Opinión

Aylan Kurdi, ¡hijo de mi vida!

Mariano1.jpg

Debo reconocer, de entrada, mi estupidez de parte: Occidental, alentada por no se sabe qué intereses que nos influencian y manipulan, dándonos a conocer sólo aquello que interesa a terceros. Y reconozco también mi visión sesgada, por aquello del ‘ojos que no ven, corazón que no siente’, pero la imagen del otro día del niño sirio Aylan Kurdi muerto en la playa, me hizo llorar.

Ver muerto así en mi imaginario a mi propio hijo de la misma edad y similar motivo, me sobrecogió sobremanera y produjo un desasosiego profundo y fatal.

Cuando le mostré la imagen, vendiéndosela como inocente, alegando que ese vástago de una pobre gente había corrido peor suerte que nosotros por vivir en un lugar desavenido y roto, donde no hay razón ni derecho, me dijo que “se había mojado las zapatillas”, y la escena y la coyuntura me pudo. Como a Aylan, se le mojaron los pies a toda la Humanidad por consentir semejantes injusticias...

Reconozco que se trata de una imagen más de las mil violentas e impresentables que soportamos -por desgracia- cada semana, pero me pudo.

Es repugnante, denigrante, inhumana, inaceptable. Como otras muchas que han marcado y descrito otros mil conflictos y que forman parte de nuestra retina colectiva y más dolorosa. Como la niña quemada por el napalm en Vietnam y, bochornosamente, otras muchísimas que han marcado nuestra realidad, en todas partes, a lo largo de la historia de nuestra ‘civilización’. Pero ‘mojarse’ los pies así debería suponer mojarse cada uno de nosotros para impedir lesas tropelías y hacer que nos rebeláramos profunda y contundentemente, cada vez que una contienda absurda sature y deforme la paz humana y mundana que debería acompañar toda vida.

Jacinto Benavente dijo aquello de que “En cada niño nace la Humanidad”, de modo que contemplar así cómo se pierde, hace irse a ésta a lo más profundo y oscuro del principio de los tiempos...

¡Y creo que ha llegado el momento de avanzar! Dejar que así se apague la vida es permitir que cada hijo, que es una esperanza, nuble al mundo. Y, sin remedio, con ella nos perdamos todos, para siempre.

Mariano Navarro Lacarra

Director