Opinión

El antinabarrismo del catolicismo en los siglos XVI y XVII

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En mayo del año 1512, viéndose amenazado militarmente el Estado de Nabarra por el autotitulado como rey de España, Fernando II el Católico, el Consejo Real del neutral Reino pirenaico ante la proximidad de una guerra franco-española, requiere el Pase o exequáter de las Bulas Pontificias para que pasen por él. Ello era debido a que la Nación de Nabarra estaba totalmente asentada en el espacio de las Naciones Europeas. Finalmente, esta petición diplomática nunca fue atendida por el emperador de Roma de turno, que por aquel entonces era Julio II, aliado acérrimo del maquiavélico Fernando de España.



El 21 de julio del año 1512 aparece la Bula Pastor ille celestis, donde no se nombra directamente a los monarcas nabarros, Catalina I de Foix y Juan III de Albret, pero que sirvió de escusa para que Fernando el Falsario para iniciar la invasión del Estado Pirenaico de Nabarra. En dicha Bula, en cambio, si se refiere a cierto veneno a modo de herejía que afectaba a los cántabros y nabarros, lo cual no justificaba, ni por supuesto mucho menos legitimaba, la invasión y ocupación del Reino de Nabarra por parte española. La presión y manipulación por parte del rey de España, Fernando el Falsario, o bien en la Curia romana o más probablemente llevada a cabo desde la Cancillería de Aragón, consiguió una segunda Bula, Exigit contumatiam, ese mismo año. En esta se vinculada al Estado de Nabarra a la condición de colonia española y a la postre ha servido al Estado español, para justificar toda suerte de atropellos y crímenes realizados por su inquisición, junto a la destrucción de los castillos nabarros, la expulsión de la nobleza legitimista y la intelectualidad humanista del territorio ocupado por soldados españoles, extranjeros sin duda en la tierra de Nabarra. Pero no contento el rey español llegó una tercer Bula, etsi obstinati. Esta ya es una clara condenación de los reyes nabarros, Catalina I de Foix y Juan III de Albret. Es muy probable que el emperador de Roma, Julio II, sólo proclamara la Bula contra Louis XII de France, Universis Santae Matris Ecclesiae, y las otras tres serían prefabricadas o incluso falsificadas desde la Cancillería de Aragón por mandato del rey de España, Fernando, ante la pasividad cómplice del emperador cristiano de Roma.



En resumen, fue la Bula Exigit contumatiam, no anulada aún día por el estado católico del Vaticano, la que asentó realmente la ocupación militar española en el Estado de Nabarra. En ella se dispensaba a los nabarros bajo pena de excomunión, de continuar obedeciendo a sus legítimos monarcas, Catalina I y Juan III, a quienes habían jurado "por Fuero Sacrosanto ancestral" lealtad, hasta entonces nunca jamás violado de manera unilateralmente. Con ella, el rey de España salía fortalecido al condenar personalmente a Catalina y a Juan, más a todos los nabarros que masivamente les defendían, por lo que España no dudó en imponer en la tierra de los nabarros su horrenda ley de excepción, la cual arruinó a los naturales y devastó nuestro territorio, al menos a los nabarros situados al sur del Pirineo. El emperador de Roma, Julio II, moría en febrero del año 1513. Durante su mandato y gracias a su necesaria complicidad, sus aliados españoles invadieron el Estado neutral de Nabarra con el pretexto de recuperar la Guyena para otro de sus aliados, los ingleses. Dicha invasión y ocupación se sustentó con la presentación por parte del rey español, Fernando el Falsario, de documentación falsa como el Tratado de Blois, a las que habría que añadirles las tres Bulas Papales contra los reyes de Nabarra, Catalina I de Foix y Juan III de Albret, y contra aquellos nabarros que se atrevieran a apoyar a sus legítimos reyes. Todo ello sin desatar indignación alguna en el emperador de Roma, sino todo lo contrario, lo que condenó bajo las garras imperiales españolas a los nabarros del sur del Pirineo.

