Opinión

Profesaurios versus Teacher prizes

Disfrutaba de la conversación. La interlocutora era culta, madura y sensata. Hablábamos despreocupados de educación sentados en aquella terraza, sin importarnos no profundizar en nada. La tarde era soleada y pedíamos otra ronda de cerveza y patatas cuando me dejó clavado en la silla.

  •  “¿Pero tú eres un maestro de esos de antes o eres de los modernos que innovan y se enrollan? Mmmnnnn.... ¿tú serás de los buenos no? Por las pintas.”

Con la cerveza a mitad de camino de mis labios, entre sorprendido y desconcertado, contesté: “¿Cuáles son los buenos?”

Esa pregunta, la cual no es la primera vez que escucho formular, en verdad no me molesta per se. Lo que me molesta, lo que me preocupa y mucho, es el fondo, la idea que subyace a la misma. Lo que verdaderamente me incomoda y me alarma es la estúpida e ignorante percepción dicotómica de modelos docentes que se está vendiendo a la sociedad, con el ya de antemano prefijado consiguiente ensalzamiento de uno y desprestigio de otro.

Esta España caínita que en estos días tan atribulados nos tiene, la de los unos y los otros, la de las derechas e izquierdas, la de Barsas y Madrid, la de indepes y constitucionalistas, la de conmigo o contra mí, hace tiempo que también caló en un mundo educativo que ciertamente necesitaba movimiento, pero que acabó como era de presuponer enfrentándonos también absolutamente por todo. Así, lejos de defender posturas intermedias, docentes y padres, no entre ellos, sino en un todos contra todos, se enfrascan en airadas discusiones educativas aferrados con uñas y dientes a sus radicales posturas y defendiendo de forma inequívoca e irrefutable la excelencia de su ideario. Educaciones públicas contra subvencionadas, jornadas continuas contra partidas, libros de texto contra proyectos, deberes “sí” o deberes “no”, bilingüismos todo a cien contra modelos de inmersión, educación sexual contra pines parentales, y por supuesto como no podía ser de otra forma “profesaurios” contra “globers trotters” de la docencia. En lugar de encaminarnos hacia la búsqueda de puntos de encuentro, hacia un pacto educativo global que ya nunca llegará, responsable, duradero y consecuente, nos asomamos día sí y día también, ayudados por la nefasta información educativa que desde los medios se lanza, a un precipicio que enganchados como estamos en peleas absurdas, amenaza con hacernos caer a ambos contendientes.

La discusión, sea esta educativa o no, ofrece grandes beneficios. El primero, clave para los medios, es que vende. Y el segundo, todavía mejor, es que depura responsabilidades, señala culpables, anima al público a posicionarse y es posible si el debate se encabrona alienta a destripar a tu adversario. Unos culpabilizan de todo a los otros y los otros a los unos, mientras se desvía el foco del verdadero quid de la cuestión, como es el bloqueo e inoperancia política de unos partidos más preocupados en sillones, siglas y colores, que verdaderamente en hacer una política educativa de estado. En esas, los técnicos en educación, los docentes, mordemos ingenuos el anzuelo que nos lanzan, aireando alegremente nuestras discrepancias y broncas internas, incluso en ocasiones rematadas con feroces críticas al compañero por su forma de proceder profesional, dando la impresión como es lógico ante la sociedad, de que el fracaso educativo no está en el sistema sino en los técnicos al frente del mismo, en los docentes que guían las aulas y no se ponen de acuerdo, en sus metodologías, en su interés, en su ilusión y ya de paso también en sus ganas.

Mal pelo nos va a correr, si nosotros mismos, los docentes, no somos capaces de reivindicar posturas intermedias. De reconocer en el otro compañero, en su forma de hacer las cosas, aunque sean estas antagónicas a las nuestras, aspectos positivos. Mal no va a ir, todavía peor, si pensamos que solo aquello que yo hago es lo verdaderamente útil y valioso. Porque somos nosotros desde nuestros centros y nuestras aulas, quienes debemos de explicar y desmentir ante las familias aquello de docentes buenos y malos basándose única y exclusivamente en el método de trabajo. Debemos explicar que en educación no hay fórmulas mágicas ni metodologías salvadoras. Que lo que para un colegio sirve, para otro es inoperante. Que lo que un año funcionó con una generación, al siguiente con otra puede no tener ningún sentido. Si una vez más hacemos omisión del discurso pedagógico ante la sociedad, serán ellos, entidades bancarias y financieras, multinacionales de telefonía, grupos editoriales, etc. como siempre desinteresadamente, quienes lo hagan, y ya han decidido por supuesto por nosotros cuál es el modelo de docente a vender y el mensaje que este tiene que dar.

