos dejó sobrecogidos, pero nada hacía presagiar la magnitud y gravedad que tuvo el atentado, del que fuimos tomando conciencia a lo largo de las horas. 

Ese día me trasladé en metro varias veces desde la sede donde se celebraba el congreso al hotel en que me alojaba. El miedo se palpaba en el ambiente. Las estaciones del metro estaban casi desiertas, lo mismo que sus trenes que circulaban regularmente por el subsuelo de Madrid, pero casi sin pasajeros. Se temían nuevos atentados. Los asistentes al congreso, los viandantes por las calles, todos estábamos sobrecogidos, aunque nadie sospechaba la gran magnitud de lo sucedido.

Se produjeron 10 explosiones casi simultáneas en cuatro trenes de la red de Cercanías de Madrid, con el cómputo final de 192 personas fallecidas. Alrededor de dos mil personas resultaron heridas aquel fatídico día según datos posteriores. 

El día 12 por la tarde volví a Tudela en el Altaria que salía de Atocha a las 19,30. Coincidió con la gran manifestación que se produjo a esas horas en Atocha en protesta y duelo por el atentado. Había una gran muchedumbre, sobrecogida, consternada, compungida, en silencio, entre tristeza y rabia contenida. Me chocó que algún grupo de personas llevaban pegatinas en sus chaquetas y en sus jerséis con el lema “No a la guerra de Irak”; estas personas se movían entre la masa de manifestantes, al parecer, intentando extender su mensaje. Me chocó en aquel momento. 

De la autoría no se sabía entonces nada, y creo que aún en el día de hoy hay dudas, pero sí que tuve la sensación clara de que los grupos con las pegatinas del “no a la guerra de Irak” estaba aprovechando la gravísima situación para intentar influir en el resultado de las elecciones generales que se celebraron dos días más tarde, el día 14, que cambió las encuestas previas.

La autoría del atentado se atribuyó a Eta en un primer momento y luego a un comando árabe. Sigue habiendo puntos oscuros. Lo que sí está claro es que fue un atentado cruel y gravísimo, programado en esa fecha por unos desalmados, probablemente para influir en el resultado de las elecciones que se celebraron el día 14. 

Semanas más tarde, una operación antiterrorista localizó a los supuestos autores, en un piso franco en la localidad de Leganés. Acorralados, los terroristas árabes se inmolaron, matando en la explosión a un policía del grupo de élite, con lo que el cómputo global de fallecidos en los atentados ascendió a 193.

Fue el mayor atentado de la historia de España y el segundo mayor cometido en Europa por detrás del atentado de Lockerbie de 1988.

Aún guardo los billetes de tren de aquel viaje a Madrid, donde viví aquel fatídico día. De la rabia y el dolor solo guardo cierta desazón por la propaganda, realmente poco numerosa pero activa, que, en aquel momento de consternación masiva, intentaba sacar rédito electoral de la situación que nos tocó vivir: “no a la guerra de Irak”, que podía haber sido propugnada y valorada el día o los días posteriores, pero no en el momento “de duelo masivo” por las personas fallecidas, e inmediatamente antes de las votaciones. En esas elecciones celebradas dos días más tarde, mi voto habitual de izquierda moderada, fue un voto en blanco por el motivo referido.

De vez en cuando encuentro los billetes de tren en el cajón de mi despacho, y me hace recordar aquel fatídico día, en que fueron asesinadas vilmente casi 200 personas inocentes para crear el terror, y probablemente influir en el resultado de las elecciones generales.