Opinión

Ser independentista es una opción

Dilecto Mikel Arilla, periodista de Plaza Nueva:

 En la primera lectura que he culminado de tu escrito (porque lo he leído dos veces) “La diatriba al ‘mal patriota’ (si el DLE define diatriba así, “discurso o escrito acre y violento contra alguien o algo”, deberías haber usado para el título de tu artículo la preposición contra), solo he reparado en dos errores (si computamos el mencionado, del rótulo, como el primero, que luego iteras en el cuerpo del texto), que merecen las oportunas correcciones. En el supuesto de que quien firma estos renglones torcidos hubiera sido el autor del tuyo (supongo que te ha ocurrido lo que nos suele acontecer a cuantos estamos acostumbrados a componer textos a diario, que, por muchas veces que leamos nuestras urdiduras —o “urdiblandas”—, es rara la vez en la que no pasamos por alto un pequeño error, o dos), y se hubiera dado cuenta de ellos, claro, hubiera procedido con diligencia a su inmediata enmienda. El segundo yerro que hubiera subsanado es el imprudente adelantamiento realizado por la letra ese, en “intrasnferible”.

En la segunda lectura, he vuelto a reparar en lo que ya advertí en la primera, el uso ajustado que haces de la ironía (tengo para mí que quien echa mano de ella, de manera correcta, en cualquiera de las tres acepciones que recoge el DLE, demuestra tener (y gestar mientras la gasta) una inteligencia particular, singular —por no ser habitual su cabal manejo—).

 Es manifiestamente criticable (como haces tú) que se censure (por cierto, no sé si abundarás conmigo en esto, pero tengo para mí que aquí, en este país, se censura mucho; hay quien lo hace a manos llenas) a Alfred García por “ser catalán y aparentemente favorable a las posturas independentistas”. No todo el mundo tiene claro, como el agua cristalina, lo obvio, que, en España (un Estado de derecho, mejorable, sí, perfectible, también) ser independentista es una opción política tan lícita como cualquier otra (cosa que, en verdad, no ocurre en Alemania), siempre que se acepte, sin poner excusas de mal perdedor, como requisito previo e imprescindible, que el ciudadano que defienda y sostenga esa ideología deberá someterse a las mismas reglas de juego que el resto y respetar (dura lex, sed lex) el ordenamiento jurídico vigente. Cualquier persona que se tenga por un demócrata verdadero, con todas las letras, debe asumir, sin rechistar, las leyes que rigen. Estas se pueden cambiar (y deben mudarse, sin duda, si son injustas, por los procedimientos previstos y adecuados) al objeto de mejorarlas y hacerlas más justas, pero nunca saltárselas ni hollarlas, como, si no he interpretado mal sus palabras, ha declarado que va a hacer Quim Torra, de quien anteayer mi admirado Javier Cercas escribió en la tribuna titulada “Pesadilla en Barcelona” de El País, con burla sutil, esto: “Dicho lo anterior, sólo puedo añadir que me sentiría mucho más tranquilo si el presidente de la Generalitat fuera un paciente escapado del manicomio de Sant Boi con una sierra eléctrica en las manos”.

En lo tocante a tu afirmación de que es el choque identitario el que contamina al “procés”, yo no lo tengo tan claro. Acaso la cosa sea hoy al revés, que el “procés” es el que contagia, infecta (y es una mina para) el choque identitario. O que ambos se re(tro)alimentan mutuamente.

Como colofón, te (ur)diré que considero que aciertas cuando aseveras (en negrita) que “quien lo desee puede ensalzar su sentimiento si lo tiene tan claro, pero debería contemplar la posibilidad de hacerlo sin etiquetar ni crucificar a quien no lo comparta”, pero barrunto que tu deseo va a tener tan escasa audiencia (o poco recorrido) como ninguna (espero que no te moleste mi notoria hipérbole). Etiquetar y crucificar (en sentido metafórico, sin clavar en una cruz de madera a nadie, como hacían otrora los romanos, claro) es lo que hace aquí todo quisque (tú y yo también, que no somos ni santos ni una excepción) a menudo (oralmente y por escrito) y vienen haciendo unos políticos (y los ciudadanos que defienden lo que sostienen estos) contra otros (representantes y su respectiva claque), y viceversa, desde que el mundo es (in)mundo. No voy a llamarte iluso por ello, pero deberías ser consciente de que aquí, ahí y allí, allende las mugas y los mares, se sigue llevando el “o estás conmigo, o estás contra mí” (sin otra opción), que en psicología se ha dado en llamar “síndrome (de) Mesala”.

 Aprovecha la ocasión para saludarte

 Ángel Sáez García