Tudela

Cuando éramos niñas

Cuando éramos niñas, salíamos con una hucha con cara de negrito a recoger dinero para el domund. A pesar de que, visto desde hoy, con mirada crítica de adulta, aquello no era la caña de pescar, el método fomentaba la solidaridad. Desconozco el destino exacto de esos fondos, pero lo cierto es que aquellos negritos de cartón piedra, sacaban lo mejor de nosotras. Renunciabas a la paga de un domingo, por solidaridad. Pedías a los demás que lo hicieran, por solidaridad. Vale, era más caridad que solidaridad, pero hay ocasiones en las que las barreras son difusas en las intenciones de cada cual.



¿Qué ha quedado de aquello en la conciencia colectiva, cuando los negritos pobres ya no son de cartón piedra, y llegan y viven entre nosotros? Leyes de extranjería, promesas electorales que instigan a la xenofobia, y una idea mal concebida y extendida de que aquí los inmigrantes reciben gratis casa, coche y comida, fomenta lo contrario a esos valores de nuestra niñez. Hace varios años ya que escribí en un artículo de prensa que la vara de medir izquierda-derecha sería en el futuro, en Europa, la actitud hacia la inmigración. Pues bien, ese futuro ya ha llegado, y puntualizo que esa vara de medir va más allá de izquierda-derecha, mide la defensa, o no, de los derechos humanos.



Puede que la Navidad sea uno de esos momentos en los que más podemos percatarnos de la hipocresía de nuestro modelo social. En el trasfondo religioso, se celebra el nacimiento de un niño pobrísimo, transeúnte, sin papeles, asiático. En el laico, se comparten sentimientos de que en Navidad, todos somos buenos. Sin embargo, crece la xenofobia y se hace del inmigrante el chivo expiatorio de nuestras miserias. En lugar de responder a los responsables de la crisis y de la pérdida de bienestar, nos inventamos culpables, blancos fáciles de nuestras iras. Ojalá que en estas Navidades y siempre, recuperemos unos sentimientos que nos permitan crecer como seres humanos, igual que cuando éramos niñas.