Opinión

De la inocencia y el egoísmo macabro

Si dijera que os imaginarais que teneis cola, cuatro piernas y pelo por todo el cuerpo, la mayoría de vosotros asumiría pronto que os estoy invitando a imaginaros que sois un perro o un gato, animales que tenemos normalizados bajo estas características por las que los llamamos «mascotas». Y bajo esta definición, la mayoría posiblemente os sentiriais aliviados, ya que son figuras que entendemos como agradables y con una vida «envidiable». Pero si acto seguido os digo que en esta asunción se ha cometido un error, y que de hecho os estoy invitando a convertiros en un ratón o una rata, probablemente vuestra atención cambie de dirección y los sentimientos que os surjan no sean ya tan agradables. Y si todavía os instara a que os pusieraisdurante unos minutos en la piel de una rata de laboratorio, seguramente no lo soportariais por más de unos breves instantes.

Si vuestra vida se viera reducida a un pequeño cubículo donde naceis, si vuestro cuerpo fuera pequeño e indefenso ante unos monstruos que te manipularan a su juicio, si las mismas manos que os alimentaran os hicieran colgar de la cola para transportaros, si os pincharan cuando quisieran y donde quisieran, si os provocaran enfermedades de todo tipo, si os perforaranel cráneo para haceros pruebas; si vuestro destino no fuera más que ser sometidos continuamente a las mil barbaridades hasta llegado el momento en que decidieran que necesitan vuestros órganos para ver qué ha provocado en vosotros todo este desbarajuste, si vuestra existencia se viera reducida a ser un mero objeto destinado a cumplir con ciertos objetivos -supuestamente útiles para los humanos-, quizás esta experiencia os resultaría de lo más desesperante.

Los humanos tenemos una tendencia delirante al antropocentrismo, a posicionarnos como seres superiores y a buscar un control total sobre todo tipo de criaturas y sistemas, y el colectivo de científicos, si es posible, aún más. La experimentación animal acumula un número incontable de víctimas que se denominan "sacrificios" en nombre del bienestar de los humanos y nuestros intereses, sacrificios de todo tipo de seres inocentes que son reducidos a un papel puramente circunstancial, y donde en ningún caso se respeta su naturaleza ni su objetivo vital: tener una vida y vivirla. Los humanos seguimos creyéndonos tan importantes como para poder dirigir los hilos de toda existencia para nuestro interés, pero los «beneficios» de la experimentación animal llegan a puntos más que cuestionables. Si bien no hay que renunciar a los avances que se han hecho a lo largo de la historia con esta metodología, el precio que han pagado los animales asesinados en los procedimientos, son precios muy altos -y sino, de nuevo, os invito a hacer el ejercicio de imaginación inicial-, y más caro resulta si muchos de estos experimentos no dan resultados extrapolables a los humanos y son en vano, de forma que podemos asumir que los beneficios son casi inexistentes. De hecho, son cada vez más numerosas las alternativas para poder eliminar a las víctimas de la ecuación.

Sin embargo, la "experiencia" y la costumbre siguen empujando a la comunidad científica a hacer uso mayoritario de la barbarie, y la tendencia a establecer y consumir alternativas es insuficiente, siempre seguida de una falta de inversión importante. ¿Somos verdaderamente los humanos seres tan crueles y egoístas que seguiremos priorizando los beneficios propios, incluso a riesgo de que puedan ser mínimos y claramente insuficientes, a abandonar el asesinato despiadado de inocentes? Somos tan inhumanos que no podemos respetar las vidas sólo porque no las consideramos iguales? ¿O bien de tan humanos que somos, y de tanto que nos preocupa sobrevivir, tenemos la capacidad de empatizar con el sufrimiento y el deseo de supervivencia de seres indefensos, que nada tienen que ver con nuestras enfermedades? ¿Seremos capaces de luchar por las alternativas y no apoyarnos cómodamente sobre los viejos hábitos desfasados?

Los animales que siguen sufriendo esto nos necesitan humanos, ahora más que nunca.

Iris Sánchez
Técnico de laboratorio, estudiante de doble grado de bioquímica y activista de Nova Eucària