Opinión

Sarasate, Don Pablo

Símbolo de Navarra. Violinista y compositor, posiblemente el músico navarro más internacional, recorrió toda Europa y América del Norte. Nació en la pamplonesa calle de San Nicolás, en 1844. Sus llegadas a Navarra eran apoteósicas y fue nombrado “Hijo Predilecto de Pamplona”. Como era habitual en esta época, compaginaba su patriotismo español con el vasco, eúskaro o vasconavarro. Entre sus obras encontramos caprichos Baskos, zortzikos y una versión propia para violín del Gernikako Arbola, que varias veces interpretó con la voz del gran tenor Julián Gayarre.

Tal vez sea la versión que interpretó en la misma Gernika en agosto de 1894, bajo el Árbol, según, ante 30.000 espectadores. Fue nombrado Hijo Adoptivo de la villa foral y le regalaron una bellota del árbol, colocada en una caja de madera del mismo roble. Del Gernikako hay una espléndida versión del gran violinista italiano Ruggero Ricci. Su muerte en 1908, en su “Villa Navarra” de Biarritz, desató una gran demostración de duelo entre la comunidad vasca de todo el mundo. El paso de su cadáver hacia Iruñea fue homenajeado oficialmente en San Juan de Luz, Hendaya, Irún, Pasajes, Rentería, Donostia, Hernani, Tolosa, Zumárraga, Alsasua… En México, el Centro Vasco y el Centro Español, organizaron un homenaje bajo el escudo del Zazpiak-Bat. En La Habana un ministro español acompañó las honras fúnebres del Centro Euskaro y la Sociedad de Beneficencia Vasco-Navarra, a los sones de zortzikos y el obligado colofón del Gernikako Arbola.

Julio Altadill le dedicó uno de sus más apasionados libros: Memorias de Sarasate, dedicado a su patrocinador, el Ayuntamiento de Pamplona de esta forma: “A este bravo solar de Vasconia, cuyas auras aspiró al nacer aquél preclaro genio musical; a la nueva Iruñea en cuya luz, antes que otra alguna, se bañaron los ojos del que fue portento fascinador de sus contemporáneos; a la ciudad Euskara que dio, de la infancia, sus pasos vacilantes el artista subyugador; al rincón vasco donde formuló sus palabras primeras el violinista excelso… bardo euskaro fascinador… como ningún otro de los nacidos en el nobilísimo solar de la indomable Vasconia…”. También Arturo Campión le dedica unas palabras un tanto amargas, al que “amó siempre y con entrañas de hijo a su patria, a esta tierra vascona, cuyas tradiciones y derechos y grandezas nos están deshaciendo entre las manos hasta el punto de que si el gran Pablo resurgiera dentro de un siglo, su violín podría seguir a los navarros en la danza de los Muertos”.

Las malas lenguas dicen que era masón y murió fuera de la Iglesia católica. Y que por eso su tumba en el cementerio no tiene ninguna cruz. Para colmo de la Navarra de su tiempo, decían que era homosexual. Con bastante mala leche, nos lo descubre Pío Baroja: ”Nunca he comprendido la admiración por Sarasate. Bajo, rechoncho, afeminado, siempre me ha parecido una gorda cocinera de esas que se disfrazan de hombre en Carnaval”.

Enfrascado en su música, en sus viajes y en su mundo, poco sabemos directamente de las interioridades de Sarasate. Pero en el final de varias de sus cartas hay una pequeña consigna, una palabra musical, con la que parece que nos hace su último guiño: Aurrera.