Un refrescante alto en el camino

La pandemia amenazante, y el obligado confinamiento subsiguiente, nos ha descolocado a todos y nos ha abandonado, dejándonos desorientados, confusos y desconcertados.
La solución tiene que venir acompañada del mayor amor
photo_camera La solución tiene que venir acompañada del mayor amor

Se acercan unas fiestas de Santa Ana carentes de festejos y de bullicio, igualmente ambivalentes e inciertas. 

Debemos aprovechar esta oportunidad para revisarnos y reiniciar una vida más plena y humana.

Hasta hace pocos meses, nuestra vida era ajetreada, excesiva, alienada por las prisas, el consumo y lo inmediato y, en consecuencia, desasosegada y ansiosa.

Hoy, la realidad de lo vivido, y la presentación brutal de la muerte, nos alerta y nos sugiere parar, a fin de pensar y establecer el camino, que es la vida, con un cambio substancial y profundo en nuestro devenir.

Tenemos que apoderarnos de nuestra existencia, hacernos sus dueños y sus autores, para desplegar nuestras potencialidades al nacer.

Ello nos obliga a ser autónomos, tanto afectiva como intelectualmente, responsables de nuestras conductas, auténticos en nuestras manifestaciones y obras, futuristas en nuestro proyecto vital, apurando siempre nuestra entrega y compromiso hasta el final.

Para fidelizarnos, no podemos eludir revisarnos y ensimismarnos en lo más profundo de nuestra esencia, cultivar a través de la reflexión y del compromiso persistente nuestra espiritualidad personal, sea laica o religiosa, para, de este modo, ser personas singulares y únicas, profundas, capaces de “fluir” en el mundo de los encuentros y de “fruir” gozando y saboreando el disfrute de lo bello y de lo humano.

A partir de ahora, debemos cambiar o enderezar nuestro rumbo, tratando de ser mejores personas y más maduros, incrementando nuestra salud mental.

Todos hemos padecido carencias puntuales de salud mental, sin llegar a circunstancias patológicas de la misma. Recordemos nuestras vivencias de amargura, de desaliento, de ver nuestra vida como una carga, de ahogo en la comprobación de un vacío existencial, de asqueo, de inseguridad, de desarraigo, de desconfianza, de intranquilidad, de desesperanza, y de un largo etcétera de nubarrones emocionales similares.

¿A quién de nosotros no nos gustaría ser más completos, más sanos psíquicamente, más íntegros, mejores gestores de nuestra Obra vital, capaces de vivir y morir con dignidad, realizándonos de forma libre y autónoma?

Recientemente, nuestros medios de comunicación vienen insistiendo en que la solución a los problemas generados por el COVID19 va a venir de la mano de la Ciencia, ignorando que la misma puede aportar mucho a la resolución de algunos de los problemas planteados por el coronavirus, del mismo modo que los avances técnicos también lo van a hacer, pero ni una ni otros van a poder llegar a resolver totalmente la hecatombe que la pandemia actual ha supuesto para la humanidad.

La realidad es que la solución a todo el abismal desorden provocado por “nuestra” pandemia solo puede venir acompañada de una energía mucho mayor, la del AMOR. La del amor en todas sus dimensiones: el amor de la justicia y de la equidad, el de la solidaridad, el de la ternura, el de la compasión, el de la esperanza, el de la creación y de la creatividad, el del perdón, el de la comunión amorosa, el de la amistad, el de la fraternidad, el del respeto y la tolerancia, y el de tantos otros amores que inundan la tierra y la fecundan, para hacerla más fructífera, ecológica y acogedora.