Opinión

Capítulo 3: Defender lo obvio

Crónicas educarívicas.

Bertolt Brecht
photo_camera Bertolt Brecht

Al final todo quedará en agua de borrajas, que decimos por aquí. Ya afirman a día de hoy las administraciones educativas, con más interés y ganas que con certezas irrefutables, que el curso escolar se reanudará en septiembre con total normalidad. Es decir, todo seguirá tal y como estaba antes. Igual. Que ya veremos a la larga si no es peor.

En estos tiempos de gran crisis, de incontestable agitación y convulsión social, de multitud de flancos todos ellos con imperiosas necesidades a los que atender, o defiendes con convicción y visibilizas las problemáticas de tu desempeño, o las voces suplicantes de unos y otros acabarán por silenciar tus demandas entre la algarabía del griterío general, tal y como le está sucediendo durante esta epidemia al mundo educativo. Sin culpabilizar ni responsabilizar por ello a otros sectores legitimados por supuesto a alzar la voz ante la hecatombe económica, está ocurriendo que a todos ellos se les está escuchando con mayor vehemencia y se les está dando más pábulo, que paradójicamente a un mundo educativo al que esta sociedad autodenominada moderna y madura, relega imperturbable a unos peligrosos puestos de descenso en esta particular liga de prioridades post pandemia.

Mientras desescalamos a toda prisa turistas alemanes, cartografiamos playas por GPS para tirar con seguridad la toalla, concretamos normas y tiempos precisos para cervecear en terrazas sin compartir raciones, establecemos ratios rigurosas para comer desenfadados con nuestros amigotes del alma, y volvemos a atemperar por fin nuestros ánimos con la vuelta de un nuevo fútbol sin público pero con igual de abrazos y escupitajos, seguimos obstinadamente manteniendo semisecuestrados a los niños en sus casas con pasmosa despreocupación, conservando los parques chapados a cal y canto y permitiendo, esta vez sin alzar la voz, que nadie sepa a ciencia cierta cómo será el retorno a los centros educativos el curso próximo.

Es entendible que la incertidumbre, fruto del desconocimiento de los antojos del bicho, esté ahí, pero lo que no es comprensible es que seamos nosotros quienes la acentuemos a golpe de ocurrencia educativa improvisada, que no consigue sino aumentar el nerviosismo y la intranquilidad de familias y docentes. Nadie parece haberles explicado a estos políticos del foco mediático, que les gusta más la cámara y el micro que a un tonto un palote, que cuando uno no tiene o no sabe qué decir, lo mejor es no decir nada. Estarse calladito. No es de recibo salir un día a la palestra a decir: «Medio grupo dará clase presencial mientras el otro medio lo hará a la vez de manera telemática», para caer al momento mientras lo está diciendo uno que eso supondría el doble de docentes contratados, teniendo que corregirse pocos días después soltando una de las mayores barbaridades que he escuchado en los últimos tiempos en materia educativa: «Las clases serán todas presenciales aprovechando las aulas contiguas de los centros, para que un solo docente pueda alternar entre una y otra aula». ¿Pero qué aulas contiguas vacías alma de cántaro? ¿Y hasta cuando dejamos solos a los niños pequeños, hasta que pase uno con un punzón clavado en el ojo o cortamos antes? ¿Pero quién discurre semejantes majaderías?

«Señora ministra me dicen por el pinganillo que no quedan aulas vacías en los centros, ¿qué les decimos?» – informan solícitos. «El curso próximo – continúa ella –  se aprovecharán para dar clase los gimnasios las bibliotecas y los comedores». «Señora ministra, me comentan que gimnasios no suele haber en muchos centros, y si los hay al igual que las bibliotecas ya están utilizados, y ¿qué entonces dónde van a comer los niños?». A las semanas… «Al curso próximo fomentaremos aprovechando el buen tiempo las aulas al aire libre». Oigan, no puede ser. Esto no es serio. Entiendo que vamos un par de pasos por detrás del virus, pero es que leídas todas medidas seguidas parecen más la letra de una chirigota gaditana, que una serie de sesudas directrices ministeriales. ¿Para esto necesitamos esas pléyades de consejeros y expertos educativos haciendo funciones supuéstamente de asesoría técnica?

