Opinión

El presente de los Derechos Humanos

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El 10 de diciembre de 1948 la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos.


Su elaboración no estuvo exenta de dificultades. La principal de ellas fue el gran conflicto ideológico-político entre el sistema capitalista y el comunista que polarizó a la sociedad internacional y también a las Naciones Unidas durante toda la Guerra Fría.


No obstante fue aprobada sin ningún voto en contra y supuso en su época un auténtico revulsivo para la protección internacional de los derechos humanos, siendo un hito histórico en el camino hacia el reconocimiento de la libertad y la dignidad de las personas.


El espíritu de libertad, de justicia y de paz en el mundo, la igualdad entre las personas, la erradicación de la violencia, la defensa de la dignidad y el derecho a la vida, la lucha contra la opresión y la tiranía eran algunos de los pilares claves de un texto que los países miembros asumían ilusionados en la idea de convertirlo en realidad.

Hoy, casi 60 años después, en pleno siglo XXI, multitud de seres humanos siguen sin poder disfrutar de sus derechos más elementales y sin que la libertad, la dignidad, la justicia o la igualdad formen parte de su vida cotidiana.


El terrorismo, el hambre, las guerras, las dictaduras, la violencia machista, la xenofobia, el racismo o la intolerancia se han convertido en males endémicos de una sociedad revestida de progreso, bienestar, modernidad y tecnología.


No muy lejos de nosotros se asesina a personas por expresarse en libertad. Se asesina a niños y se reviste de progreso. Se aceptan con naturalidad dictaduras como las de Cuba o la que se intenta imponer en Venezuela.


Nos sentimos demasiado lejos de aquellos que en el “tercer mundo” no tienen las condiciones mínimas de una vida digna. Los miles de kilómetros que nos separan de países en guerra nos permiten pasar por alto las miserias, injusticias y tiranías que viven aquellos ciudadanos.


La comodidad en la que estamos instalados también puede borrar de nuestra conciencia el drama que sufren muchas personas que vienen de otros países buscando una vida mejor. El día a día de una mujer maltratada o el sufrimiento de una familia a la que una banda terrorista le ha arrebatado de la manera más vil un hijo, una esposa, una hermana o un padre nos son demasiadas veces cuestiones ajenas.


Formamos parte de una sociedad que vive una vertiginosa rutina. Vivimos con poco tiempo para la reflexión. Vivimos encerrados en un mundo individualista que nos oprime las ganas de mirar un poco más allá para conocer la realidad que nos rodea.


La Declaración Universal de los Derechos Humanos suponía un ideal que debe inspirar no sólo la actuación de los Estados, sino también la de todos aquellos que los conformamos.


Ojalá que días como el de hoy sirvan para recordar tantas injusticias y desigualdades, pero sobretodo sirvan para que perdamos el miedo a revelarnos frente a ellas.