Opinión

No corren, no, buenos tiempos para la libertad de expresión

Como habrá comprobado usted, atento y desocupado lector (sea hembra o varón), por su cuenta y riesgo, no corren, no, buenos tiempos para la libertad de expresión (el abajo firmante, su seguro servidor, abunda con cuantas/os aducen y se cuenta o suma entre quienes sostienen que el humor no es más que un instrumento adecuado o una herramienta apropiada o una forma sutil para expresar nuestro amor por la libertad; y es que servidor ha sido, es y, si sigue viviendo —barrunto, intuyo o sospecho— será autor, corrector —por contener, portar o portear, asimismo, uno o varios críticos literarios— y firmante de más de un texto satírico).

Le supongo conocedor, si no íntegramente, al menos, sí de una mínima parte de lo que le ha acaecido en el ámbito judicial (o aún mejor, de la roca de Sísifo que le ha caído encima) recientemente a Cassandra Vera, que ha sido condenada a un año de cárcel (y varios de inhabilitación) en la Audiencia Nacional por humillación a las víctimas del terrorismo al haber tuiteado unos chistes (con mucha, poca o ninguna gracia —tache usted lo que no proceda—) sobre el occiso presidente de Gobierno Luis Carrero Blanco. Acato (y, si continúa leyendo lo que sigue, comprobará mínimamente también su anagrama inconcuso, que ataco) la decisión judicial; por cierto, como hago con todas; ahora bien, reconociendo sin rodeos que carezco de los mínimos conocimientos jurídicos (y acaso, por ello, me meta ahora en un fregado) para poner en tela de juicio la mentada, lamentada y lamentable (para una legión de opinadoras/es) sentencia, disiento de la misma por esta sola razón, por que me parece una barbaridad y no una broma pesada, sino una pasada, ya que, si consideramos, hacemos caso o tenemos en cuenta otras resoluciones judiciales recientes (ajustadas igual y seguramente también a derecho), advierto, en un raudo y somero cotejo entre la una y las otras, un claro agravio comparativo, una mala pasada, en la impuesta a la joven citada, universitaria, pues está cursando la carrera de historia.

Ciertamente, las leyes las hacen los hombres a fin de que sirvan para lograr los fines previstos y se cumplan. Me interrogo y te pregunto: ¿Todos y cada uno de los preceptos constitucionales se cumplen a rajatabla? A mí me consta que no; así que habrá que cambiarlos para que nos sean útiles y se cumplan. ¿Las penas que recoge el actual y vigente Código Penal son justas? Si no lo son, habrá que mudarlas para que lo sean y se cumplan.

Como, en cuanto concierne a la libertad de expresión, sigo pensando tres cuartos de lo mismo que pensaba hace una docena de años, transcribiré inmediatamente (salvo alguna adición, muda o supresión) lo que urdí en el artículo que titulé “Libertad de pensamiento y expresión” y fue publicado, además de en mi bitácora, el blog de Otramotro, en el portal Voto en Blanco:

Las fricciones y polémicas que se suscitan aquí y allá y sostienen (donde sea o se tercie), verbigracia, dos cualesquiera ciudadanos entre sí, así como las contumelias o remoquetes que se lanzan mutua o recíprocamente los diversos medios de comunicación social entre ellos, son (que nadie se lleve las manos a la cabeza, se rasgue las vestiduras y/o ponga el grito en el cielo) consustanciales a una democracia como la nuestra y a las libertades de pensamiento y expresión que se recogen y reconoce nuestra Constitución o Ley de leyes.

