Tudela

La legendaria mujer barbuda de Tudela

Se suele considerar con frecuencia que el refranero popular es muy sabio, aunque en muchas ocasiones ciertos refranes y sentencias no pasan de ser simples ocurrencias con valor humorístico.

Éste es el caso de cierta frase popular que asevera que “a la mujer barbuda de lejos se le saluda”…

Además de servir para crear una rima fácil, la expresión revela un punto de ansiedad en torno a estas personas que contradicen los estereotipos estéticos y físicos acerca de lo que es una mujer. Y traigo a colación la cuestión porque, en estos tiempos de confusiones de género, en los que hasta gentes muy ilustradas ya no saben en qué consisten las diferencias entre una hombre y una mujer, el tema de las mujeres barbudas y las tensiones que a lo largo de la historia han venido creando a su alrededor nos viene muy “al pelo”. Más aún cuando sabemos por boca de geógrafos musulmanes que en nuestra querida ciudad tudelana se dio hace un milenio un caso de este tipo, que terminó haciéndose legendario.

Tomemos la máquina del tiempo de la imaginación y viajemos con el pensamiento al año 400 de la Hégira, 1009 de nuestra Era cristiana. Por entonces Tudela era una localidad aún bajo dominio musulmán, a la que le quedaba un siglo largo para que las tropas cristianas de Alfonso I el Batallador se hicieran con la plaza.

Pese a ser escenario de diversos conflictos y haber tenido en su origen un valor defensivo (el latín “tutela” del que parece proceder su nombre significaba ‘defensa, protección o amparo’), las fuentes árabes la ponen en un pedestal en cuanto a virtudes. Por ejemplo, el anónimo cronista musulmán que realizó la obra titulada “Ḏikr Bilād Al-Andalus” (siglos XIV-XV) define literalmente al lugar como “Tudela (Tuṭiliyya en el original) ciudad grande y eterna”... Casi nada, así que había una elevada probabilidad de que lugar tan excepcional produjera personajes también inmortales.

Tudela ciudad eterna en árabe

Pasaje original del Dikr Bilād en el que se ensalza la ciudad
En rojo se subraya el nombre de Tuṭiliyya
(Tudela)

El objeto principal de este artículo es precisamente un suceso que se menciona en obras de varios autores (los cuales debieron de tomar la información de una misma fuente original, aunque el más completo es el relato del “Rawḍ al-miˁṭār fī jabar al-aqṭār” del geógrafo Al-Ḥimayarī). En efecto, hacia el año señalado de 1009 estalló en nuestra ciudad el caso de una mujer barbuda de la que, desafortunadamente, no conocemos su nombre ni tenemos ningún retrato suyo. Pero su comportamiento fue lo suficientemente escandaloso según los criterios de entonces como para llamar la atención de las autoridades locales. A pesar de que la información que se nos transmite en las fuentes es muy telegráfica, es posible reconstruir bastantes detalles e inferir algunos otros.

Al parecer el “qāḍī al-nāḥiya” o juez del lugar había descubierto que había una persona en Tudela que estaba haciendo vida de hombre y no parecía pertenecer a ese sexo. Según se nos dice en los textos, realizaba viajes por su cuenta y portaba vestimentas masculinas sin importarle las críticas de los demás. El detalle de la realización de varios viajes nos advierte de que la mujer debía de tener cierto nivel económico (o acaso se dedicaba al comercio), ya que en aquella época muy pocos eran los que viajaban con regularidad.

En este punto hay que contextualizar al lector que la barba constituye en el esquema estético y religioso musulmán un elemento cargado de valor simbólico, aspecto probablemente heredado de las culturas anteriores egipcias y mesopotámicas. La barba es uno de los atributos masculinos por excelencia, marcador biológico de madurez sexual, de hallarse ya en condiciones de producir descendencia propia, de manera que era inevitable que una sociedad tan androcéntrica concediera importancia a este elemento. Y aunque en el Corán como tal no se estipula nada al respecto, la tradición islámica asegura que el profeta Mahoma llevaba una luenga barba, considerándose que el buen varón musulmán rasura su bigote pero deja crecer la pilosidad de la cara indefinidamente. En este marco cultural una mujer velluda es una intromisión no autorizada en el superior estatus masculino, a la que ha de ponerse remedio.

