Psicología

Cuando se rompe la confianza

Dice el dicho popular que cuesta una vida entera forjar la confianza, pero solo un segundo para destrozarla. Seguramente muchos recordemos a personas en las que confiábamos por completo, y un día, por un hecho específico, todo lo que pensábamos de esa persona, lo que creíamos de ella, en definitiva la confianza que habíamos depositado en ella, se derrumbó para siempre y nuestra relación con ella cambió drásticamente. Este comportamiento se explica muy bien desde el punto de vista etológico, por el cual nuestro cerebro reptiliano (el más antiguo) aprende a defenderse de los peligros del entorno que amenazan nuestra supervivencia. Ya que racionalmente no tiene explicación que “100 bien y 1 mal” sea motivo suficiente para (tal vez) alejarnos de esa persona que tanto queríamos.

Es comprensible que nos protejamos de aquellos que nos hieren, que tomemos una nueva posición con respecto a esa persona, que dejemos de confiar tanto, que nos volvamos más precavidos, pero… ¿ha reconocido esta persona su error?, ¿ha mostrado verdaderos esfuerzos por volver a ganar nuestra confianza? Si la respuesta es afirmativa, ¿a qué se debe nuestra resistencia para volver a confiar en ella? En esta ocasión pasamos del cerebro reptiliano al límbico, que guarda el dolor emocional y nos advierte de futuros engaños. Como estrategia para la supervivencia, nuestra psique (ego) no actúa mal, sin embargo el coste que esto supone puede fácilmente teñir de tristeza buena parte de nuestra vida, pues habremos perdido a alguien importante para nosotros.

Al perder la confianza en alguien, es imprescindible distinguir cuándo hemos de alejarnos porque realmente habíamos estado engañados y por fin nos hemos despertado, y cuándo hemos de perdonar los errores ajenos que todos podemos cometer alguna vez, porque somos humanos. La clave para este discernimiento vendrá dada por la voluntad incansable de recuperar la confianza perdida.

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