Se está haciendo creer a las familias, que lo que va a hacer bien a sus hijos, no es un docente que les exija, que los eduque en el esfuerzo, sino un docente que les entretenga. Aquello de “Uuuuuy con Doña Fulanita van a estar bien, les va a hacer trabajar de lo lindo” que se escuchaba antes, hemos pasado al: “Qué bien se lo van a pasar con D. Menganito porque les hace muchas cosas”. Un docente que dice ENSEÑAR, comienza a desprender un tufillo carca y anticuado, porque los maestros de hoy en día dicen, ya no enseñan, sino que aprenden junto a sus alumnos. Ya no se busca en ellos, o no parece interesar venderlo, a alguien que apueste por unas normas básicas de educación y convivencia, de respeto. Las noticias que nos llegan giran en torno a superdocentes, que se cascan desenfrenados en el pasillo por la mañana un baile coreografiado con sus alumnos, saludan en la puerta con un choque de palmas antes de entrar, dan la clase disfrazados de oso panda para captar la atención del niño en ciencias naturales, y despiden a sus alumnos haciendo la conga con la conserje que también es muy enrollada, con la única tarea apuntada en la agenda de salir a la calle a sonreír, porque la vida puede ser maravillosa.

Como la competición en busca del reconocimiento docente está lanzada y los criterios de puntuación y votos para el galardón la gran mayoría de las veces son a propuesta de las familias y de los propios alumnos, ya no es tan capital cuánto los niños aprenden, sino cuánto los niños disfrutan. Así, entre todos, pero sobre todo por los propios docentes, se está desvirtuando la figura del maestro hasta un punto en que parece una burda caricatura. Cómo será, que hasta en los megacongresos docentes por la innovación educativa, está de moda despedir al ponente de turno, cualquier mercachifle ambulante que ha visto muchos colegios pero que no ha dado clase en su vida, con un bailecito grupal pleno de camaradería desde el patio de butacas. No me imagino yo por nada en el mundo, a cientos de cirujanos una vez acabado el congreso nacional sobre operación vesicular por laparoscopia, bailar abrazados ondeando los fonendos por encima de sus cabezas, en pleno éxtasis de júbilo. Igual es que ellos son unos sosos.

A ver si ya nos enteramos, TODOS, los maestros los primeros, estos premios a mejores docentes, teacher prizes, awards, bebeuves, abancas, etc, restan al gremio más que suman. No digo que entre los galardonados haya excelentísimos compañeros que lo merezcan, sino que simplemente en algunos casos, se seleccionan y se promocionan modelos totalmente alejados a la realidad de las aulas. ¿Cuáles? Es muy fácil distinguirlos. Unos empiezan el discurso diciendo: “Hoy estoy yo aquí como podría hacerlo cualquiera de mis compañeros.”, y otros “Después de toda una vida viajando por el mundo y darme cuenta de las necesidades educativas existentes, estoy convencido de que lo que verdaderamente necesitamos en educación”. Juzguen ustedes mismos.

Quitémosnos por tanto ya, familias y docentes, la careta del hipopótamo del tragabolas y dejemos de zamparnos sin hacer un mínimo de análisis y crítica, todas estas noticias de docentes con superpoderes de metodologías redentoras. El contexto de cada realidad, de cada individualidad del alumno, decide el tipo de docente ideal para el mismo. Los modelos no son extrapolables y las metodologías tampoco. No se lo crean. Ese docente de la tele que tanto le gusta y que con tan buenas palabras le convence, puede que en el colegio de su hijo sea simplemente uno más.

Está bien buscar el reconocimiento profesional. Buscar el halago, aunque este en el fondo debilite ya que a la larga te hace bajar la guardia. El cumplido y el elogio público a nadie le amarga. Incluso yo confieso haberme ilusionado como un niño pequeño con el recibimiento de algún galardón por mi desempeño profesional. Sobre todo aquel día que al abrir el paquetito sin remitente, observé que dentro del pequeño sobre blanco se vislumbraban unas letras de caligrafía ostentosa con ribetes dorados. Ahí estaba por fin mi nominación. ¡Madre mía!, pensé nervioso, tendré que aparcar el chándal para trajeado ganarme la vida dando charlas. ¿Qué les diría a los de mi cole? Lo abrí con manos temblorosas, mientras ella me miraba impaciente. Nada. Falsa alarma le dije. No ha habido suerte. Ni mejor profe del planeta, ni aún tan siquiera de la comarca. Me ha tocado otra calcomanía, otro tatuaje, y debajo un mensaje: “En estas bolsas de patatas hay miles de premios, sigue buscando”.

  • “Jefe, ponnos otra caña anda”. 

José Antonio Cuadal
Profesor