Opinión

Yo no soy Risto Mejide

La semana pasada escribí y publiqué en mi bitácora, “El blog de Otramotro”, el texto que titulé “Todos somos muy ignorantes”. Encabezaba el mismo, como epígrafe o exergo, una de las muchas y célebres frases que dijo y dejó escritas en letras de molde el Premio Nobel de Física en 1921 Albert Einstein (por cierto, de seguir vivo entre nosotros, el sabio que nació en Ulm hubiera cumplido este martes, 14 de marzo, la friolera de 138 años): “Todos somos muy ignorantes (que, como se trataba de un octosílabo cabal, lo elegí para titular mi urdidura —para alguna/o, tal vez, “urdiblanda”—). Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas”. Versaba sobre el revuelo que se había armado en las redes sociales debido a la bronca que había surgido durante la emisión del programa de “Chester in Love”, conducido por Risto Mejide, entre Mercedes Milà y José Miguel Mulet (ambos habían sido invitados al espacio de entrevistas por tener criterios distintos, acaso irreconciliables, sobre una obra concreta, “La enzima prodigiosa”, de Hiromi Shinya).

Ayer leí el artículo que Risto Mejide tituló “Yo soy Mejide” y que le publicaron el domingo pasado en El Periódico. En él daba su opinión sobre cuanto había leído en las redes sociales a propósito (seguramente, se echó a los ojos o dio de bruces con algún despropósito) del asunto en cuestión.

Arranca bien; diré (aquí urdiré) más, porque tal vez me he quedado corto, muy bien, con una muestra de humildad al reconocer una doble carencia, que le falta la experiencia de Milà y la sabiduría de Mulet. Incluso llega a aducir que si algo en el programa no le peta o place al espectador (ella o él), la culpa acaso sea suya. Y si, por el contrario, algo, mucho o poco, le agrada o encanta, el responsable será, sin duda, el magnífico equipo del espacio televisivo, formado por más de cincuenta personas.

A renglón seguido, apunta lo obvio, que, salvo de sí mismo, él no es centinela o guardián de nadie, ni puede hacerse responsable de lo que suelten por sus respectivas muis los invitados al programa. Al carecer, según él, el formato de guion, les deja absoluta libertad de expresión, o sea, no les pone cortapisas ni líneas rojas. Barrunto o supongo que no sin haber dado por sobreentendido que lo que se diga ha de estar dentro de los límites del respeto y gozar de un mínimo de sana cortesía, cortesanía o urbanidad.

Luego ha juzgado oportuno recordar otra obviedad, propia de Perogrullo, que, en sentido estricto, no se trata más que de un pensamiento de Aristóteles, el filósofo peripatético, quien fuera y fungiera de tutor de Alejandro Magno: “el hombre es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios”.

Según Mejide, Milà marró al llamarle “gordo” a Mulet. Está claro, cristalino, que no conviene mezclar churras con merinas, pero en Pamplona, en el Estadio El Sadar, durante el pretérito partido de fútbol disputado entre los equipos Atlético Osasuna y Sevilla Fútbol Club, a quien colocó una pancarta con la leyenda “GORDO” (apodo), en versales y en apoyo (se infiere) de uno de los sevillanos encarcelados por haber cometido presuntamente una agresión sexual durante los pasados Sanfermines, la Comisión Antiviolencia ha propuesto una multa de 4.000 euros.

Para Mejide (no me jodas —pido perdón a todos por mi boutade, escasísima de ingenio—, habrá pensado tal vez Mulet), el científico también se equivocó (en este caso, fuera de cámara) y aduce sus argumentos o razones.

Ignoro si Mejide ha leído “Más allá del bien y del mal” (1886), de Friedrich Nietzsche, donde quien abra dicho libro podrá leer que “lo que se hace por amor está más allá del bien y del mal”. Desconozco si Risto ha escrito “Yo soy Mejide” con o desde el amor. Eso, de modo concluyente y definitivo, solo lo sabe él. Ahora bien, tras leer, de cabo a rabo, su artículo en El Periódico, a mí me ha quedado la impresión de que no, de que al mismo le ha faltado algo precipuo, importante, crucial, de que acaso Risto hubiera atinado si hubiera seguido al pie de la letra y, asimismo, hubiera puesto en práctica una de las ideas más celebérrimas y excelentes, por proverbial, de José Ortega y Gasset, el mejor filósofo español, según mi parecer, del siglo XX, la que predica que “yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no la salvo yo”. Porque, insisto, tras finarlo, a mí me ha quedado, de modo inequívoco, la sensación refractaria de que con las palabras que ha ido colocando, unas tras otras, Mejide ha venido a condenar a Milà y Mulet a la hoguera y a salvarse él de la quema. Según mi criterio, quizás no ha reparado en lo que para mí es distintivo, pertinente, relevante y obvio, que, al invitar a Milà y Mulet, él buscó y propició la polémica, que, a la postre, brotó en el programa y se extendió luego como un reguero de pólvora por las redes sociales. Él mismo viene a confirmarlo, ratificarlo y reconocerlo si tomamos en consideración sus propias palabras, concretamente, estas: “Creo que el debate entre la ciencia y las llamadas pseudociencias o alternativas merece ser llevado a la tele. Por eso el doctor Mulet fue invitado por el programa. Y por eso le saqué el tema a Mercedes Milà. Para que lo discutiesen en prime time”.

Como colofón o remate, rememoraré aquí, en el parágrafo que corona este escrito, que en la obra citada arriba de Nietzsche también se lee que “el amor a uno solo es una barbarie, pues se practica a costa de todos los demás”.

Ángel Sáez García

Filólogo