Psicología

La convivencia en pareja

Existen parejas donde ambos miembros se comprenden el uno al otro, se compenetran y se acompañan armoniosamente, y aunque cuentan con los “roces típicos de todas las parejas”, se toleran muy bien llegando a ser incluso envidiados por otras parejas. Pero si nos paramos a pensar en todas las parejas que conocemos… nos daremos cuenta de que esos “roces típicos” tal vez hayan sido la minimización (o incluso negación) de los “desencuentros, frustraciones, desengaños, y resignaciones constantes” de muchas parejas. Y a pesar de que tal vez este tipo de relaciones sean la mayoría, seguimos manteniendo la concepción de que nosotros pertenecemos a la minoría incapaz de vivir bien en pareja.

La convivencia es un campo de batalla para el ego, impresionante. Uno de los mejores lugares de entrenamiento para transcenderse. Al vivir en pareja, ésta nos confrontará quizás a diario: no cubriendo nuestras expectativas, no respondiendo como quisiéramos, no acompañándonos, no permitiéndonos hacer las cosas como queremos, exigiéndonos lo que no nos nace, criticando lo que sí nos sale… Y como resultado: frustración, decepción, duda… sufrimiento e infelicidad general en definitiva, que se alterna con algunos momentos de alegría y verdadera conexión. ¿Qué está pasando? Algo tan antiguo como la propia especie animal: “la lucha por el territorio”. Es decir, el control sobre cómo deberían ser las cosas. Que obviamente, al no tenerse, genera discordia, enfado y recriminación constante.

Pero contrariamente a lo que se podría pensar, este “aparente” desencuentro personal, no es signo de pareja fracasada, sino de pareja “trabajada”. La vida es mucho más sabia de lo que nuestra pequeña mente puede llegar a entender, y une a las personas necesarias, en los momentos apropiados, para que ambas aprendan aquello que les va a permitir dar el siguiente paso en su proceso evolutivo consciente. Entender las desavenencias íntimas de este modo, puede aliviar el sufrimiento diario, y lo que es más importante; propiciar nuestro propio desarrollo personal. Al fin y al cabo, la “pareja” con quien verdaderamente tenemos que convivir las veinticuatro horas, es con nosotros mismos.

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