Opinión

Abusos, castigos y acosos a los niños

Los abusos, castigos y acosos a que los niños se han visto sometidos tanto en los centros educativos como en las familias como en las cuadrillas de los barrios o pueblos implican a un porcentaje muy amplio de la población, ya sea como víctimas, como victimarios o como espectadores pasivos. De hecho, podríamos argumentar que esos comportamientos en que los fuertes infligen un daño a los débiles o indefensos integran una parte de la naturaleza humana, la más alejada del mandamiento del amor que nos legó Jesucristo: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”, es decir, dando su vida por nosotros. Cuando los abusos contienen un aspecto sexual, se incurre desde el punto de vista cristiano en un pecado grave, que infringe el sexto mandamiento: No cometerás actos impuros. A primera vista parece inexplicable que religiosos docentes hayan incurrido en esas prácticas nefastas y aberrantes, aunque fuese una respuesta punitiva a comportamientos en los adolescentes y preadolescentes que antaño se consideraban perversiones sexuales y desviaciones de la naturaleza humana. La sociedad concebía la familia como el hogar donde el padre y la madre criaban a sus vástagos y todo lo que se salía de ahí se percibía como una anomalía y un vicio, salvo solterías acompañadas de cierta reputación personal. En la actualidad, por el contrario, la mayor parte de la gente se escandaliza cuando algún político señala la hipersexualización social existente, algo que es evidente y notorio más allá de si somos creyentes o no, porque el erotismo desde hace unas décadas impregna la mayor parte de las manifestaciones culturales y es omnipresente en los medios de comunicación. Si pensamos que ese fenómeno es perjudicial para la sociedad, incurrimos en lo políticamente incorrecto y nos quedamos fuera de juego. Así están las cosas aquí. 

En cuanto a los castigos físicos o/y psíquicos hay que decir que ha sido una práctica constante en las familias y en los colegios hasta una época muy reciente. Mi generación ha conocido los castigos físicos en las escuelas, algo que no se nos ocurre denunciar por más que haya sido una realidad presente en nuestra educación. Es de suponer que en muchos hogares sigue existiendo esa violencia, aunque en la actualidad constituye un delito; hace unas pocas décadas no lo era e incluso estaba bien visto socialmente ante chicos desobedientes, inaplicados o gamberros. Un Gobierno del PSOE prohibió cualquier tipo de castigo físico a los niños y la recurrente bofetada comenzó a ser objeto de posible denuncia. En todo caso, esa medida debería haber ido acompañada de una legislación que prohibiese a los adolescentes ser ninis, es decir, que les obligase por Ley a estudiar y/o trabajar. Tal y como está la legislación ahora, se toleran conductas en los adolescentes, de dejación de sus responsabilidades como educandos, tan aberrantes como esos castigos que ya están prohibidos. 

Y los acosos entre iguales o de chicos mayores a chicos más jóvenes representan otro de los problemas que habrá que abordar de una forma definitiva para evitar esos comportamientos cobardes, por los cuales un chico solo es acosado por el grupo sin que los demás intervengan ni le concedan siquiera una pizca de credibilidad, de ahí que hayan proliferado intentos de suicidio entre adolescentes. Sin embargo, los docentes suelen achacar a la personalidad problemática del chico acosado la responsabilidad de que ocurran esos hechos luctuosos en los colegios y en los barrios o pueblos, donde muchas veces continúan esos tratos vejatorios, lejos de las miradas de los adultos. 

Y esos problemas no pertenecen a un tipo de colegio o de hogar determinados, sino que ha ocurrido en todos los centros educativos y en familias de toda condición social. Cargar las tintas contra la Iglesia Católica solamente es más de lo mismo. Se trata de desprestigiar todo lo que se pueda a la principal institución eclesiástica porque existe cierto tipo de progresismo que lucha contra las religiones de forma enconada, y muy especialmente contra la cristiana y católica. Ha ocurrido desde que surgieron el marxismo y el anarquismo, porque uno de sus principios fundacionales es establecer estados ateos. Gran parte de la izquierda es incapaz de respetar el derecho a la libertad de conciencia y de creencias.