León X le sustituyó en el cargo de emperador de la cristiandad, siendo un leal escudero para los intereses españoles en el recientemente ocupado Reino de Nabarra. Catalina I y Juan III de Albret enviaron innumerables delegaciones al emperador de Roma las cuales, en muchos casos, ni si quiera fueron recibidas por el indudablemente mayor aliado con el cual han contado los españoles. El ascenso al trono del Estado de Nabarra de Enrique II el Sangüesino, significó una mayor reivindicación, por parte de los nabarros, al Estado Pontificio de Roma. León X debía obligar a España a retirarse de las tierras ocupadas por su ejército en las tierras de Nabarra al sur del Pirineo. Pero León X, una vez más siguiendo la norma del Estado Católico, dio la espalda a los nabarros. En diciembre del año 1521 moría León X sin haber hecho nunca nada en favor los nabarros, después de que las tropas españolas hubieran invadido y ocupado de nuevo el Reino de Nabarra tras derrotar y matar a más de 5000 nabarros en las campas de Noain-Barbatain-Ezkirotz.



Por primera vez tras la ilegal invasión por parte española del Estado de Nabarra, un emperador de Roma se postulaba a favor de las reivindicaciones nabarras. Este fue Adriano VI, pero su repentina y extraña muerte en septiembre del año 1523, provocó que en Nabarra se celebraran funerales por su defunción. Esto fue aprovechado por los españoles, los cuales impidieron el nombramiento de nabarros para altos cargos en la jerarquía eclesiástica en la Nabarra ocupada. Roma volvía con ello a ser el mayor aliado de los españoles.

La llega al trono de Roma de Clemente VII fue mala para los nabarros. Enrique II de Albret fue hecho prisionero en la batalla de Pavía, junto a su amigo el rey de France, por las tropas imperiales de Carlos I de España y V de Alemania. Tras la fuga del nabarro, este se casa con la hermana de Françrois I de France, Marguerite d’Angoulême, quien se encarga de introducir el humanismo en la corte de Nabarra, algo que aborrecía el emperador de Roma, el cual era prisionero del emperador español Carlos I desde el año 1527. El rey español participaba activamente en las decisiones del Papa, incluidas las que iban en contra de los nabarros, los cuales soportaron en dicho periodo histórico, la conocida como caza de brujas por parte de la inquisición española.



Pablo III, tras la muerte en el año 1534 de Clemente VII, se hace cargo del imperio de la cristiandad de occidente. En un principio se posiciona por el Reino de France, provocándose así un ligero enfrentamiento con el Reino de España. Pese a ello, los nabarros no consiguieron ningún avance en sus reclamaciones políticas, principalmente en las de materia territorial. Solo se consiguió la anulación del primer matrimonio de la princesa de Biana, Juana. Su política antihumanista le enfrentaba directamente al Nabarrismo incipiente en la Corte de la Nabarra soberana. Esto a su vez, le llevó a aprobar, reiteradamente, el voraz apetito colonialista llevado a cabo por los invasores españoles en las tierras nabarras del sur del Pirineo. Tras su muerte toma el control del imperio cristiano de occidente Julio III. Durante sus cinco años de reinado, no atendió ninguna reclamación proveniente del Estado soberano de Nabarra, ya que estaba centrado en el concilio de Trento impulsado por su predecesor. Marcelo II apenas tuvo tiempo de atender alguna reclamación nabarra, ya que no ostentó el cargo de emperador de Roma ni un mes.

El viejo y colérico Pablo IV, tras ponerse al mando del imperio cristiano de Roma en mayo del año 1555, pondera el Reino del Terror con el cual combatir las reformas protestantes de Lutero y Calvino. El Nabarrismo es un enemigo más al que combatir debido a la “rebeldía” de los nabarros. Su carácter impulsivo le llevó incluso a realizar un boceto donde planteaba entregar la Nabarra soberana del norte del Pirineo a la monarquía española.

