Opinión

Osasuna, cultivo de amistades

Estos días en los que Osasuna cumple 100 años he leído mucho sobre la historia de nuestro club. Ciertos relatos me han devuelto a días memorables que cualquier aficionado rojillo tiene en la retina. El milagro de Martín, el ascenso del 2000, el 0-1 en Anoeta, el 0-3 en el Bernabéu, Europa, la Copa del Rey, casi Champions... y luego la cabeza de Nekounam y el 0-3 de Leverkusen. Salvaciones agónicas frente al Madrid y especialmente frente al Sevilla y la montaña rusa de los últimos 6 años. Y esto solo si naciste a finales de los 80, que como tengas alguno más pudiste vivir hasta las primeras peripecias rojillas por Europa con Glasgow o Stuttgart como emblemas de cada una de las dos UEFAS vividas antes del nuevo milenio.

También hemos tenido la oportunidad de recordar (y conocer) figuras inolvidables de la historia rojilla, desde Pedro Mari Zabalza, Martín-Echeverría-Iriguibel, hasta Urban, Puñal, Cruchaga, Milosevic, Iván Rosado y compañía. Y gracias a algunos libros sobre la historia oculta y primeriza de Osasuna y de muchísimos (y muy buenos) periodistas navarros que nos han traído a la actualidad toda la historia de este ya centenario club.

Somos muchos los que hemos padecido esta "enfermedad" desde pequeños, y algunos otros desde más mayores. Más allá de las emociones, de los sentimientos y de los aspectos tácticos, en un día como hoy (un día después del centenario de Osasuna), quiero acordarme de todas esas personas que me ha regalado Osasuna, aun sin haber sido suficientemente consciente de ello. 

En una época en la que el osasunismo vagaba y sufría por Segunda, a 100 km de la capital del fútbol, tuve que crecer entre madridistas y especialmente entre culés. Aún así, un grupo (no muy grande por entonces) nos juntábamos en el bar Ombatillo de Corella para ver los partidos de Osasuna los domingos por la mañana. Entonces, eran los únicos partidos que podíamos ver, el resto tocaba tirar de radio en casa. Cuantas tardes tocaría después bajar rápido de entrenar con la bici para ver 10 minutillos antes de ir a casa con la historia de que se había alargado el entrenamiento. O, como me recordaban ayer, de bajar a tirar la basura y escaparme 5 minutillos para ver el final de un partido de Copa. 

Pasada la adolescencia tocó emigrar a tierras charras para crecer y, después de 2-3 años viviendo el fútbol en el exilio, entre asturianos y cacereños, con un par de navarros en las citas más importantes, llegó la Rana Rojilla. Una de mis grandes familias. Es curioso que a gente que no le gustaba el fútbol, se reuniera cada domingo en aquel bar de la calle Ledesma para ver a 11 tíos de rojo correr por la tele y a otros 3 recorrer el bar sin parar durante 90 minutos. En aquel bar Seven se institucionalizó nuestra religión. Katxi de kalimotxo o cerveza en mesa, unas cartas para la espera, unos dardos para liberar tensión, unos pintxos para no acabar doblados y el txupito de patxarán siempre que marcara gol Osasuna. Os parecerá que Osasuna no ha sido un equipo muy goleador, pero teníais que ver nuestra colección de botellas a final de temporada en el piso. Un año creo que llegamos a coleccionar más de 30.

Allí se forjaron grandes amistades que aún hoy siguen manteniéndose. Gente con la que te podrías ir a Krakow, Firenze, Sofía, Bernabéu o Zorrilla. Y lo cierto es que nuestras visitas a Madrid cada año eran casi obligatorias. Un año hasta fuimos con la peña madridista de Salamanca. También hicimos buenas migas con la peña del Athletic y aquellos días eran una auténtica fiesta, de acabar en el Daniels a las tantas un domingo mirando a ver si medía más una amiga nuestra o uno de su peña. El Seven no fue nuestra única casa allí, luego tuvimos que trasladarnos al Rincón de Serranos y aquello se convirtió en la casa del Pueblo Navarro, especialmente los 3 de diciembre. (Hoy en día siguen juntándose en el Bar Extremeño y ayer hicieron un bonito acto del centenario allí).

Tras Salamanca tocó regresar a la tierra prometida, hacerse (por fin) socio de Osasuna y recorrer todos los campos de la zona. Pero antes de todo ello, en un breve impás de unos meses por Inglaterra, hubo que "osasunizar" a unos argelinos, italianos y chinos y vivir el descenso con un pamplonica que también andaba por allí de casualidad. Además de otro brevísimo paréntesis en Madrid por temas laborales. A pesar de ser tan breve, creamos el germen del Madroño Rojillo y aún logramos juntarnos una decena de rojillos en 3-4 partidos con las mismas bases que la Rana Rojilla: patxarán si había gol y las jarras en vez de los katxis. 

También por temas laborales tuve la oportunidad de conocer más de cerca a la (buena) gente del "satélite rojillo". Gran parte de esos periodistas que nos dan la información de Osasuna, a extrabajadores del club y algunos que desgraciadamente ya no están presentes. Sin olvidar tampoco a algunos jugadores y exjugadores rojillos que hacían que ir a ver un entrenamiento de Osasuna se convirtiera en un recuerdo imborrable.  

En cada viaje para (sufrir) ver a Osasuna conocías a alguien nuevo, ya fuera echando unos futbolines en un bar de Vitoria, en los bares por Miranda, o en las gradas del Zorrilla. Son muchos y de diferentes lugares los que hemos tenido la oportunidad de conocer y ahora te saludas de manera afectuosa cada vez que te reencuentras, como si ya te conocieras de toda la vidad. Y es que las emociones que despierta Osasuna son a veces tan difíciles de entender que solo entre los locos nos entendemos. 

Mientras todo esto se pasa (porque se pasará), en un par de semanas desde la peña Cierzo Rojillo que nos une a corellanos, cirboneros y fiteranos podremos ver en los cines de Corella el documental sobre el último ascenso de Osasuna. 

Ya falta menos para volver a El Sadar, ya falta menos para sentarnos en nuestros nuevos asientos de Tribuna Sur y charlar con los amigos de Valtierra, tierra Estella, Irurtzun... porque en estos días que tan triste se vive el fútbol, es todavía más triste no poder pasarlo con ellos.

Iker Sesma, de niño, con la camiseta de Osasuna