Opinión

El aborto y la pluralidad política

En 1973, la Justicia de los EEUU reconocía el supuesto derecho de las mujeres a interrumpir voluntariamente su embarazo. En aquellos años, en Norteamérica y en muchos países occidentales se había desatado la revolución sexual, que en España no se produjo hasta la década de los 80. Tal vez las nuevas generaciones ignoren la radicalidad de las manifestaciones contraculturales y políticas de los jóvenes que protagonizaron aquella abrupta ruptura con la moral tradicional y convencional, pero cabe recordar al elevadísimo número de damnificados y de vidas truncadas por las drogadicciones, la promiscuidad desordenada y a las víctimas de los grupos terroristas de ideología marxista que surgieron entonces en diferentes países. Realmente aquella época, de la mano de los medios de comunicación de masas, marcó un punto de inflexión en las costumbres y en la mentalidad de amplios grupos sociales en todo el mundo. A partir de entonces, el Cristianismo ya no ha sido la moral impuesta por los Estados, sino que responde a la fe de las personas. El Concilio Vaticano II surgió como una respuesta plausible a esa modernidad contracultural, pero en sí mismo establece la legitimidad de la democracia como sistema político y, por lo tanto, aceptó los regímenes de libertades en todo el mundo. Al contrario de lo que ha sucedido en el Islam, en la UE, EEUU y otras zonas del planeta la laicidad se ha impuesto socialmente hasta el punto de que en los países tradicionalmente cristianos la religiosidad se percibe por el resto con enorme desconfianza y rechazo, cuánto más en España donde se produce la desafortunada e injusta identificación entre catolicismo y franquismo, como si la fe en Jesucristo partiese de la Guerra Civil del siglo XX y no tuviese más de dos milenios de Historia. Hay quien, por ejemplo, aboga por eliminar las cruces, como la del Valle de los Caídos, argumentando que es simbología franquista. 

Sin embargo, el Tribunal Supremo de los EEUU podría derogar esa ley y condicionar ese supuesto derecho al programa político del partido mayoritario. Ciertamente que esta disposición suscitará una amplia reflexión y debate en todo Occidente porque somos muchos los que hemos llegado a defender el derecho al aborto en aras de la pluralidad política, pero no porque hayamos creído que sea un acto positivo para nadie. Muchos hemos llegado a defender que tiene que haber una ley del aborto porque muchas mujeres creen firmemente que existe ese derecho y pueden constituir incluso una mayoría social, pero en nuestro ámbito personal e interiormente hemos sentido y pensado, con suma tristeza, que era profundamente lamentable que cualquiera haya tomado esa trágica decisión, aunque tal vez empujada por una dificilísima situación personal. La aceptación de la pluralidad política y el amplio respaldo que logra el derecho a abortar provocó que, por ejemplo, el Gobierno de Mariano Rajoy no derogase la ley que lo permite, aunque muy razonablemente limitase la toma de la decisión a las mujeres mayores de edad y a los tutores de las menores, algo que pretende revertir la ministra de Igualdad, lo que constituye un auténtico despropósito, como la generalidad de las medidas que ha tomado ese Ministerio. 

Casi todos los fenómenos culturales provienen de EEUU, por lo tanto, parece muy probable que la tendencia favorable al aborto que existe en la mentalidad europea cambie, por lo menos a medio plazo. Es muy posible que toda esa contracultura y pseudoideología que surgió con la modernidad sea paliada si no erradicada de una forma eficaz y que afloren nuevas formas de pensamiento que favorezcan la vida humana en todas sus expresiones. Ahora bien, en España hemos retrocedido mucho con la legislación que ha promovido el Ministerio de Igualdad. Realmente, entristece que no se ponga el acento en prevenir los embarazos no deseados y en favorecer la conciliación de la vida familiar y laboral de las mujeres. Se entiende que muchas piensen que tienen completo derecho a decidir sobre sus cuerpos, pero cuando vemos el grado de desarrollo que ha alcanzado un feto con tan solo unas pocas semanas desde la concepción, comprobamos inevitablemente que ese ser humano ya existe, con su corazón, su cerebro, sus ojos y demás sentidos, su expresión en el rostro… de pura inocencia.