Opinión

Relaciones con Marruecos

Después de la Conferencia de Algeciras (1906) y los Acuerdos de Cartagena (1907) con Gran Bretaña y Francia, el Estado español entró a participar en la colonización de Marruecos. Simultáneamente, el movimiento obrero y el catalanista ponían en jaque al Gobierno central. La zona del protectorado en Marruecos era de muy difícil control cuando además generaba escasa rentabilidad. Tras algún incidente con los marroquíes, Maura decidió enviar tropas de reservistas catalanes casados, lo que provocó una verdadera revuelta popular, encabezada por los políticos de izquierdas. Estalló la huelga general y la represión fue muy dura. Además del centenar de muertos producidos durante los incidentes, fueron detenidas más de mil personas y se decretaron catorce penas de muerte, ejecutándose cinco. La Semana Trágica de Barcelona le costó a Antonio Maura la dimisión en 1909, pero paradójicamente el contingente de tropas en Marruecos aumentó. Sorprende advertir lo poco que les importaba a los gobernantes la vida de los soldados, provenientes en su mayor parte de las clases humildes. En 1921 se produjo el desastre de Annual, en que el líder rifeño Abd-el-Krim causó al frente de las tropas marroquíes más de diez mil bajas al ejército de ocupación. A partir de 1924, el dictador Primo de Rivera, aunque se habían recuperado las anteriores posiciones militares, practicó una política de semiabandono del protectorado marroquí. Franco echaría mano de decenas de miles de mercenarios marroquíes, primero, para efectuar la cruel represión contra los obreros participantes en la Revolución de Asturias de 1934 y, segundo, para combatir a su lado durante la Guerra Civil 1936/39. La independencia de Marruecos se produjo en 1956. Cabe preguntarse sobre la dudosa moralidad de mantener la ocupación de un país vecino simplemente por cuestiones de prestigio internacional cuando esa política imperialista le costó la vida a decenas de miles de nativos y también de reclutas y militares del ejército invasor.

El Sahara Occidental continuó siendo una colonia española. En 1975, el rey de Marruecos organizó la marcha verde y la senilidad del dictador Franco se mostró incapaz de arrostrar la situación de conflicto. La ONU dictó una resolución por la que se tendría que haber celebrado un referéndum de autodeterminación, pero este nunca se ha convocado. Así, pues, la ocupación marroquí se ha convertido en un hecho consumado. Trump, poco antes de abandonar la Casa Blanca, lo reconoció como territorio marroquí, lo que ha creado una paradoja inextricable en que las posiciones defendidas por la ONU han pasado a formar parte del ideario solamente de la izquierda y al tiempo escucharemos voces en el PSOE en contra del reconocimiento del derecho de autodeterminación de los saharauis. En este contexto, Marruecos ha lanzado una ofensiva contra el Estado Español, con una maniobra mezquina de apertura de fronteras cuando en la UE el problema de la inmigración está propiciando el auge de la extrema derecha. En este sentido, hemos de preguntarnos si, en un futuro próximo, Marruecos no aumentará la intensidad de sus demandas sobre las ciudades de Ceuta y Melilla e incluso de las Islas Canarias. Hay quien concibe la historia como un ente lineal e inmoble, pero la experiencia nos demuestra que de forma engañosamente súbita se producen los cataclismos políticos. La invasión del islote de Perejil durante el mandato de Aznar representó solo una escaramuza; el conflicto actual presenta una mayor complejidad aunque no reviste un carácter militar; pero nada indica que exista una voluntad real por parte de Marruecos, donde no se respetan los Derechos Humanos, de encauzar las relaciones con el Estado español dentro de términos de concordia. Nuestra pertenencia a la UE sí que constituye una garantía de estabilidad porque el tema de la inmigración toca muy de lleno al resto de los países europeos, y por eso mismo se debería buscar una solución comunitaria y europea, mucho más deseable que a través de una relación exclusivamente bilateral España/Marruecos que podría derivar, pese a las ingenuas doctrinas de lo políticamente correcto, en una escalada de las hostilidades hasta alcanzar ¡quién sabe! cierto nivel bélico. Todos estaríamos a favor de un mundo sin ejércitos siempre y cuando ese desarme se produjese por parte de todos.