Las dos navidades

Las Navidades nos dividen en dos grandes colectivos sociales: los que las disfrutan y los que las padecen.

Desde hace ya muchos años, en nuestras ciudades y pueblos, las Navidades nos dividen en dos grandes colectivos sociales: los que las disfrutan y los que las padecen.

Hay, hoy en día, demasiadas familias fraccionadas y desgajadas, difíciles de recomponer ante el anuncio de unas presuntas fiestas familiares. Son excesivos los rencores y las angustias de separación, avivadas por el falso mandado social de una felicidad impuesta.

De otra parte, existen también muchas personas amadas ausentes, por fallecimiento o por extensas lejanías impuestas, que horadan la alegría de una deseada cercanía, imposible y doliente.

Cubriendo todo ello, abundan a nuestro alrededor los ruidos y las luces que anonadan nuestra vida interior y difuminan, con ello, la incipiente alegría de una posible unión cargada de simpatía y de amor, a menudo buscada y muchas veces frustrada.

En el apartado de nuestros hogares, escasean estos días las conversaciones íntimas, los gestos entrañables, las sonrisas espontáneas, el placer de un cuidado recíproco, coronando quizá el esfuerzo de una cena cuidadosa y tiernamente creada y aliñada, orientada hacia el otro y los otros, buscando agradar a todos. 

Hoy en día, son pocas las personas, cada vez menos, que retienen en sus adentros la razón entrañable de la celebración navideña y la viven con profundidad, con austeridad y con candor. Estos conciudadanos son ahora los únicos capaces de deleitarse en estas fiestas y de disfrutar la Navidad con un sencillo belén o con la vivencia confiada de un Jesús de Nazareth acampado en el establo vacío de sus corazones.

La mayoría tenemos que hacer un esfuerzo sincero para revitalizar nuestras fiestas de Navidad. El deterioro alarmante del cosmos y el consumo alocado están anulándonos a los seres humanos. Debemos cuidar nuestra vida interior y humanizar la creación, recuperando nuestra dignidad en el mundo, trascendiendo de lo artificial y de lo vacuo. Alejemos la terrible soledad de nuestro tiempo, defendiendo la naturaleza, la bondad, el amor, la ingenuidad y la ternura. Somos animales espirituales y la auténtica Navidad está en nosotros, ligada al resurgir de nuestro espiritualidad, bien sea religiosa o laica. Sin ella, la Navidad no existe y sus fechas se convierten en una terrible pantomima.