Cuando ya han tenido claro, o así lo escenifican, que volveremos a las aulas (ojalá sea pronto) con normalidad, todos en tropel han aparecido anunciando la buena nueva (para eso siempre uno encuentra huecos en la agenda), para tranquilizar e informar a la comunidad educativa de que los riesgos serán mínimos y que todo lo tienen perfectamente estudiado y bajo control. Sin embargo, el Esperpento, propio de Valle Inclán, de improvisaciones esta vez en forma de ratios no ha tardado en hacer acto de presencia en escena.

«No se preocupen, meteremos solo la puntita, nada más» – parecían decir al principio afirmando: «Reanudaremos el curso escolar con no más del cincuenta por ciento de las ratios de cada aula». Pero se veía venir que aquel engañoso argumento de: «Solo un poquito más que no te va a doler», estaba al caer. Días más tarde matizaron: «Estamos en disposición de aumentar las ratios porque bajaremos la distancia entre mesas a metro y medio». «Otro poquito más, aguanta, aguanta, que ya casi está». «Hombre – se explicaban posteriormente –  quien dice veinte, dice veintitrés, veinticuatro, habrá que adaptarse a los contextos». Vamos que al final, como era de esperar,  nos la han metido doblada.

Todo, absolutamente todo, va a seguir tal y como estaba antes, con virus o sin virus. No van a invertir ni un solo euro más en educación para salvaguardar la misma si se recrudece la pandemia. Si aparece el temido rebrote de octubre, todos volveremos de nuevo para casa, porque la teledocencia, esa que nos quieren vender como la gran alternativa metodológica cuando a ellos les conviene, no deja de ser más que una marca blanca bastante cutre de lo que supone la educación de verdad, permitiéndoles eso sí seguir fingiendo que todo va bien con la educación on line sin haber desembolsado ni un solo mísero euro en el proceso.

Perdonen por el pesimismo, pero es posible que de todo esto el mundo educativo salga todavía más tocado de lo que ya estaba. Ya sé, ya sabemos los docentes que la crisis es monumental. Tenemos nuestras parejas, hijos, familias, amigos, también compañeros que sufren como todos los avatares de esta crisis, tanto en el plano de la salud como en el laboral. Claro que hay que inyectar aporte económico en otros muchos sectores, pero también habrá que hacerlo si se da el caso en educación. Por lo menos deberemos exigir como sociedad que esos dos mil millones a fondo perdido con los que contarán las comunidades autónomas para ser destinados a educación, sean provechosos para todos, útiles y prácticos. Porque mucho me temo, que una vez más los despilfarraremos en alguna idiotez, alumbrada por el último visionario educativo de turno conchabado con alguna editorial o empresa informática, del tipo  “pizarras digitales cavernarias” o “tablets del pleistoceno”, con los que fotografiarse en las portadas de los diarios, o para poner en marcha alguna última ocurrencia político-educativa, como dotar de una persona más a los centros para que vele por la protección de la infancia (ley sacada la semana pasada en el congreso), de la cual me congratulo y aplaudo para implementar el día de mañana en los centros, pero que deberá de esperar su turno en la lista de prioridades educativas hasta que no acabe esta pandemia.

Si lo importante de verdad es preservar y proteger los procesos educativos de los alumnos a pesar de la pandemia, la solución, la única, pasa por reforzar las plantillas de los centros con más docentes, bajando así las dichosas ratios, aumentando por tanto el distanciamiento social,  pudiendo implementar así diferentes agrupaciones, desdoblamientos, modelos educativos alternos presenciales y a distancia y todo lo que ustedes a partir de ahí quieran imaginar.

Mientras tanto para justificar el vacío en cuanto a medidas concretas en el que nos encontramos, volveremos a algo muy nuestro en educación como es retorcer el lenguaje hasta el estrangulamiento  para inventar y acuñar nuevos eufemismos que nos hagan salir del paso. Todo quedará bajo control en los centros gracias a la implantación de “grupos burbuja” (este verano nos vamos a jartar de escuchar esta expresión) y  gracias una vez más a la “autonomía de centro”, un útil y práctico tecnicismo que consejerías y administraciones educativas utilizan siempre que barruntan van a llover palos y buscan ponerse cuanto antes a cobijo: «Allá se apañen ellos en septiembre. Que capeen como puedan el temporal los claustros y sus equipos directivos» – piensan.