El menda lerenda siempre fue partidario de los debates de ideas, con tal de que estos fueran aliñados con sus correspondientes argumentaciones o respectivos razonamientos; y contrario a las ruedas de digresiones, si estas eran salpimentadas con descalificaciones personales; pero que cada quien o cual haga lo que estime oportuno; vea, oiga o lea lo que más le pete o dé la gana. “Otramotro” en todo momento y lugar se opuso, opone y opondrá a cualesquiera clausuras judiciales de periódicos o revistas, emisoras de radio o televisión; por el sencillo motivo de que no delinquen las ondas ni el papel, sino única y exclusivamente, las personas. Ergo, en un Estado de derecho mejorable, perfectible, como es, por fortuna, España, quien sienta que han sido menoscabados sus derechos, quien estime que se han hollado su dignidad, honor o imagen personal, quien se considere calumniado o injuriado por otro/s, puede y debe, sin duda, acudir a los tribunales de Justicia a poner la preceptiva demanda para que el descrédito o la mengua de su honra o fama le sea restituido o restaurada.

Hace dos años y ocho meses largos, el 22 de febrero de 2003, con ocasión del cierre de Euskaldunon Egunkaria, al abajo firmante, bajo el título de “Libertad de expresión” y el seudónimo de “Blas Pascual” (seguramente, por aquellas fechas servidor andaba leyendo los “Pensamientos sobre la religión y otros temas”, de Blaise Pascal, y/o, en su defecto, había recibido inopinadamente la visita de dos excompañeros de facultad y piso durante nuestra estancia universitaria en Zaragoza y amigos de Rincón de Soto, Luis de Pablo Jiménez y Jesús Miguel Pascual Irazola, y, para darles las gracias a ambos por ello y hacerles un guiño, escogí el nombre del padre del primero, Blas, y el primer apellido del progenitor del segundo, Pascual, para parir mi nuevo heterónimo o seudónimo) Pablo Muñoz, director entonces de Diario de Noticias, tuvo a bien publicarle esta carta:

“O se está con la libertad de expresión o no se está. Aquí huelgan las medias tintas, esa entelequia que muchos llaman centro. Aquí no valen ni las precauciones ni los recelos, ni las mediocridades ni los remiendos, ni los ambages ni los atajos. Si se está, hay que estar con ella completamente, sin poner cortapisas ni hacer excepciones, con todos los antecedentes y con todas las consecuencias, sean aquellos más o menos remotos o inmediatos y estas más o menos duras o tiernas. Porque la libertad de expresión no solo nos acoge a ti y a mí, sino que también ampara a quienes no ven, no tocan, no oyen, no huelen, no gustan y no piensan ni expresan las cosas y los casos, en las casas o en los cosos, como nosotros; a quienes, ángeles, nos miran con pupilas melosas, enamoradas y encantadas y a quienes, basiliscos o medusas, lo hacen con niñas petrificantes, enojadas y torvas; a quienes nos elogian, casi siempre (escrito con la péñola párvula), con mayor frecuencia y proporción de lo que merecemos y nos reprenden, por lo general, con argumentos menos aviesos y torticeros y más cabales y rectos de lo que nuestro personalísimo punto de vista e intransferible opinión tienen por ciertos, e incluso, a quienes se ríen con y por y hasta de nosotros mismos y en nuestra propia cara y nos varean y vapulean con la verga que más escuece y quema, la que suele acompañar cada uno de sus golpes con buenas dosis de sarcasmo, mala leche y avilantez/a.

“Si en lo que hasta aquí llevo trenzado, atentos lectores, he marrado mucho o poco, todos ustedes tienen, sin salvedad, como personas que (entiendo, estimo y presumo, sin debate ni disputa) son y gozan de más de dos dedos de frente, la obligación ineludible e inexcusable de solidarizarse conmigo y sacarme del charco ese, en el que suelen resbalar mis yerros, y/o del lodo ese, donde acostumbran a quedar embarrados mis errores. Puede que ustedes confíen tener y tengan, en verdad, razón. Puede que ustedes crean estar y estén, sin controversia posible, en posesión de la certeza. Pero esa verdadera, segura e indudable tenencia no les da ningún derecho a menoscabar mi inteligencia, a menospreciar mi dignidad”.

Ángel Sáez García

Filólogo