En diciembre del año 1559, la corona del emperador de Roma recayó en Pío IV, el cual comienza una política de presión sobre Felipe II de España, con la cual buscaba o pretendía una resolución definitiva sobre la legitimidad de los reyes Privativos de Nabarra. Pedro de Albret llevaría a Roma la carta de adhesión al nuevo Papa de los reyes Juana III de Albret y Antonie I de Bourbon. En dicha carta debía ser el propio Papa el encargado de llevar las negociaciones con las que se restituirían al Reino Soberano de Nabarra las tierras del sur ocupadas por las sanguinarias tropas españolas. En enero del año 1561, el emperador de Roma nombró a los reyes de Nabarra legítimos soberanos para la Nabarra Plena, incluida las tierras ocupadas y devastadas por las tropas y por la inquisición española. Pero el Reino de España reaccionó y se interpuso en la resolución del conflicto. Así, finalmente, Roma rechaza a todas las delegaciones diplomáticas provenientes del Estado de Nabarra. Con ello el emperador católico de Roma traicionó el juramento dado a los nabarros, lo que provoca la entrada definitiva del Nabarrismo religioso en el Reino Pirenaico, con ciertas fuentes calvinistas, pero innegablemente semejante del Anglicanismo.

Su sucesor Pío V, fue el gran inquisidor en un momento., en el cual, en el Estado Pirenaico se extendía la tolerancia religiosa y el respeto a las personas y opiniones. Después de él llegó al trono de Roma, Gregorio XIII. Este emperador tras enterarse del asesinato de la reina Juana III de Nabarra manos de la madre del rey de France, no tuvo otra cosa mejor que celebrar su muerte. Además, tras la matanza de San Bartolomé, ordenó que se cantara Te Deum en las iglesias de Roma; sus aliados españoles, con su rey Felipe II al frente, también lo celebraron por todo lo alto.

El nuevo emperador católico romano, Sixto V, se alió de nuevo con el Reino de España. Por ello instó a la invasión de Inglaterra y de pasó, incentivado por su odio a los nabarros, condenó por hereje a Enrique III de Nabarra. Sixto V fue quien realizó la condenación más clara que ha realizado el estado Pontificio sobre el Nabarrismo, mediante una Bula que obligó firmar a 25 cardenales cristianos, católicos, apostólicos y romanos. Urbano VII, Gregorio XIV e Inocencio IX, apenas pudieron hacer daño a los nabarros, solo intentaron incluir al Nabarrismo dentro de la Reforma, ya que sus mandatos en el imperio católico fuero extremadamente cortos. El sucesor de estos fue Clemente VIII, el cual retiró la excomunión a Enrique de Bourbon y Albret, pero solo como rey de Francia, nunca como de Nabarra. Este Papa no dudo en exigir la imposición de la doctrina católica a modo de única para el Reino Pirenaico, calificando que el edicto de Nantes era obra del mismísimo diablo. Este emperador de Roma, llegó a afirmar lo siguiente:

“(…) y del Navarrismo se reirán un día las futuras generaciones.”

Su sucesor León XI, nunca llegó a preocuparse de los asuntos de los nabarros, algo que si sucedió con Pablo V, último emperador católico de Roma que se inmiscuyó en los asuntos de los nabarros libres y soberanos. Pablo V llegó a mencionar en uno de sus conclaves, que habría más paz si Enrique III de Nabarra y VI de France, fuese asesinado. Esto finalmente fue algo que se llevó a efecto por el ultracatólico y jesuita Ravaillac, en el año 1610. Tras la muerte de Marguerite de Valois, Louis XIII de France invade y ocupa militarmente el Reino Pirenaico, al cual para satisfacción de los españoles y principalmente del emperador de Roma, lo declara de manera ilegal como parte de la France católica, completando con ello la destrucción del Estado de los nabarros iniciada por España y siempre con el total apoyo del Estado Católico de Roma o Estado Pontificio del Vaticano.