Hatshepsut

Imagen de la faraona egipcia Hatshepsut, con su barba postiza
Si bien no parece que esta reina tuviera dudas de su identidad sexual, al llegar al poder se hizo representar repetidas veces con este aditamento, imprescindible para que sus súbditos la tomaran en serio como soberana…

Volviendo, pues, a nuestra cuestión, sucedió que la presunta mujer barbuda de Tudela fue detenida y el qāḍī ordenó a un grupo de comadronas que la examinasen, a fin de comprobar de manera “científica” cuál era su verdadero sexo (presumiblemente el proceso debió de iniciarse como respuesta a un chivatazo). Las señoras comadres al principio se atemorizaron por semejante encargo, ya que aquel individuo debía de tener todo el aspecto de un recio varón ribero. Señalemos que por entonces la separación entre sexos estaba rigidísimamente marcada, y que la mayoría de las mujeres no se acercaban en su vida ni tocaban físicamente a otro varón que no fuera su marido, su hermano o sus hijos. De manera que para una comadrona como las que se citan en la historia tener que desnudar y tocar a un personaje desconocido resultaba algo más que escabroso… Pero al fin fueron obligadas a realizar el reconocimiento y la verdad afloró a la luz: a pesar de su exuberante aditamento capilar, en todos los demás órganos aquella persona era sin duda una mujer.

La consecuencia de esta constatación llegó como una sentencia: a partir de entonces se obligó a la mujer a afeitarse y a vestirse y comportarse como mujer. Es más, se le prohibió volver a hacer viajes sola, y en adelante únicamente podría realizarlos en compañía de sus parientes consanguíneos, tal y como ordena la ley islámica.

La historia tiene todas las trazas de ser un caso de rebeldía personal de una mujer deseosa de alcanzar el mayor grado de movilidad y consideración social que tenían los varones en aquella sociedad cerrada. Puede que todo comenzara de forma espontánea, como consecuencia tal vez de un desarreglo hormonal, pero cabe incluso la posibilidad de que la mujer llevase en realidad barbas postizas, o bien tal vez había forzado el atributo piloso para acentuar su presunta masculinidad.

A pesar de que la noticia se nos haya transmitido de manera escasa en detalles, se intuye una actitud deliberada de desobediencia de los convencionalismos de la época, hecho manifestado en especial en su decisión de viajar sola y por su cuenta. Existen muchos casos comprobados a lo largo de toda la historia humana de mujeres que quisieron mejorar su grado de libertad personal viviendo disfrazadas de hombres, y la experiencia de esta tudelana de hace justo un milenio apunta hacia algo similar, producto de las peculiaridades de su tiempo y lugar.

Asimismo, el detalle de que la historia fuera insertada en crónicas árabes editadas muchos siglos después de que ocurriera el suceso, por parte de autores que vivían a cientos o miles de kilómetros de aquí, hace pensar que en su momento fue una situación que rompió tabúes y convencionalismos sociales, creando cierta ansiedad para algunas mentes insertadas en el ámbito cultural y religioso musulmán.

Barbuda Peñaranda

Brígida del Río, la barbuda de Peñaranda (1590), retratada por Juan Sánchez Cotán
Este retrato nos resume a nivel gráfico cuál era la visión que se tenía de las mujeres barbudas en la España de antaño.

Sea como fuere, el caso de la legendaria mujer barbuda de Tudela tiene algo de “moderno” y en la línea de ciertas disquisiciones de nuestro tiempo, de sobra conocidas. ¿Superaremos algún día la tensión que crean los seres que se encuentran a medio camino o más allá de los criterios establecidos para definir lo que es cada cosa concreta? ¿O bien caeremos en una sociedad de género “líquido” en la que disolvamos toda diferencia hasta llegar a la absoluta Nada existencial? Sólo el Tiempo nos lo dirá…