Con permiso o sin él, habitualmente nos “introducimos” en la vida de nuestros amigos, compañeros de trabajo, hijos, pareja… orientándoles (influyéndoles) en sus decisiones, inseguridades, actitudes o comportamientos. Incluso resaltando donde creemos que se han equivocado. Lo hacemos con la mejor intención, porque creemos que es lo que más le conviene, porque le queremos. Sin embargo, perdemos de vista un elemento importante: el aprendizaje que cada uno tiene que hacer en esta vida es personal, desconocido e inesperado. Decía Elizabeth Kübler-Ross tras años de trabajo junto a enfermos terminales; “hasta el último segundo de vida puede esconder una gran lección”.
Al mecanismo (generalmente inconsciente y automático) con el que aconsejamos a otras personas, se le denomina “proyección”. Es habitual e inevitable, y se basa en el amor en la mayoría de los casos. No obstante debemos hacerlo especialmente consciente, cuando alguien cercano se encuentra en una situación problemática o conflictiva, ya que nuestra intervención tiene una influencia emocional importante, y confiando en nosotros, puede tomar una dirección determinada, contraria a su proceso vital de aprendizaje. En estos casos, es conveniente mantener una actitud “mindful” o de simple escucha, para no condicionar los pasos de quien acompañamos. En el mejor de los casos, podremos hacer de “espejo”, y ayudarle a encontrar mejor lo que quiere, siempre desde su disposición personal, y NO desde la nuestra, reconociendo humildemente que en el fondo no sabemos qué es lo mejor para esa persona, confiando en su criterio y en la inteligencia que conduce la vida.
No debe preocuparnos ver equivocarse a nuestro ser querido, si toma un camino diferente al que habríamos tomado nosotros, porque seguramente es el adecuado en su proceso y ritmo de aprendizaje, por duro que parezca. Pues más sabias que nuestras decisiones racionales, es el impulso del alma que inconscientemente, guía nuestro crecimiento personal. El error de hoy, puede ser la bendición de mañana..
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