Sigo siendo pesimista. No solo vamos a salir peor parados en cuanta a dotación, sino lo que es peor, también en cuanto al cometido o función social que a la escuela se le presupone. Porque los currantes de este país, los padres y madres de nuestras familias, acobardados muchos de ellos como están en sus precarios puestos de trabajo, en sus empresas de trabajo temporal, acogotados por las pérdidas continuas de sus derechos laborales, no conciben, muchas veces por miedo más que fundado a acabar con sus patitas en la calle, exigir a su propia empresa la conciliación familiar que sí les pertenece, acabando equivocadamente demandando la misma a una escuela, que sí, tiene que intentar facilitarla, pero nunca ponerla por delante de la formación y la educación de sus alumnos. Convertir las escuelas en guarderías es el mayor atentado que podemos perpetrar contra nuestros alumnos y familias, ya que entonces estaríamos contraviniendo otro de los grandes valores que la escuela debe preservar, el de paliar las desigualdades sociales y el de asegurar una educación para todos en igualdad de oportunidades. Si no educamos, si no formamos, si solo nos dedicamos a proteger niños y no permitimos el necesario acceso de todos ellos a la cultura y al conocimiento como valor prioritario de la escuela, estamos asegurándoles el nido para hoy que será la cárcel del mañana, ya que nunca podrán aspirar a ser ciudadanos formados, maduros y completamente  libres.

Podíamos dejarlo aquí, pero antes de terminar esta trilogía de las “Crónicas Educavíricas” (Cap. 1: “Primero de Pandémico”, Cap. 2: “Matar al mensajero”), tengo obligado que echar el exabrupto final, como un niño de teta que se ha empachado de leche materna. Ya saben, dicen que si no eructa no se queda del todo a gusto. Pues eso.

Porque faltaba la guinda al pastel. Después de muchos halagos públicos hacia los docentes, de muchos cumplidos, faltaba la letra pequeña que las administraciones conscientemente se demoraban en anunciar. Sí, al final del túnel del confinamiento había luz. La profesionalidad, la dedicación, la implicación en esa teledoncencia, estar disponible las veinticuatro horas del día, poner al servicio de la comunidad todos tus recursos informáticos, iba a tener premio final en forma de asfixiantes e infames “Informes Valorativos Individuales (IVI)” de todos y cada uno de nuestros alumnos, de todas y cada una de las áreas curriculares, de sus unidades didácticas desarrolladas o no, de las competencias trabajadas, de los contenidos o no impartidos, de los aprendizajes suscitados, conseguidos, en proceso o vete tú a saber. Ese era el premio final que escondía esta carrera de fondo. La letra pequeña de un trabajo burocrático extra que pone la puntilla a unos docentes que han llegado ya de por si al sprint final con la lengua fuera.

Unos informes que como todos sabemos solo servirán para engordar carpetas de cajones y archivadores de despachos, y que no aportarán aunque así quieran vendérselo a las familias,  absolutamente nada a la calidad educativa de sus hijos, pues al curso que viene se rediseñarán (en eso tenían que andar ahora los docentes) las programaciones didácticas ensamblando con coherencia, tranquilidad y sentido común los contenidos y actividades de finales y principios de curso, no dejando por supuesto contenidos ni aprendizajes sin desarrollar por el camino.

No merecíamos semejante castigo final. La pandemia debería de haberles enseñado algo también a ustedes. No han sabido darse cuenta de que mientras padres, alumnos y docentes humanizaban los procesos educativos, ustedes cada vez se distanciaban más de los mismos, poniendo de manifiesto con estos sonrojantes  “IVIs”, que solo buscan tener la justificación por escrito de dos cosas: tener datos numéricos, medias y porcentajes, que legitimen la no promoción de un alumno, nada del proceso, nada de lo humano, y dos, poder con los informes en la mano como prueba fehaciente, sacar pecho ante la sociedad asegurando que sí, oye, que los docentes han trabajado durante este confinamiento. Mientras tanto, sus tres valiosas aportaciones en todos estos meses de locura sanitaria y social, para la mejora y preservación de la educación de todos nuestros chicos, han sido: incertidumbre, un bote de gel y una mampara de metacrilato.