Opinión

Fiesta

Nos espera un verano sin fiestas. Es indudable que esta cuestión va a proporcionar una gran desazón en muchas personas. ¿Qué podemos hacer? ¿Se debe prohibir expresamente toda la actividad relacionada con la fiesta? ¿O podría permitirse una pequeña tutela que permita, en cierta medida, que la sociedad civil gestione estas actividades?

No se pueden prohibir tener unos u otros sentimientos, y se pueden buscar medidas para que vayan  acompasados por algún tipo de actividad social.

Existen muchas formas de vivir las fiestas. Está el sentimiento religioso. Están las citas sociales con la familia, amigos y conocidos. El disfrute de diferentes actividades culturales que ya no se van a poder realizar. Por desgracia, se deben suspender las actividades organizadas por los ayuntamientos. 

Cuidado, ya que al valorar sucesos de estas características tendemos a usar un enfoque erróneo. Tendemos a pensar: “menuda pesadilla, este año no hay fiestas”. Y esa no es la alternativa. La alternativa real es un rebrote del virus que afectaría con unas consecuencias imprevisibles a nuestro tejido social y a nuestra estructura económica.

Sin embargo, toda crisis es una oportunidad. Las personas pueden organizarse de forma cívica y disfrutar estos días a su manera. Además de las autoridades competentes, las comisiones de barrios pueden y deben regular estas actividades, para que cumplan todos los protocolos sanitarios. Es fácil comprender que los bares deben cumplir unas limitaciones de aforo y que por lo tanto el cumplimiento de esas normas se debe comprender como un requisito básico de convivencia, al nivel de la no agresión física o verbal. 

Existen, así, muchas posibilidades. Iniciativas solidarias como la compra de pañuelos rojos. Tómbolas de organizaciones caritativas virtuales. Música en las calles organizadas por las peñas que animen los pueblos. Concursos de libros y cuentos sobre el pueblo. En definitiva, imaginación.

Es la nueva fiesta.

¿La exploramos?