Opinión

24 de julio de 2020. Tudela

El día 24 de julio era un día especial en las fiestas de Tudela. El momento “sumun”, el chupinazo, seguido de los desgarrados y vehementes “vivas” de los tudelanos, y de la explosión de júbilo jaranero y bailón de las charangas inundando las calles del casco antiguo de nuestra ciudad. Momentos especiales en los que aparcábamos las preocupaciones y echábamos fuera los fantasmas de cada cual. Hasta los que ya tenemos años nos marcábamos, superando el pudor y el ridículo, unos pasos de baile trastabillados, rememorando con nostalgia nuestros tiempos mozos. Era el mejor día de las fiestas.

Pero, este año, algo muy grave ha sucedido. Desde la mañana nos invadirá una honda sensación de pérdida. El chupinazo, si se celebra, no estará acompañado por el clamor festivo de los tudelanos, el sonido de los bombos, la música trepidante de las charangas, ni el bullicio ensordecedor de los tudelanos tiñendo las calles de blanco y rojo. Solo se escuchará el eco del cohete sobre el cielo de la plaza vacía. 

Cuando lo escuchemos en la distancia, sentiremos que algo importante se nos ha roto, y, tal vez, llegaremos a entender la real gravedad del momento que estamos viviendo, maquillado con aplausos y arengas, y que, sólo han vivido en su inmensa tragedia, los fallecidos que han muerto en soledad, y sus familiares que no han podido despedirlos ni ellos a su vez ser consolados por otros familiares y amigos.

El día 24 de julio, momentos antes del chupinazo, en un acto solidario, deberíamos recodar a los tudelanos muertos y a sus familias con unos minutos de silencio. Después, con la plaza vacía, explosionar el cohete y mirar hacia el futuro, deseándonos que esta pandemia la superemos, y que podamos celebrar las fiestas con normalidad los años venideros sin olvidar lo que ha sucedido, que nos ha enfrentado de forma cruel, individualmente y como grupo social, a nuestra vulnerabilidad.