Opinión

Leer

Si tuviese que definir un libro, escogería la opción de Emilio Lledó (Los libros y la libertad). “El libro es, sobre todo, un recipiente donde reposa el tiempo. Una prodigiosa trampa con la que la inteligencia y la sensibilidad humana vencieron esa condición efímera, fluyente, que llevaba la experiencia del vivir hacia la nada del olvido”. 

Para el interior de los mismos, toca acudir a Carlos Ruiz Zafón (La sombra del viento). “Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quien escribió, el alma de quienes lo leyeron y soñaron con él”. Por supuesto, estas líneas son un homenaje a Ruiz Zafón, fallecido el pasado 19 de junio.

La historia de “La sombra del viento” como fenómeno editorial es apasionante. Pocas veces un libro ha pasado de mano a mano a partir del boca a boca. No hizo falta ninguna campaña publicitaria. Cuando pesa más el continente que el contenido; cuando pesa más la promoción que el producto, eso tiene mucho mérito. En la actualidad, “El infinito en un junco” (Irene Vallejo) y recientemente “Los asquerosos” (Santiago Lorenzo) han tenido también un gran recibimiento por parte del público. Eso nos proporciona un poco de luz dentro de una oscuridad en la que muchos famosos escriben sus “Memorias” para que podamos comprender sus “admirables vidas” a cambio de un suculento beneficio. Primero el autor, después la obra. 

Sin embargo, en “La sombra del viento”  era primero la obra, luego el autor. Todo gran libro debe cumplir esa condición. Aunque no podamos leer todos los ejemplares que deseamos. Esa fue la gran frustración de Borges.

Al contrario que con las horas de televisión y pantallas, nadie se ha arrepentido de haber leído mucho.

Leer es soñar, imaginar, amplificar el mundo, ser protagonista, dialogar con personas que han fallecido hace miles de años, unirse a la nube del saber con todos los que hemos sido, somos y seremos.